Capítulo 13 [13.2]

244 26 0
                                    

El oído del lobo le había indicado que algo se ocultaba dentro de los matorrales, en la profundidad de la noche, impaciente por tomarlo desprevenido.

Seth confrontaría al intruso en medio del claro.

Aquel, era su territorio.

Su sitio preferido en todo el bosque.

Se sentía autónomo en medio de aquellas damas que regalaban gentilmente su fragancia. Flores blancas, pequeñas y abundantes por toda la superficie parecían querer calmarle, advertirle que sería un terrible error si él continuaba por aquel camino plagado de discordia.

La belleza indómita e inalterada interfería con la brutalidad de su venganza. Ningún ser humano en pleno uso de sus cinco sentidos, cedería ante los sentimientos que lo doblegaban. O, en este caso, dominaban. A través del aprisionamiento de futura culpa ante su fallo.

Seth quería encontrar al atacante y cerciorarse de que aquel engendro no volvería a abrir los ojos. Aquello no le traería más que problemas —con Marcus, más que con cualquier otro—.

Sin embargo, un futuro castigo que ameritara su expulsión no le preocupaba. Teniendo presente que el asesino andaba por ahí, libre, mientras su padre trataba de salvar la vida de su hermano, y su madre se entregaba su fe en un acto de redención; una reprimenda era el menor de sus problemas.

Aulló a la luna, queriendo reflexionar. Hacer uso de la última chispa de raciocinio que  templara su temperamento antes de volver con Harrington. Si lo que Ed Harrington le había dicho, era correcto, el atacante de su hermano no era otro que el amante despechado de una mujer que recién había llegado a Refugio. Expresamente, la mujer de Daniel Felton. O al menos, eso es lo que el macho les hacía creer.

Aquello carecía de importancia.

A decir verdad, Seth no se compadecía de los sentimientos de Felton o de la familia de la chica. Hablaba mal de una mujer atraer a un desquiciado, aun más siendo este mucho más joven e inexperto que la propia implicada.

¿Dónde quedaba la experiencia de vida?

¿Dónde se hallaba la debida madurez de un adulto?

Evidentemente, alejarse de un tipo como ese sólo propiciaría la obsesión. Ella también había contribuido a poner la vida de terceras personas en riesgo al callar sus preocupaciones. Seth no podía sentir más que rechazo hacia aquella mujer anónima. Ira, dirigida hacia Felton por ser enteramente permisivo con sus protegidas. Impotencia, por todas las circunstancias en las que su propia vida volvía a carecer de importancia y sentido. Las emociones que nublaban su juicio, lo volvían incapaz de abogar por el bienestar de terceros.

Siguió aullando a su protectora. Haciendo notable su angustia y dolor.

¡Qué irónico era aquello!

Como humano era incapaz de emitir un sólo sonido, pero como lobo...

Como lobo todo cambiaba.

Era capaz de aullar, saltar, cazar. Volverse una terrible amenaza si así se lo proponía. Como hombre se sentía incapaz de realizar nada. Por debajo de los demás machos que le rodeaban. Su hermano, Connor, era decidido y fuerte; capaz de doblegar voluntades si se lo proponía. Seth, muy por el contrario, pasaba desapercibido gran parte del tiempo. Incapaz de integrarse en una conversación e interactuar con sus demás congéneres. Un alma solitaria que se ahogaba en su propio silencio. Connor, había hecho mucho aun cuando nunca se lo habia pedido. Organizando expediciones, proponiendo a Seth como candidato en el equipo de rastreo, invitando a bellas desconocidas a la mesa.
Inexplicablemente dichas acciones habían fortalecido su vínculo fraternal. Era su deber darle caza a su ofensor, sin importar qué.

REFUGIADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora