HUELE A PAZ

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Liev vio cómo su hermano se alejaba, se perdía de su vista. Él apretó los labios, cada palabra que le había dicho resonaba en su cabeza de golpe, así que con la mirada pidió que todos volvieran a su labor. Él avanzó hacía el castillo, serio, incluso iracundo pero trató de calmarse.

Se quedó de pie frente a los tres niños que comían, no llegaban a los tres años, ellos lo miraron, los ojos rasgados y sonrisas amables, como si esa fuera la solución a todo. De esas criaturas, él había creado muchísimas, eran su ejército, había tenido tantos siglos para hacerlos.

—Vamos, Helena. Te mostraré el paraíso.

La mujer de cabello rubio y ojos apagados asintió, pero antes de irse dejó un beso en la frente de cada hibrido, estos tirando más para humanos, lo que los hacía más débiles.

—Cuídense, mamá y papá ya vuelven —ella les dijo y los niños asintieron repetidas veces. Liev entrelazó sus dedos con los de la mujer, salieron del reino y él pidió que tuviera listo un caballo únicamente, tomó a la hermosa mujer de la cintura y la elevó para que se sentara con cuidado en el caballo, luego él subió. La sostuvo e incluso olió su cabello, que esa mañana olía a rosas como siempre.

Su vestido iba manchando con comida y algunos dibujos que los niños habían hecho, los tres últimos, él se los pudo dar para criar y ella se aferraba a ellos para no terminar consumida. Pobre criatura.

—Hueles muy bien, Helena. Siempre he creído que los vestidos blancos te quedan muy bien.

—Incluso si solo llevara un mantel manchado por Leopoldo dirías lo mismo, Liev —ella soltó un risita suave y eso calentó el corazón del dios del infierno, claro que la quería, los primeros siglos la amó muchísimo.

—Tienes razón, querida.

— ¿A dónde vamos?

—Quería ver un lugar, pero quería que me acompañaras. ¿Eso está muy mal para ti, mi cielo? —inquirió con suavidad. Él nunca la trató mal, trató de que su cariño pudiera hacer que en algún momento lo amara.

—Parece un viaje largo. ¿Y los niños, no se asustaran si tardamos?

—Sus hermanos siempre están cuidándolos, ya es hora de que suelten a su madre.

—Apenas tienen tres años, ¿Cómo quieres que lo soltemos? —ella preguntó y él sonrió divertido. ¿Cuántos hijos habían tenido con ella? Cientos, venían de tres todos, y solo podían estar en sus brazos poco tiempo, porque ella se horrorizaba por la forma que tenían, ahora a todos cuidaba y quería.

Creyó que con los tres últimos pasaría el mismo efecto, pero fue diferente, el llanto de los niños la hizo sobresaltar y pidió verlos. Incluso él lo hizo, era híbridos, pero su forma tiraba más la de humanos y eso fue lo que hizo que Helana los amara de inmediato. Ellos poseían los cuernos de los minotauros, pero tenían el rostro de niños, una nariz chata gruesa y tenía las características patas de aquellas criaturas. Su complexión era como la de un niño de su edad, Liev temía por esos niños, pero sabía que si pasaba algo; sus hermanos se harían cargo de los tres.

— ¿Por qué los amaste?

—Ah, creí que lo sabias —respondió despistada—. Ellos no se parecían a sus hermanos, su rostro era tan tierno y tenían tus ojos, siempre me gustaron tus ojos.

—Son normales, son rasgados y con un color neutro. Encontrarías iguales en países asiáticos.

—Pero ninguno de miraría como lo haces tú —Liev asintió, serio, porque no quería demostrarle que sus palabras le afectaban, ella seguía amando al guerrero, lo sabía perfectamente, podía ver como su corazón vibraba por él cada que se mencionaba alguna historia de él por aquel lugar. Si ella supiera lo que él hacía con su alma, lo odiaría aún más.

EL MAR TE ESCUCHA (I)Where stories live. Discover now