LOS PRIMEROS PECADOS

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Eren abrió los ojos cuando el sol le dio de golpe en el rostro, ladeó la cabeza y subió su brazo para cubrirse, trató de adaptar sus ojos a la luz hasta que poco a poco lo hizo. Se acomodó en la cama y luego miró la hora. Eran pasadas de las tres de la tarde, tenía sed, hambre y no sabía cómo llegaba ahí, lo último que recordaba era haber estado tendido en la orilla escuchando a Liev hasta que ya no pudo soportar el dolor.
¿Sería verdad?

El hecho de estar tanto tiempo con los mortales hacía que ellos perdieran la divinidad, o el hecho de no estar los cinco causaba que su poder disminuyera, que las heridas dolieran, que sintieran como ellos. ¿Cómo fueron ciegos? ¿Cómo no se percataron de aquel error?

— ¿Te gusta el pescado? —La voz burlona de su hermano lo hizo girar para verlo, estaba acomodando una mesa, sirviendo la comida y luego abriendo una botella de vino—. ¿O prefieres carne?

—Gracioso —murmuró con la voz ronca poniéndose de pie para caminar hacia donde estaba su hermano. Se quejó y bajó la mirada viendo que llevaba el torso desnudo y su abdomen cubierto por vendas—. Esa mujer va a matarme.

—Eres un Dios, es imposible que mueras —contestó Liev sentándose para después admirar el panorama desde el barbo, una hermosa vista, una frescura que nunca sintió al estar en el infierno—. Ven y come, lo necesitas.

— ¿Cómo llegué aquí? ¿Cómo sabías su ubicación? —Erein tomó la copa con jugo de naranja, dio un sorbo y suspiró aliviado, después de segundos ya no la sintió arder.

—Tu gente siempre anda cerca para rescatarte, no fue difícil que me llevaran a este lugar —explicó su hermano menor—. Es un hermoso barco, ya veo porque pasabas mucho tiempo aquí, el infierno era lo puesto, nada de calma.

—El mar no siempre tiene calma, hermano, nunca se le conoció por eso.

— ¿Qué vamos hacer?

—Quieres despertar a nuestros hermanos, ¿quieres que Elan traté de acabar con Maua? —Erein trató de comer, pero no tenía hambre, ahora solo podía pensar en todo lo que se podría venir si sus hermanos despertaban, lo que se desataría si eso llegase a suceder. Era algo que se salía de sus control, ni ellos podrían librar a Maua de las manos de Elan.

Cerró los ojos y fue inevitable no poder recordar las tantas veces que Elan corrió hacia ellos, protegiéndolos, siendo ellos en los momentos de reuniones, en aquellas fiestas tan aclamadas donde sus protegidos le agradecían por ser tan bueno.

—Seguro llegará tarde, es algo muy normal en ella — Elan murmuró algo molesto al ver que su hermana no cruzaba las puertas del reino. Erein sonrió dando un sorbo al jugo de arándanos viendo que cada vez el mayor de los hermanos se molestaba.

—Cálmate, ella ya no es una niña —explicó el dios del mar viendo como sonreía de una manera escalofriante, pero así eran sus facciones, no se podía distinguir si era muy atractivo o tenía los rasgos de una persona mala. Tenía ojos grandes, serios que solo brillaban cuando veía a sus hermanos. Junto con él, eran los mayores, así que constantemente estaba sobre los demás para saber si hacían las cosas bien.

—Ahí está, brillando como ella misma —la voz jovial de Liev los hizo sobresalta. El menor de ellos llevaba el cabello trenzado, sus ropas negras que arrastraban y la peculiar manera de sonreír provocando que todos cayeran dispuesto hacer lo que él pedía—. Y atrás de ella de manera tímida está nuestra querida Solda.

Los hermanos mayores se giraron viendo como sus hermanitas captaban la atención de todos, Solda llevaba su cabello rubio más corto de lo normal, y era porque el otoño había empezado y tenía como costumbre cortarse el cabello aludiendo la caída de las hojas.

EL MAR TE ESCUCHA (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora