~Capitulo 7.

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Estoy frustradísima por lo que pasó ayer en clase de natación. ¿Porqué no seré capaz de admitir que nunca voy a aprender a nadar? Y, claro,ya me puedo ir olvidando de bucear y todas esas cosas guays. Nunca lo voya conseguir. Estoy destinada a morir ahogada en algún estúpido accidenteen un bote de vela.Debería aceptar mi destino y llamarlo vida.En el bar de la cafetería han puesto un bufé de ensaladas. Eso deberíaalegrarme, pero es que da un poco de pena. Los muy idiotas solo tienencuatro verduras mal puestas. La lechuga tiene pinta de llevar ahí muchotiempo. Hasta las tiras de zanahoria parecen querer abandonar el barco. Asíque paso de largo mientras deslizo mi bandeja por la barra de la cafetería.Frunzo el ceño ante la oferta del almuerzo. Mis opciones se reducen a dos:malo o peor. 

La persona que viene detrás de mí choca su bandeja contra la mía. Medoy la vuelta, enfadada. Entonces me doy cuenta de que es Justin.

—¡Hola! —exclama.

 —¡Ah! ¡No sabía que eras tú!

 —¿Estás bien?

 —Sí. Bueno, más o menos.

 —¿Quieres hablar de ello? 

—No tengo muchas ganas.

 —No pasa nada.

 Empujamos nuestras bandejas.

 —Bueno, ¿con quién te sientas? — me pregunta.

 —Mmm — Miro hacia mi mesa —. Con unos amigos de One World.

 —Ah, guay.Empujamos las bandejas un poco más.

 —Este mediodía tenemos un gran abanico de deliciosas variedades —

 Justin hace un gesto con la mano señalando el expositor de comidas —. Losentrantes incluyen unas cosas de patata con una pinta un poco sospechosa,una plasta de rodajas de manzana apelmazadas y por allí veo unas cosasverdes.  

  —Suena delicioso.

 —Totalmente. Si pasamos a los primeros platos... puaj... creo que nosoy capaz de identificar ninguno. Pero hay una cosa de cuestionableconsistencia gelatinosa de postre que quizá sea un acierto. 

-Ay. 

—Eso es exactamente lo que he pensado cuando la he visto.Hace cinco minutos, me sentía fatal. No tenía ganas de hablar connadie. Ahora estoy riendo como si no me pasara nada.Cuando llegamos al final de la cola, Justin me quita el vale de lacafetería.

 —Yo invito — dice mientras tiende ambas tarjetas a la cajera.Ella las pasa, indiferente: no parece en absoluto sorprendida.

 —Muy generoso — le digo.

 —Sí, ¿verdad?

 Y ahí estamos, cada uno con su bandeja.

 —En fin — dice Justin.

  — Nos vemos —respondo

. —Sí. 

De repente, me doy cuenta de que estoy mareada y nerviosa. Mesiento en mi mesa.

 —Hola, Lani — me dice Danielle

 —. ¿Te ha llegado mi mensaje?

 —Sí. Casi me troncho.Danielle sabe que llevo un poco depre todo el día. A veces, cuando mequiere animar, escribe notas graciosas y me las mete en la taquilla.Normalmente son fragmentos de conversaciones que ha oído y que sabeque me van a hacer gracia. Esta en concreto va de un chico de último añoque fuma tantos porros que solo le quedan seis neuronas vivas a las que seaferra con todas sus fuerzas.No puedo comer, no me entra nada. 

El novio de mi mejor amiga.Where stories live. Discover now