OJOS Y CORAZONES

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Zigor terminó la clase en la universidad, cerró el cuaderno junto con la laptop y por el rabillo del ojo vio como sus alumnos se iban yendo del salón, miró la hora y comprobó que otra vez llegaría tarde, pero desde que se había unido al grupo de profesores de la universidad, equilibrar su horario con ser profesor, encargarse del museo y proteger los corazones, era algo que lo estaba matando en estrés, pero al ser el hermano mayor, tenía que tener todas esas responsabilidades.

Su padre se retiró del control del museo cuando él cumplió los treinta años, le dijo que ya era hora que se encargara, y así sucesivamente, pero al ver que él no tenía hijos, en un punto pasaría ese poder hacia uno de sus hermanos, pero sería para Agni, ella era la más responsable de los mellizos, Enzo lo era, pero seguía sin estar comprometido al cien por ciento de lo que significaba proteger esos corazones.

Guardó la laptop en el maletín, revisó algunos mensajes que tenía y luego se fue de la universidad, saludó y fue hasta el estacionamiento, sacó las llaves de su carro y se montó en él, manejando en dirección a la universidad. Puso algo de música, algo suave mientras que en cada parada se iba sacando la corbata, el saco y terminó con la camisa arremangada hasta los antebrazos, desabrochó los primeros botones y luego ya fue más relajado, más tranquilo.

Él enseñaba historia en la universidad, y se sorprendió al ver que había muchos alumnos apuntados en especial en la otra materia; Historia de los Dioses Akino, incluso en la especialidad, habían diez alumnos anotados, más de la mitad había querido que fuera su asesor de tesis, aún tenía que ver su presentación y ver con que alumno se quedaba.

Era sorprendente como esos alumnos querían aprender mucho más sobre esos cinco Dioses, mientras ellos querían ya salir de esa vida que les había costado mucho, como su madre, por ejemplo.

Laura, su madre, se fue cuando él tenía quince años, ella se hacía cargo del museo por completo, era una mujer muy inteligente que fue conquistada por su padre. Tuvieron hijos y ella entró de golpe a un mundo donde no estaba preparada, pero aun así se quedó, por sus hijos y porque amaba a su esposo. Pero todo se salió de control cuando Enzo quedó herido por un ataque al museo, cuando venían por el corazón, se sabía que afuera había más personas que tenían el conocimiento sobre los corazones y que también querían despertarlos.

La mayoría de las cicatrices que tenía en su cuerpo había sido por las incontrolables peleas por proteger esos corazones, y otras por viajar y averiguar que más escondían esos hermanos.

Cuando Enzo fue herido de gravedad terminando hospitalizado por meses, Laura ya no pudo más, y dejó a su marido, pero a sus hijos no, pero ellos quisieron quedarse y su madre se fue con el corazón roto. Recibían postales, pero ninguno quiso escribirle, cada uno tenía sus razones, y Zigor una mayor, porque no solo se fue por que Enzo se fuera, sino por la culpa que la perseguía.

¿Por qué se acordaba de ella?

Porque estaba en el café que tanto le gustaba a él, de pie, sosteniendo a su hijo de 4 años. Sí, ella se volvió a casar y la edad no fue un impedimento.

Estacionó el auto, le hizo señas y luego bajó, dejó el maletín dentro y solo bajo con el celular y billetera. Avanzó con cuidado, el rostro serio y la vio sonriendo, rubia como ninguna y tan blanca como el papel, él era el hijo mayor, y quien más se parecía, junto con ese niño de rizos dorados llamado Dorian.

—Laura, ¿Cómo estás? —Saludó Zigor con frialdad y su madre dejó de sonreír, seguía sin acostumbrarse que su hijo mayor no la llamara mamá—. Ha crecido, ¿Cómo es que se llamaba?

—Dorian, su nombre es Dorian —el pequeño de rizos dorados le sonrió mostrándole la falta de dientes. Él se mantuvo implacable, no tenía nada contra el niño, ni sentimientos. El pequeño niño no tenía la culpa de las decisiones de su madre.

EL MAR TE ESCUCHA (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora