~Capitulo 26.

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Hoy es el día más caluroso de mi vida. Hace unos cuarenta y ocho grados a la sombra. Si hubiera tenido que ir a trabajar, probablemente hubiera muerto de golpe de calor. Lo único que me apetece es sentarme en el sofá con el ventilador frente a la cara y leer mi nuevo libro. Pero eso no va a pasar. Lo que va a pasar es que voy a tener que ayudar a mi madre con el jardín. Me ha obligado. Traté de escaquearme para quedarme dentro arguyendo que la lectura es una destreza importante que tengo que desarrollar. Pero mi madre replicó diciendo que enfrentarme al mundo también es una destreza importante, así que tengo que ayudarla a no ser que quiera que mi toque de queda de las once se vea reducido a la hora de la cena. Se ha vuelto locamente estricta desde el incidente del 4 de Julio. En serio, es como si no se le fuera a pasar nunca.

Me pongo un enorme sombrero de paja. Deslizo la puerta del porche sobre los rieles para abrirla. Un muro de humedad me golpea. Apenas puedo respirar. El sol es implacable. Es divertido, porque solía burlarme de los ridículos gorros de jardinería de mi madre, pero ahora yo también me los pongo.

El gorro de paja de mi madre es todavía más grande que el mío. Tiene unas absurdas verduras de fieltro alrededor de la copa. Estoy completamente avergonzada. Menos mal que el jardín está en la parte trasera de la casa, donde nadie puede vemos.

Trabajamos en silencio. Hace demasiado calor para hablar. Pero incluso con este calor opresivo, siento que tengo que hablar de Justin o explotaré.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —le digo a mi madre —.Hipotéticamente hablando.

—Buena idea. Así podemos dejar de pensar en este calor asfixiante.

—¡Ya te había dicho que hacía mucho calor!

—Sí, es verdad, nos estamos asando. Pero no podíamos seguir ignorando el jardín.

—Así que, volviendo a mi pregunta. Imagínate que estuvieras en... el mercado ecológico y alguien...

—¿Vas a venir conmigo este fin de semana, verdad? 

—Sí, claro.

A veces ayudo a mi madre en el mercado ecológico en el que vende sus verduras (tomates también, aunque, técnicamente, son una fruta). A todos en la ciudad les vuelven locos los tomates de mi madre. Podría ganar un premio en una de esas tontas competiciones de hortalizas si se celebrara alguna en los alrededores. Me la puedo imaginar sosteniendo un trofeo gigante con un enorme tomate chapado en oro en lo alto, y la imagen es casi tan ridicula como verla ataviada con un sombrero de jardinería con verduras de fieltro.

—Bueno, a lo que iba —digo yo—, digamos que vas al mercado ecológico y alguien se te acerca y te dice que quiere los mejores tomates que tengas. Así que le vendes... no sé, cinco de tus mejores tomates —Arranco una mala hierba testaruda que parece no querer separarse del suelo. Debe de ser una amiga tauro —. Pero, entonces, alguien se acerca y te dice que ha oído que has vendido tus mejores tomates, pero que en realidad él o ella se los merece más, porque le encantan y la persona a la que se los has vendido apenas los come y lo más probable es que los deje pudrirse.

Mi madre suelta su paleta.

—Pero... ya he vendido los tomates.

—Sí, pero la segunda persona piensa que se los merece más.

—Bueno, pues muy bien, pero resulta que ya no los tengo.

Esto no está saliendo bien. No puedo hablar de Justin sin «hablar» de Justin así que se me ha ocurrido hacer esta analogía absurda con los tomates. En mi cabeza tenía más sentido.

Mi madre me mira.

—¿Crees que debería recuperar los tomates? Probablemente la persona que me los compró ya esté en su casa.

El novio de mi mejor amiga.Where stories live. Discover now