EL INFIERNO LLEVA SU NOMBRE

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Zigor nunca había tenido una novia, nadie a quien llevar al baile de graduación o quien lo esperara en casa mientras le contaba cómo le había ido en su fabuloso día. No. Nunca tuvo eso. Él estaba siendo lo menos egoísta para que ninguna mujer pasara por lo que Laura pasó, el enamorarse de un Brais y luego ver a tus hijos de aquel amor ser preparados para una guerra sin final, él no podía hacer eso a ninguna mujer, así que se había encargado de no relacionarse de esa manera con nadie.

Su abuelo en el último año había estado sobre él, pidiéndole un nieto ya, porque el tiempo corría y él se estaba tardando, era su obligación, había jurado obedecer cada regla, ¿por qué ahora todo parecía tan difícil?

Debía estar con una mujer de las que vendía su alma y su cuerpo, ofrecerle una suma de dinero, embarazarlas y luego cuidar de ellas hasta que tuvieran al bebé, y luego a la mujer le depositaria mensualmente para que se cuidara. Cuando entregaba al bebé, firmaría los papeles donde cedía los derechos del niño y luego solo él debía cuidarlo.

¿Él podría?

Había evitado a toda costa cometer un error, y lo había hecho en los últimos años, hasta esa noche cuando despertó en la habitación de un hotel de mal aspecto, con un olor fuerte a sexo junto con cigarrillo. Se levantó viendo su ropa regada, él estaba desnudo, así que como pudo se cambió mientras su cabeza daba vueltas, aun mareado, ¿tanto tomó ayer? No recordaba haber pasado de la copa diez, y él siempre había tenido bastante control con las bebidas alcohólicas, ¿entonces como no se acordaba?

Miró alrededor y luego sacó su billetera, revisó pacientemente rogando para no encontrar la envoltura y maldijo al hallarla ahí, tan impecable.

— ¡Maldición! —gritó sabiendo que no había usado protección. Trató de recordar el aspecto de la mujer, todo sobre esa noche, pero no había recuerdos, eran habitaciones en blanco.

Se puso los zapatos y salió, viendo que el aspecto del lugar era incluso peor afuera, avanzó con cuidado, revisó si había cámaras, pero con las justas y tenían luz, ahora él venía a pedir cámaras. Cuando llegó al primer piso encontró al dueño, fumando un cigarrillo barato, traspirando como un animal y teniendo una cerveza a su lado.

— ¡Mi amigo! ¿Qué tal el servicio? —Zigor le lanzó una feroz mirada y el tipo borró la sonrisa que llevaba en el rostro, dejó de fumar y lo vio.

— ¿Tienes cámaras de seguridad? ¿Quién pagó? ¿Cuál era el aspecto de la mujer? —Al ver que el hombre se quedaba callado, Zigor golpeó la mesa con fuerza y el tipo gordo saltó, tartamudeando.

—Yo, no, aquí no hay cámaras de seguridad y se pagó en efectivo —el tipo sacó con rapidez el cuaderno donde tenía apuntado los ingresos, firma y a veces lo que retenían de los que entraban al hotel—. Ella era hermosa, tenía el cabello largo y un vestido corto, no puedo recordarla, ayer fue un día bastante movido, señor.

— ¿Qué dejó ella?

—Una tarjeta, señor —el viejo con los dedos temblorosos le entregó una pequeña carta. Zigor la tomó y la leyó con rapidez.

"Voy un paso adelante tuyo, Castigo, ¿vas acercarte?"

¿Quién diablo era esa mujer?

Ni siquiera agradeció, se puso el saco encima y salió en busca de un taxi, al ver que la gente lo miraba por cómo iba vestido, torció la boca. De su bar que quedaba en el centro, había terminado en el lugar más pobre de la isla, oliendo a cigarrillito y con la cabeza siendo un nido de pájaros.

EL MAR TE ESCUCHA (I)Where stories live. Discover now