PEQUEÑO CORAZÓN

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— ¡Agni! —saludó Enzo y la joven quitó las mechas negras de su frente y terminó de firmar los nuevos contratos de los empleados ingresados. Su hermano mellizo se sentó frente a ella esperando pacientemente.

Quien debería estar firmando los contratos debía ser su hermano mayor Zigor, pero también era profesor en la universidad de la isla y constantemente estaba corriendo de un lado a otro, así que ella quiso facilitarle, al menos por ahora que no estaba restaurando bienes y solo daba las visitas guiadas en el museo y alguna que otra exposición.

— ¿Cómo es que Zigor no se aburre de esto? —inquirió la joven guardando los contratos, a los segundos tocaron la puerta y la secretaria de su hermano ingresó, pero así como entró rápido, salió con la misma velocidad.

—Años de llevar el museo en sus brazos, aún más cuando madre abandonó esto.

—Deja de culparla, no era su obligación.

—Era una ayuda a sus hijos, Agni, claro que era su obligación.

—No voy a discutir contigo. Olvídalo.

La joven tomó el celular y salió de la oficina siendo seguida por su mellizo, ninguno habló, ella prefirió admirar las remodelaciones del museo, más amplio y con todo lo que tenían guardado de los Dioses, más libros restaurados, así como pinturas y esculturas, que ella y su equipo se habían encargado de encontrar y hacer la renovación que les llevó años.

Ese tiempo generó mucho gasto que el museo Brais no podía permitirse, así que este año, exactamente ese día se haría una exposición y abriría sus puertas a todo aquel que viniera a conocer el mundo que poco a poco se iba perdiendo.

La joven se detuvo en una escultura en particular, le había tomado mucho tiempo restaurar, se había concentrado tanto en él que olvidó a los demás. Estaba sentado, tenía una media sonrisa en la boca y los ojos cansados, tal vez la deidad había fingido, o por la mirada a un punto específico, parecía que veía algo que lo hacía feliz.

Debajo de la escultura, donde él estaba sentado estaba escrito; Erein, Dios del mar. Ella suspiró, había estudiado a todos los Dioses desde muy pequeña, fue su obligación, la de toda su familia, de sus antepasados, debían conocer al derecho y al revés a quienes protegían.

— ¡Ya estoy aquí! ¿Firmaste todo lo que te pedí, Agni? —su hermano Zigor avanzó con rapidez hacia ellos, por unos segundos se quedó viendo la enorme escultura de Maua, Agni quiso descifrar como la miraba, pero el mayor pestañó con rapidez y luego volvió a ser el duro hombre.

—Tu secretaria tiene todo. Todo está listo para hoy, la seguridad ya llegó e hicieron su formación, solo faltaría en este sector principal, también las cámaras fueron colocadas en puntos específicos —ella señaló una que miraba directamente hacia el Dios—. Papá y el abuelo están en el segundo piso ordenando la protección de la habitación cero, y bueno, nosotros aquí.

—Bueno, vayan a cambiarse, yo me encargaré de lo que queda.

Zigor vio a sus hermanos alejarse, cada uno por su lado, seguramente habían hablado de su madre, un tema que los alejaba, aun cuando eran un solo corazón. Eran unidos, él siempre busco tener algo así con ellos, pero era lo que Agni y Enzo tenían; era una bendición de alguno de esas deidades que tanto protegían.

Él se cambió rápido en su oficina, peinó su cabello rubio y luego se puso la corbata negra, con más cuidado. Se miró al espejo, tan serio, tan amargo y tan enamorado de una leyenda que protegía. Sacudió su cabeza, abrumado, las últimas noches no había dormido bien, solo era eso.

EL MAR TE ESCUCHA (I)Where stories live. Discover now