Capítulo 11 [11.2]

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Dan no tenía idea qué hacía Lisa en aquél paraje. Lo anterior no importaba, siempre y cuando alguno de los dos saliera de ahí. Tan pronto la reconoció, una especie de amargura albergó en su doliente corazón.

¡Maldita sea!

Justo cuando había decidido aparearse con la primera hembra con la cual se topara, tenía que encontrarse con una ya emparejada.

Notó un cambio sustancial en la postura de Lisa. La loba blanca lo inspeccionaba con aquellos ojos oscuros tan perspicaces, podía decirse que la curiosidad se reflejaba en éstos. Tal pensamiento lo disgusto enormemente, sin saber por qué. Estaba fuera de lugar gruñir amenazadoramente a la hembra, persistiendo en defender su propia impertinencia; sin embargo, no pudo contenerse. No podía permanecer en su maldita casa, puesto que en ésta residían los Gutiérrez. Sólo buscaba retomar su vida como cualquier cambiaforma haría, saliendo a cazar, apresando a una compañera entre los suyos y poner fin a toda la mierda que le tenía rondando día y noche.

«Marisol es la elegida» le decía la bestia.

«Es tuya» reclamaba cada vez que estaba en su presencia.

«He de conocerla» le exigía.

Sin olvidar, por supuesto, las veces en que tenía que recurrir a métodos poco convencionales para mitigar su excitación. Correr durante las mañanas, masturbarse durante las noches, encerrarse en su cochera los fines de semana. Todo, para crear una atmosfera donde ella no se sintiera amenazada. Por su bien. Por la bestia. Por el bien de cada uno de los Gutiérrez.

Ahora. Ahora que se atrevía a aseverar que era suya. Marisol destrozó sus esperanzas. El pensamiento lo mareó, lo abrumó hasta el grado de pretender aullar a la luz de la luna. Su forma redonda, su aspecto perlado, seducía hasta el más rebelde de sus vasallos.

¡Qué caritativo e implacable poder desprendía!

La ninfa de plata procuraba los sueños de todo aquel que proclamara su devoción. Se decía que ésta bendecía a los enamorados que se unían bajo su presencia. Dan deseaba perderse en ella, reclamando su aversión por su destino.

¿Por qué los Dioses Supremos lo castigaban de tal forma?

¿No era ella, la ninfa piadosa, la que velaba por su bienestar?

Dan maldijo en su interior, centrándose nuevamente en la profundidad del bosque. La forma en la que las hojas eran mecidas por el viento, lo reconfortaba.

—Deliciosa sinfoníapensó para sí

Tenía que encontrar a su compañera cuanto antes.

—¿Daniel?— inquirió Lisa, irrumpiendo en aquel sueño.

Él se volvió y la vio de pie, a dos metros de distancia. Completamente desnuda. Su cabello negro caía encima de sus hombros, en uno de cuales, se apreciaba el tatuaje de un cardenal. Se la veía en buena forma. Sus piernas torneadas conservaban ese exquisito bronceado por cada rincón de su tez. Seguía siendo verdaderamente hermosa.

—¿Qué haces aquí?

Dan no pudo pasar por alto la impertinencia con la cual se dirigió hacia él, como si fueran conocidos de toda la vida. Las cosas jamás resultaron de esa forma, Lisa nunca le volvió a dirigir la palabra después de emparejarse con Duncan. Era absurdo que si quiera lo llamara por su nombre.

—¿No deseas hablar conmigo?— preguntó ella.

Eso debería preguntarte yo a ti guardó para sus adentros.

Ella esperaba que le siguiera el juego, Dan podía preverlo. Deseaba que él cambiara a su forma humana y respondiera estúpidamente. Pensó en irse y estaba en ello, cuando Lisa se interpuso nuevamente en su camino. Él viró en dirección contraria, esquivándola. Ella lo siguió, interponiéndose con cada nuevo movimiento que ejecutaba.

REFUGIADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora