Capítulo 4 [4.2]

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El corazón de Marisol bailaba de expectación después de ir a casa de Dan. Había acudido con la única intención de distraerlo, aun sabiendo que él podía no abrirle, o bien, cerrarle en las narices. En cambio, se sorprendió mucho al averiguar que no sólo sabía su nombre, también había recordado los detalles de su anterior conversación.

Si todo salía bien, esta noche podría verlo y hablar un poco más.

La impaciencia hacía que le temblarán las manos al extraer el pay de manzana dentro del horno. El aroma a manzana y canela inundaban la cocina. Había pasado mucho tiempo desde que participaba activamente en esta clase de labores. San Francisco era diverso en la satisfacción de gustos culinarios. Parecía ridículo cocinar en casa cuando se hallaban restaurantes de comida italiana o vietnamita a pocas cuadras de distancia. Tan sólo había que caminar un par de cuadras o levantar la bocina del teléfono para conseguir una delicia gastronómica.

Aquí era distinto.

No sólo escaseaban los restaurantes, también lo hacían las reposterías. Ana le había informado de ello. Por esa misma razón, todas las amas de casa se enclaustraban en sus hogares hasta pasada la hora de merendar, cuando ya se habían ocupado de sus obligaciones domésticas. Síntomas notorios de una sociedad retrógrada en opinión de Sofía. Sin embargo, a Marisol le resultaba encantador.

Era maravilloso el sentido de comunión dentro de las familias en Refugio, el compromiso y la moralidad de sus habitantes lo convertían en un pueblito idílico que sólo podía ser descrito en relatos de antaño. Décadas pasadas cuando los niños daban paseos inocentes en bicicleta.

Marisol se concentró en trasladar el postre hasta la mesa despejada. La jalea de naranja había sido previamente calentada y sólo restaba untarla en la superficie esponjada.

—Te ves más animada ¿Te sientes mejor?— interrumpió Tania detrás de ella. Su cabello iba suelto, en ese estilo despeinado que tanto la favorecía. La ropa deportiva que traía consigo también le iba de maravilla.

—Estoy de mejor humor— aclaró Marisol.

Estaba de un humor espléndido, en realidad. Se sentía un poquito más optimista, incluso con ganas de conversar. Sorprendente la carga sobre la desdicha familiar no pesaba tanto el día de hoy como en días anteriores.

Tania pasó a su lado y abrió la nevera, tomando lo que sobraba del último cartón de jugo.

—Te vi salir y dirigirte a casa de Dan— soltó de repente, buscando desechar cualquier duda, como hacía con el envase vacío. Marisol se pasmó por su afirmación.

Rápidamente pensó en una explicación.

—Sí, fui a pedirle que me guiara en una excursión.

—¿Excursión? ¿A dónde?— su hermana arqueó las cejas, airosa, demostrando lo bien que podía leerla.

—A la zona boscosa. Tengo ganas de salir de casa— añadió Marisol, necesitando más justificación.

—Me confundes con Sofía. Yo no te reprocho eso, Marisol.

Ella guardó silencio, Marisol sostuvo el aire en sus pulmones, aguardando por el veredicto

—¿Te gusta?

La pregunta le sentó igual que un cubetazo de agua helada. ¿Le gustaba? ¿Era eso posible?

Disfrutaba contemplarlo, sólo eso. Quería tranquilidad en su nueva vida, ya tenía demasiados problemas y traumas que afrontar. Albergar cualquier clase de sentimiento romántico era demasiado. Siquiera especular sobre sus sentimientos, le provocaba mareo. No podía. No debía.

REFUGIADAWhere stories live. Discover now