Capítulo 10 [10.1]

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La tarde del sábado, Connor Hardwick arregló el molesto rechinido del escalón situado en la entrada de su residencia

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La tarde del sábado, Connor Hardwick arregló el molesto rechinido del escalón situado en la entrada de su residencia. Después de dar algunas rondas en su auto patrulla, visitó a Mona O'Donell para un corte de cabello y mantuvo una plática poco sustancial con Quentin Davalos acerca de una furgoneta de segunda mano que el macho planeaba comprar.

Poco antes del trayecto a casa de sus padres, Christine Hardwick, madre de Connor, habló con él por teléfono y acordaron discutir su viaje a Seattle una vez que él llegara. Desde que había comprado a Felicia Jones la cabaña cercana al lago Greenwood, Connor pasaba todos los fines de semana con sus padres en la residencia familiar. Esta vez, la velada se centraría en la boda de Elle Hardwick, única prima de Connor, la cual sería celebrada dentro de dos semanas en un elegante hotel de la gran ciudad.

Misma razón por la cual Christine había llamado, recordándole comprar una elegante corbata para la ceremonia. Quien conocía al macho, con seguridad sabía que apretó los dientes al escuchar este recordatorio, al no tratarse del tipo de sujeto que acostumbrara la formalidad en su atavío.

Muchos pensaron que había sido una mala fortuna que Christine estuviera al teléfono cuando el accidente ocurrió. Algunos más atrevidos, osaron señalarla como partícipe del infortunio; provocando que Christine Hardwick se sumiera en uno de los momentos más deprimentes de su entera existencia. Por supuesto, Seth Hardwick hizo caso omiso a las calumnias. En realidad, no sorprendió verlo de mal humor. Lejos de estar molesto con los insidiosos, se rumoraba que había salido bajo la protección de la bestia para dar caza al culpable.

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Daniel sabía tomarse casi todo con aplomo.

A los doce años, cuando Ethan McKinley lo había empujado por la "carabina", una brecha de tan sólo un metro de anchura con mohosas piedras anulares que conducían hacia un manto acuífero donde abundaban las sanguijuelas, se lo tomó bastante bien. Se dio una buena zambullida y descubrió, desafortunadamente, que no había sido un cuento inventado por los demás chicos. Pensándolo bien, Ethan no lo había empujado. Lo había retado a arrojarse del último peldaño. Daniel accedió con la única condición de que él también lo hiciera. Por supuesto, Ethan, quien siempre había sido un hijo de puta, no saltó. Dejando a Dan como un crío empapado y nauseabundo.

A los dieciocho años, Dan partió hacia Charlotte con los hermanos McKinley y Roy en lo que ellos llamaban, «el festejo de una merecida gloria». Dan era un joven cambiante y estaba listo para pavonearse frente algunas universitarias alcoholizadas y tipos duros que frecuentaban Rush con su exquisito ambiente nocturno en plena ciudad. Fue así, que se escabullo con aquél trío tan problemático. Aquella noche, la ansiedad sobrepaso a Daniel y tomó la camioneta de su padre sin previo aviso. Al llegar, nadie le había advertido lo sensible que estarían sus oídos, provocando que su cabeza martillara al instante. Fue así, que su «merecida gloria» quedo arruinada. No sólo no había conseguido prestar atención a las chicas que desfilaban por las mesas con faldas tan hilarantes que difícilmente cubrían sus traseros, sino que había sido castigado por pasar la noche en la quietud de la camioneta. Entre tanto, Ethan, Matt y Roy platicaron abiertamente de sus conquistas durante más de una semana.

REFUGIADAWhere stories live. Discover now