SUEÑOS QUE PARECEN REALES

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La última vez que habían almorzado los hermanos, fue cuando era el cumpleaños del perro de Agni, que un año después apareció muerto. Zigor no salía con sus hermanos, no tenía ratos de películas o domingos de parrilla. No, él no estaba lo suficiente involucrado con ellos, y lo agradecía, aunque muchas veces había necesitado de ellos.

Cuando llegaron a su restaurante favorito, los hermanos tomaron asiento afuera del restaurante, donde había ruido, y su voz no hacía eco. Se sentaron, pidieron la carta y a los segundos llegó uno de los meseros, de las pocas personas con las Zigor era amable. El viejo, dueño del restaurante esbozó una sonrisa calidad, y el mayor de los hermanos le fue imposible no corresponder. Corta, pero ahí estaba, algo que sorprendió a Enzo, ya que el rubio jamás sonreía.

— ¡Niño Zigor! —El anciano sonrió y el aludido se puso de pie correspondiéndole el abrazo que hizo feliz a ambos—. ¿Quién te acompaña, querido muchacho?

—Él es mi hermano menor, Enzo —lo presentó y el mellizo sonrió dándole la mano—. Pensé que estarías descansando.

—Oh, no, ¿Qué sería sin mí este restaurante? —dijo con los ojos chispeantes—. Yo mismo prepararé sus almuerzos, para ti, ¿sigue siendo el pollo con verduras y pan de casa?

—Nadie hace el pollo como tú —Zigor se sentó y el anciano sonrió con las mejillas teñidas de rojo.

— ¿Y para ti, mi niño? —la ternura de aquel hombre conquistó el helado corazón de los Brais.

—Sorpréndame, nunca he venido y quiero saber que tiene capturado a mi hermano.

— ¡Pronto les traigo sus pedidos! Ahora mandaré cerveza artesanal y disfruten.

Zigor lo vio recorrer cada mesa y robar más de un suspiro. Quería a ese viejo, desde que empezó a manejar su dinero empezó a venir ahí, estaba en la secundaria cuando encontró aquel pequeño lugar que tenía uno que otro cliente, ahora era de los más grandes y concurrido. Piro era un experto en cocina, dueño y gran hombre.

—Parece un buen hombre —señaló Enzo viendo que los ojos de su hermano tenían un brillito. Las cervezas llegaron y ambos chocaron los vasos para después dar un sorbo y suspirar. Cuanta maravilla en la comida y en el licor, pequeños placer que uno se podía permitir.

—Esto empezó siendo nada, ¿sabes? Tenía catorce años cuando conocí este lugar y desde entonces lo visito.

—Una eternidad, Zigor, si estás por cumplir los treinta y seis —Enzo se sentía raro, nunca había mantenido una conversación tal ligera y normal con el rubio—. Parece que la gente lo ama.

—Piro se hizo amar de cada uno de los clientes, hace poco enfermó y cuando vine me sorprendió al ver a más de cien personas preguntando por su estado de salud y míralo, ahora camina como un árbol viejo y duro —dijo con diversión y Enzo admiró eso. ¿Alguna vez había visto a su hermano así? No, nunca. Parecía ser otra persona cuando estaba lejos de los Brais, parecía ser más humano.

—Bueno, mientras esa deliciosa comida está, hablemos. ¿Nadie nos escuchará aquí?

—Eres un historiador y yo un profesor, ¿crees que somos algo interesante? —inquirió su hermano mayor, sacó de su maletín varios libros y los regó en la mesa, que agradeció que fuera grande. Tomó uno de los tomos, grande, viejo y pesado—. ¿Qué más recuerdas de la visión? ¿Viste a la mujer? ¿Cómo se oía? ¿Tenía tatuajes?

—Nunca la vi, pero si la escuché, era una voz suave de esas que te hacen sonreír al instante. Como si fuera calma —relató el menor, luego al procesar sus preguntas lo miró con confusión—. ¿Tatuajes? ¿De qué hablas?

EL MAR TE ESCUCHA (I)Where stories live. Discover now