♡Capítulo 69♡

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El primer día que llegaron no había prestado atención a su alrededor, por estar lamentándose mentalmente

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El primer día que llegaron no había prestado atención a su alrededor, por estar lamentándose mentalmente. Viro su mirada por cada rincón de la vieja—pero gran—casa de sus abuelos. Seguía igual a como la recordaba cuando era una niña—llena de memorias y momentos inolvidables; sonrió con nostalgia. Podía recordar como su abuelita siempre le preparaba galletas recién horneadas de chispas de chocolate con un vaso de leche (recién ordeñada de la vaca) mientras miraba la televisión en el gran televisor de la sala. Esos sí que eran buenos tiempos.

Se dirigió a la puerta trasera de la casa. Aun recordaba la zona por lo que no dudo en salir al gran campo de pastizal—verde y frondoso—tal como recordaba. Se sentó en la silla colgante que se encontraba cerca, recibiendo el aire golpear contra su rostro por cada movimiento en esta. El cacareo de las gallinas, el mugido de las vacas y relinchar de los caballos a lo lejos era tan relajante. La mayor parte de sus memorias eran precisamente en el campo de sus abuelos.

Siempre acompañaba a sus abuelos—cada que se le permitía— ayudar con las tareas del rancho. Podía mirarse a sí misma con su overol amarillo de flores y botas altas de cuero corriendo detrás de las gallinas; sin olvidar las travesuras de niños que a veces le hacía a sus abuelos. Eran incontables las veces que sus mayores la consintieron con lo más mínimo y como su abuelo trataba de hacerla reír con sus chistes malos, pero que aun así le sacaban una sonrisita. Sin embargo, ver los atardeceres juntos era su actividad favorita.

Era una niña muy feliz.

Extrañaba no preocuparse de sus acciones y simplemente disfrutar de la vida.

—Bonita vista, ¿no crees?—su abuela tomo asiento junto a ella sin quitar la vista al hermoso atardecer asomándose por el gran campo. — ¿Recuerdas todas la veces que veníamos aquí a sentarnos a verlo?

La omega asintió sin despegar su atención al cielo pintado de vivos colores azules, anaranjados, rojizos y amarillos, mientras el sol se iba ocultando por el horizonte junto con el canto de las avecillas; dando la bienvenida al canto de los grillos u otros animales nocturnos.

—Eras solo una bebita cuando tus padres te trajeron por primera vez. —habló nuevamente la omega vieja haciendo que la chica prestara su atención en ella. —Es un hecho que no lo recuerdas, pero no dejabas de llorar. Tratamos de todo sin éxito, bueno eso creímos, hasta que salimos al patio trasero. Ahí fue cuando dejaste de llorar. No sabíamos el porqué de tu repentino callar. ¿Tienes idea de que pudo ser?—miró a su nieta con una pequeña sonrisa para luego soltar una risilla al ver que negó con grandes ojos curiosos. —Te quedaste admirando el gran ocaso con esos hermosos ojos miel que brillaban hermosamente por los últimos rayos de luz.

Meztli noto la nostalgia en aquella—cansada y rasposa—voz, su sonrisa jamás borrándose de su rostro. Allí fue cuando la menor recordó que su abuela ya no era la misma omega de antes. Los años habían hecho su trabajo en ella, dejando rastros de como el tiempo avanzaba en un parpadeo. Su rostro mostraba las arrugas que se iban formando junto a la edad. La vejez no era algo que podía evitarse por más que uno le sacara la vuelta. Era la viva demostración de todo lo que un ser humano ha culminado en este mundo y que sus almas cansadas debían regresar de donde vinieron—dejando atrás ese cuerpo que se les presto. La omega odiaba pensar que sus abuelos no eran eternos, pero pronto serian libres.

Una Historia Muy Cliché- OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora