Capítulo 7 [7.1]

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El ulular del búho había cesado, al igual que los pasos de un grupo de roedores ocultos en sus madrigueras

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El ulular del búho había cesado, al igual que los pasos de un grupo de roedores ocultos en sus madrigueras. Sólo el sonido de las hojas de los árboles danzando al compás del viento era audible. Ahí, en medio de aquella boscosa inmensidad, la mujer lo miraba atenta y completamente inmóvil. Había estado oculta detrás de un tronco pero, él podía olfatear su dulce esencia.

Se acercó cauteloso, sosteniendo el aliento. El cabello largo y castaño se ondeaba al viento, sus ojos oscuros estaban fijos en él; el lobo se acercó poco a poco, implorando porque no le temiera. La bestia deseaba acercarse, olfatearla, frotarse contra ella. Deseaba ser aceptado, o cuando menos, tolerado.

Acércate, no te haré daño— intentó decirle, repeliendo sus orejas puntiagudas y agachando la cabeza con cada paso que daba. Estaba a punto de gimotear con tal de que ella permaneciera justo donde estaba. Sin embargo, un olor ácido arribó a sus fosas nasales, un olor desagradable que lo hizo formar inconscientemente una mueca.

Un gruñido inadvertido brotó desde su garganta.

Ella lo vio con pavor, llevándose una mano hacia la boca que enfatizó su expresión de completo horror. Ella temblaba, tratando de no emitir ningún sonido. El lobo retrocedió, arrepentido. La mujer aprovechó aquella oportunidad para alejarse. Su grácil silueta se perdió en la maleza, al igual que su esencia; dejando el corazón del lobo un poco más roto.

Hombre y bestia permanecieron en su sitio, preguntándose cuándo tendrían la posibilidad de conocer a una compañera que los aceptara sin importar su condición. El lobo podía llegar a proteger a la hembra que Dan escogiera, aún sin revelar su segunda naturaleza. No obstante, el hombre no podía someter a la bestia a aquel suplicio...

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El clan se reunía con poca frecuencia durante el año. A menudo, sólo los representantes de cada clase eran solicitados para dar su opinión al alfa. Por una parte, se contaba con los Centinelas, representados por Simon Crowley; los Rastreadores, cuya líder era la temeraria Aishani Barua; y los Guardianes, a cargo de Philip Anderson, quien también fungía como omega.

Por supuesto, se contaba con las presencias de Rafael Salazar, Nicholas Weiberg y Deborah Font, éstos últimos, experimentados beta de la manada.

No obstante, en esta ocasión, la presencia de todos los que conformaban el clan había sido requerida por el alfa, Marcus Romano.

Todos tenían un papel importante para contribuir a la supervivencia del clan y la comunidad de Refugio. La estructura organizacional era de vital importancia para mantener la paz en el pequeño pueblo. No sólo protegía la confidencialidad de una gran parte de sus habitantes, también ayudaba a la supervivencia de los cambiaforma como raza. Los roles estaban delimitados desde la fundación del mismo Refugio.

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