EL DIOS OSCURO

2 2 0
                                    


Ahora que Agni estaría por unas semanas en cama, Zigor se había encargado de llevarle toda la información que ambos necesitaban para poder estudiar a los Dioses y descifrar los secretos que envolvían su despertar. La joven había estado muy irritante, más que nada por no poder trasladar y estar en las operaciones que su abuelo había ordenado, habían sellado el puerto para que ningún barco que no perteneciera al puerto, lograra ingresar, pero eso sería inútil, si Erein quería algo, nada lo iba a detener.

Enzo por su parte había pasado más tiempo en el museo, justamente en el salón donde estaban las cámaras de seguridad que apuntaban al Dios del infierno, las pocas horas que dormía, siempre a sobresalto, porque era como si alguien recorriera el museo, todos los pisos y hasta creía escuchar una risa haciendo eco por todo el lugar. Pero solo era su mente dándole una mala jugada y él cayendo.

Tanto su abuelo con su padre estaban esperando que su hermana se recuperara así dirían el lugar exacto donde se encontraban los corazones, ya que habría una rotación y les tocaría a los tres cuidar de los corazones, por ahora no podían abandonar el museo, por el Dios y para mantener la careta de la familia Brais.

Enzo ese lunes llegó más temprano al museo, estaban limpiando y los de seguridad haciendo relevo, saludó mientras daba cortos sorbos a su café bien cargado, fue directo al salón donde se encontraban las cámaras de seguridad y pidió la que estaba en la habitación con el Dios. Observó todo, desde los objetos hasta la posición de Liev, todo estaba bien, perfectamente bien.

Maldición.

Algo le decía que ese Dios estaba despierto, que les veía la cara, pero no podía demostrarlo.

— ¿Otra vez aquí? —Preguntó con fastidio Zigor y Enzo rodó los ojos tomando su café ahora frío, se giró hacia su hermano y le regalo una falsa sonrisa—. Hoy toca visita guiada, y justo del Dios que te quita el sueño.

Señalo hacia la cámara donde la deidad seguía dormida. No dijo nada y salió de ahí, dejó sus cosas en su oficina y luego bajó hasta el segundo piso donde se encontraba todo sobre Liev, desde sus pinturas, su escultura y parte de armas que usó, y se encontraron tiradas, algunas rotas y otras solo eran bocetos por observadores que lo vieron, por viajaremos que aseguraron verlo salir mientras la tierra se abría, y justo ahí, tener a muchos minotauros atrás suyo.

Enzo avanzó y sonrió cuando vio a la multitud reunida, pero esta vez no se trataba de turistas, eran muchachos de universidad, primer año, ya que no dejaban de mirar a la profesora con ojos de ilusión y se atrevería a decir que algo más. Eran un grupo de grande de treinta, la mayoría llevaba el celular encendido en su dirección y los de adelante con su cuaderno anotando todo. Él aclaró su garganta y tuvo a las muchachas viéndolo, poniendo demasiada atención y quiso reír.

— ¿Cómo están? Soy Enzo Brais, sí, uno de los dueños del museo y aparte soy un historiador —dio unos pasos hacia adelante al ver la atención que le ponían—. Soy un investigador de las historias pasadas, así que hoy les contaré una historia. ¿Conocen a los Dioses de Akino? ¿Qué saben de ellos?

—Las deidades que vivieron en esta isla, decían que era su reino. Dicen que su acto más horrible fue la muerte de muchos, arrasó con la mitad de esta gente, solo por envidia —levantó una mano una muchacha y Enzo asintió.

—Según lo que se lee y lo que usted publicó en las revistas de la universidad —comentó una rubia de ojos saltones, se movió y Enzo alzó las cejas esperando su respuesta—. Fue un acto de envidia, el querer ser humanos los llevó a su perdición.

— ¡Yo! —Exclamó un muchacho de anteojos—. Todos causaron mucho mal, pero, el Dios del infierno causó peores cosas. ¿Nos puede contar de él, por favor?

EL MAR TE ESCUCHA (I)Where stories live. Discover now