Capítulo 9 [9.2]

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Un zumbido la despertó. Al mirar las ventanas, se dio cuenta de que aún era de noche. Había dejado su teléfono móvil sobre la mesita junto a la cama, justo antes de quitarse las botas. Buscó el aparato entre la penumbra y una vez que lo tuvo consigo, miró la hora plasmada en la pantalla fluorescente: 5:15 am.

Demasiado temprano para que la luz del sol alumbrara su camino; sin embargo, parecía la hora adecuada para escabullirse. Miró a su costado y descubrió que el hombre rubio seguía tumbado a su lado. Parecía dormir plácidamente a pesar de las actividades que habían compartido hacía unas horas. El encuentro no había sido tan intenso como Gaby lo había previsto. Quizá fuera por la condición masculina tan desmejorada, quizá por su propia cobardía de proseguir.

Porque las chicas buenas no duermen con desconocidos— reprendía una voz profunda.

Pero es tan ardiente— diría ella.

Deja de tontear y concéntrate en lo importante— respondía la voz de su propia cordura.

Gabriela bostezó, estirando las piernas debajo de las sábanas y acercándose al borde de la cama. Una vez que consiguió librarse de ésta, anduvo desnuda, recogiendo la ropa regada por el piso. Con cada nueva prenda que lograba apañarse, suplicaba no despertar a Mark al calzarsela.

Por lo menos, ahora sabía cómo llamarlo.

De ahora en adelante, sus fantasías nocturnas tendrían un rostro y un nombre.

Gabriela estuvo descalza, yendo de un lugar a otro. Al tiempo en que encontraba una prenda, se la ponía de inmediato, esperando ahorrar todo el tiempo que le era posible, y así no aplazar su partida. Aún no habían encontrado sus bragas, pensando que podría encontrarlas por ahí más tarde, decidió tomar su blusa e ir abotonándola por el frente.

Reparaba mentalmente en lo que traía consigo: llaves, móvil, el diminuto reloj de mano con manecillas anaranjadas. Cada objeto era depositado desordenadamente dentro de su bolso. Lo que dejaba sus bragas como el único objeto perdido.

La indignación se hizo cabida entre sus pensamientos, tendría que dejarlas e irse. Con todo, era de tan mal gusto dejar ropa interior olvidada. Encima, costoso. Lencería tan fina no podía simplemente ser olvidada. Así que Gaby miro por última vez debajo de la cama. Y las vio. Hechas un ovillo junto a uno de los soportes de la cama.

Rápidamente estiró su brazo hasta alcanzarlas y llevárselas consigo. Bien podía ponérselas dentro del auto o guardarlas celosamente dentro de su bolso, ella ya lo decidiría después. Se levantó con las rodillas sensibles gracias a la rugosidad de la alfombra y pensó en dejar una nota a Mark. Un breve mensaje de despedida que comenzara con lo bien que se la pasó y finalizará deseándole lo mejor.

Sin embargo, no había nada donde ella pudiera anotar, así que desecho la idea de su cabeza.

Hasta que una mirada penetrante atravesó su nuca. Alzo la mirada hacia el colchón y descubrió a Mark, mirándola fijamente. Parecía no respirar. Ni parpadear. Sus ojos brillaban aun entre tinieblas, un azul electrizante que provocó que sus vellos se erizaran uno a uno.

No podía moverse. Estaba tan segura de que la mataría tanto si ella huía como si no. Pese a ello su corazón retumbaba con fervor, expectante por ser devorada. Jamás se esperó que lo único que pronunciaran fuera:

—Vuelve a la cama.

Y Gabriela —quien había hecho caso omiso de las órdenes de otros durante toda su vida—, se desnudó y volvió a la cama.

Justo como él ordenó.

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Entre los frondosos árboles pertenecientes a las afueras de Refugio, el viento corría con un poco más de ímpetu que en días pasados. Su fuerza traspasaba a través de la gran variedad de hojas y arbustos, acariciándolos con la misma suavidad que un amante incauto. No era un día particularmente soleado. No obstante, cada vez que la radiante presencia ejercía su aparición, la planicie silvestre recobraba su vitalidad, y una amplia gama de colores recubrían sus pastizales. El día de hoy, Marisol había salido a explorar los alrededores con Daniel Felton. Ambos caminaban pausadamente debido los desniveles de la tierra. Tania no había podido unírseles, alegando sufrir un pequeño resfriado. Sin embargo, Marisol no se fiaba de aquella explicación, Tania le había parecido un poco malhumorada esa misma mañana y Marisol desconocía la razón.

REFUGIADAOnde histórias criam vida. Descubra agora