Capítulo 12 [12.3]

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Marisol corría precipitadamente cuesta abajo. Su corazón, a punto de salir de su pecho, le advertía del miedo trepidante que la perseguía.

A través de sus ojos inundados en lágrimas, pudo distinguir las sombras de robustos árboles que fue apenas capaz de esquivar. Sin embargo, esto no la libro de tropezar innumerables veces. Objetos inamovibles eran los causantes del retraso de su escape. Colocados una y otra vez a lo largo del engañoso recorrido para que él volviera a encontrarla. Tras innumerables caídas, sus rodillas ardían igual que tejidos carbonizados; sangrantes y punzantes. Estaban cubierta de heridas, adornada con rasgaduras, poseedora del dolor que apenas percataba.

Afortunadamente, él había desatado la cuerda que mantenía sujeta sus pies, lo que posibilitó su huida. Una huida torpe y cargada de angustia cuya rabia había sido una bendición sobrecogedora. En un abrir y cerrar de ojos, Marisol descargó el odio contenido en un minúsculo objeto metálico; devolviendo una pequeña fracción del daño que le había sido infringido durante tanto tiempo.

Sin saber exactamente cómo, Marisol enterró aquel objeto en el abdomen masculino, e intentó removerlo cuando él fue detrás suyo. Ella no estaba dispuesta a ser capturada y encarcelada.

No. No, nuevamente.

En una especie de visión precursora, justo cuando él estaba encima de ella, se vio así misma en el fondo de un pozo olvidado. A la distancia, su verdugo aguardaba silenciosamente hasta que el último rastro de vida abandonaba su cuerpo.

Semejante visión atemorizo a Marisol y le dio el coraje necesario para defenderse.

Ahora, ella tenía que correr, tratando de burlar el tiempo hasta que amaneciera. Mientras, resoplaba exhausta. Implorando por hallar un lugar, un cobijo, donde él jamás la encontrara. Algo que trajera consigo un momentáneo sosiego dentro de un episodio cargado de angustia.

Continúo corriendo sin habituarse aún a aquella oscuridad dentro de la boca del lobo.

«La luz de Dios me rodea»

«El amor que es Dios, me envuelve»

«El poder que es Dios, me protege»

«La presencia de Dios vela por mí»

La indefensa Marisol repetía una a una las oraciones, fielmente albergadas en su memoria como cancioncillas inalterables. Indudablemente, las plegarias de su madre eran su única compañía, extrañamente inútiles e inexplicablemente esperanzadoras. Sus lágrimas dejaron de fluir con tanta avidez y su corazón angustiado encontró un pequeño consuelo después de herir su frente con una rama. Como si sus plegarias hubieran sido escuchadas, divisó un claro.

La luz de la pálida luna parecía indicarle su procedencia, invitándola gentilmente a acudir a esa extensa porción de pastizal e incalculables flores silvestres. Pese a tan espléndido paisaje, su desolación persistió. Marisol no podía acercarse sin dejarse al descubierto. Quizá, con un poco más de suerte, con un poco de paciencia, alguien acudiría al claro. Atraído —tal cual se hallaba ella— ante semejante magnificencia.

Sin embargo, ¿qué tal si daba con un sádico igual o peor que su propio verdugo?

¿Podría atreverse a confiar en un desconocido?

Nada garantizaba que alguien paseara por aquel bosque. Era tarde y la naturaleza falaz en ese álgido punto de la velada nocturna, alejaría a cualquier probable visitante. Nadie en su sano juicio, estaría por aquí. Nuevamente Marisol veía sus posibilidades de supervivencia siendo mermadas. Sólo un confiable escondite posibilitaría su oportunidad de continuar viviendo y requería velar el tiempo necesario hasta conseguir orientarse y acercarse a la carretera. Por supuesto, una vez que fuera de día.

La angustia sufrida la hizo reaccionar con prontitud cuando algunos arbustos eran removidos por un gigantesco lobo.

¡Hola! Aquí, Casandra

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¡Hola! Aquí, Casandra. Éste es el último fragmento del capitulo doce. Espero tengas los nervios a flor de piel. Si, en ocasiones soy un poco malvada. No puedo irme sin darte gracias por tus votos y comentarios ¡Besos! <3

REFUGIADAWhere stories live. Discover now