~Capitulo 19.

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Cuando el autocar, que lleva al campamento arranca en el aparcamiento del polideportivo, una nube de grava se eleva en el aire. Se me pega a la piel sudorosa y se me mete en los ojos.

Estamos en plena ola de calor. Se supone que hoy va a hacer casi cuarenta y tres grados. Para terminarlo de arreglar, hay un montón de humedad. No quiero estar aquí. Erin quería que Justin y yo viniéramos a despedirla. Así que Justin nos ha traído en coche para que Erin llegue a tiempo al autocar que la lleva al campamento de verano. Erin está pavoneándose porque este año va en calidad de monitora en prácticas.

Va a estar en Vermont dos meses. Mientras Justin y yo nos quedamos aquí. Solos.

Los padres han venido a dejar a sus hijos. Los niños arrastran mochilas abultadísimas por la grava. El polvo húmedo lo rodea todo.

—Espero que el autocar tenga aire acondicionado — le digo a Erin.

—Yo también —responde ella —. Hace un calor terrorífico.

Justin se acerca y me arranca un trocito de grava del brazo. Me entra el pánico. No creo que se haya dado cuenta de lo que acaba de hacer. Está ahí, de pie, dándole la mano a Erin, entrecerrando los ojos porque el sol le da de frente. Quitarle un trozo de grava del brazo a alguien es una cosa completamente normal que un buen amigo haría sin ni siquiera pensarlo. Solo que, entre nosotros, las cosas no son tan sencillas. Cada vez que Justin hace algo así mientras Erin está cerca, me da terror que ella se dé cuenta.

Tuve muchísimas ganas de besar a Justin el día que me dijo que le gustaba. Nunca en mi vida había querido nada con tanta intensidad. Pero, evidentemente, no lo besé. Nunca habría sido capaz de volver a mirar a Erin a los ojos si lo hubiera hecho. Es una broma del destino que ella esté con el chico con el que yo quiero estar. O quizá el destino nos haya confundido y haya intercambiado nuestras suertes.

No besar a Justin aquel día fue lo más difícil que he hecho en mi vida. Nos limitamos a quedarnos en silencio, mirándonos a los ojos durante un rato larguísimo. Luego se acercó, como si fuera a besarme, pero yo me aparté. Le dije que no podía hacerle eso a Erin. Una buena persona no se enrolla con el novio de su mejor amiga. Ni aunque rompa con ella. No quiero hacerle pasar por eso, así que ni siquiera tiene sentido pensar en ello. Tengo que apartar esos pensamientos de mi mente y mantenerlos en el presente.

Esta es una situación de mierda, imposible y sin remedio. En un intento desesperado por desviar la atención del hecho de que Justin me acaba de tocar, estiro los brazos y grito en voz demasiado alta:

— ¡Ya lo sé! ¡Es absurdo! ¡Mira cuánto polvo!

Erin también tiene los ojos entrecerrados. Pero no por el sol: me está mirando directamente a mí. Porque lo sabe.

 Espera un momento. ¿Cómo puede saberlo? No hay nada que saber. Tengo que mantener mis paranoias bajo control.

—Bueno, chicos — Erin deja su mochila en el suelo. Le da unas cuantas vueltas a uno de sus anillos —, ya está: la próxima vez que nos veamos, seremos oficialmente estudiantes de último curso.

—Para eso falta mucho —replica Justin.

Aún le está sosteniendo la mano. Erin lo besa.

Yo miro a otra parte, restregando una de mis chanclas contra la grava.

—No te olvides de escribir —dice Justin.

—¡Más vale que no te olvides tú! — Erin agita el brazo. Ya nos ha dejado claro que escribir es obligatorio. Los móviles y los portátiles están prohibidos en el campamento —. Os lo juro: si no me llegan por lo menos dos cartas a la semana, volveré y os mataré.

—¡Dos cartas a la semana! —Justin finge que se muere en broma —. ¡Con eso ya me estás matando!

—Oh, sí, claro — dice Erin—. Ni que fuera para tanto.

—Los chicos no tenemos tantas cosas que decir —le informa Justin—, Estoy seguro de que Lani te escribirá sin parar.

—Por supuesto —prometo.

Es lo menos que puedo hacer. Los niños empiezan a montarse en el autocar. Un gruñido surge de la multitud. Alguien acaba de descubrir que no tiene aire acondicionado y que el viaje dura tres horas.

—Ánimo con eso —le dice Justin a Erin mientras le da un abrazo. Después, la abrazo yo.

—Te voy a echar de menos.

—Yo también —Erin recoge su mochila. Después nos saluda con un gesto de participante a un concurso de belleza — , Portaos bien.

La observamos mientras busca asiento. Contemplamos cómo el autocar arranca. Nos quedamos allí hasta que desaparece por completo. Erin parece tan emocionada... Como si pensara que, cuando vuelva, todo seguirá exactamente igual que lo dejó.

Como si nada fuera a cambiar mientras esté fuera.


El novio de mi mejor amiga.Where stories live. Discover now