Prólogo

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PRÓLOGO

Me estoy asfixiando.

Puedo sentir un trozo de la carne que me he metido a la boca atorado en mi garganta. Voy a morir. Sabía que no tenía que comer cordero. Mi madre siempre dijo que iba a terminar por matarme. El restaurante en el que estoy no ponía nada sobre que la comida podía ser un arma mortal.

Debo estar poniéndome violeta. La gente que está sentada en las mesas contiguas me mira con curiosidad. Me gustaría gritarles: ¡AYUDA, ME ESTOY MURIENDO! Pero el aire no entra ni sale de mi garganta.

Mi visión periférica se ennegrece. Creo que estoy perdiendo el conocimiento. Mi nombre es Pablo, Pablo Castañeda. ¿O era Castañedo?

Alguien acude a mi silencioso llamado de auxilio. ¿Quién rayos es? ¿Es el diablo? ¿Ya me he muerto? ¿Y por qué no ha venido Jesús a buscarme? La verdad viene como una revelación: yo sabía que no debí fumarme aquel porro en la iglesia.

El diablo se posiciona tras de mí y me presiona el estómago con mucha fuerza. ¿No le basta con que me esté asfixiando que ahora también quiere romperme las costillas? Pataleo (porque necesito aire) y segunda vez, vuelve a apretarme el estómago. Estoy a punto de implorarle que me deje morir con un poco de dignidad, en el mismo momento en que algo sale volando de mi boca y golpea a un hombre sentado dos mesas por delante de la mía. El aire entra a mis pulmones de golpe, demasiado rápido. Antes de que pueda decir algo, el diablo me mira a los ojos y murmura palabras que me son ininteligibles.

Me estoy desmayando. Sin embargo, antes de perder del todo la conciencia, noto que no es el diablo el que me ha presionado el estómago. El diablo definitivamente no usaría un cárdigan tan antiguo.

¿Es una chica?

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Con amor, 

Julia García. 

 

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Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now