FALACIAS

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— ¿Liev? —preguntó confundido Erein, miró alrededor y sus ojos cayeron en las vitrinas de cristal donde habían estado sus corazones, ni un solo rastro. ¿Dónde los había escondido, Uriel Brise?

—He caminado por aquí y puedo asegurarte que los mortales son peculiares, ¿por eso Elan no quería que anduviéramos por aquí?

— ¿Qué estás haciendo?

—Dándoles un poco de diversión —esbozó una sonrisa y luego fue directo al sillón, se acostó, acomodó su ropa y luego le sonrió de manera de despedida. Escuchó pasos, así que retrocedió para luego irse con el agua. La voz de su hermano menor hacía eco en su cabeza, y por el alboroto, sabía que había hecho algo más, algo grande. Era peligroso que estuviera cerca de los mortales, él especialmente, podía corromper o llevar a una guerra a cualquiera solo por diversión.

Siempre fue un Dios justo y misericordioso, pero eso no le quitaba lo juguetón, y esto para él era un juego.

No quiso estar más cerca de ahí, porque el enojo y la preocupación empezaron albergarlo, emociones de los mortales, están tanto tiempo cerca de ellos empezaba afectarlo. Así que volvió a las profundidades del mar, mientras los Brais peleaban.

— ¡Basta! —gritó Uriel eufórico, a su lado venía sus mejores hombres y de confianza, hombres que Agni siempre había detestado pero empezado a tolerar por cómo se movían en campo—. ¿Qué diablos está pasando aquí?

—Solo es una pequeña pelea —murmuró Enzo pero su abuelo no lo dejó terminar porque estampó su mano en el rostro de él, e hizo lo mismo con Zigor, que aunque este era alto, el anciano supo cómo golpear a los dos, dejándolos mudos, e incluso a ella.

Su padre siempre fue amoroso, alguien cariñoso, severo pero nunca los golpeó. Pero, cuando sus entrenamientos fueron dirigidos por su abuelo, ninguno de los tres se salvó, y Dios sabe que Uriel les dio del alma. Aun llevaban algunas marcas que supieron ocultar bien ante la vista de su padre, para que no hubiesen peleas, pero ella aún recuerda cuando a Enzo desnudo lo mantuvo afuera, cuando era época de invierno, o como a ella la apedreó por no dar el mismo rendimiento que Zigor o Enzo, pero siempre lo peor se lo llevó su hermano, con azotes, baños helados cuando hacía 2 o 3 grados, y peores cosas.

Ellos respetaban a su abuelo, lo querían, pero Agni estaba segura que ninguno de sus hermanos había olvidado lo que el anciano hizo, así que cuando estaba lo suficiente cerca, todos estaban incomodos como ahora, que la discusión pasó a segundo plano y ambos hermanos estaban furiosos, pero no unos contra otros, sino contra su abuelo, quien lucía demasiado tranquilo.

— ¿Por qué le has pegado, papá? —La joven soltó un suspiro al ver a su padre llegar, cansado y de una operación, de esas que estaban siendo secretas para los tres hermanos—. ¿Papá?

—Tus hijos ya no son unos niños, Héctor, deben aprender a respetar.

—Son adultos, por lo tanto entienden cuando se les habla, ¿no es así? —los miró y los tres a regañadientes asintieron—. No vuelvas a tocarlos, padre, no está permitido.

— ¡Tengo el derecho de corregir una actitud mala de ellos, y más si son adultos! ¿Cómo van a estar peleándose en medio del museo? —su padre miró a sus hermanos seriamente, los dos le sostuvieron la mirada, ellos respetaban y amaban a su padre.

—No vuelvas a pegarles. Nunca. —Sentenció su padre y mantuvo su mirada en sus hermanos—. A los dos, los espero en mi oficina. Ahora.

EL MAR TE ESCUCHA (I)Where stories live. Discover now