Capítulo 8

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Lucía se acerca a mí con una sonrisa enorme en la cara. Le trato de sonreír, pero me sale algo más parecido a una mueca ridícula. Me quejo internamente porque toda la culpa de este extraño mohín que sé que tengo en la cara es culpa de Adela. Hace días que no logro ver a Lucía de la misma forma.

—Podríamos salir otra vez, ¿no?—dice acomodándose un mechón de cabello tras la oreja.

Le sonrío coqueto (no puedo abstenerme), mientras entrego algunas muestras pequeñas de pasta dental a los clientes.

—¿No deberías estar en Informaciones, Lucía?

—¿Debería?—dice y pasea su dedo índice por mi hombro, yendo hasta mi cuello.

El mohín se transforma en una verdadera sonrisa. Okay, como siga voy a terminar creyéndole más a Lucía que a Adela.

—Si te quedas, no me quejo. Mira como atraes a los clientes—bromeo, aunque tampoco es mentira.

Un par de tipos se me acercan para sacar las muestras de los dentífricos y ni siquiera me dan una mirada. Solo observan a la rubia voluptuosa que está a mi lado. Sin embargo, se van luego de que ella les dirige una mirada envenenada. Seguro está acostumbrada a estas cosas.

—Entonces, ¿qué dices?—pregunta, poniéndose frente a mi con una sonrisa coqueta que me nubla el cerebro. —¿Salimos?

—¿Te parece bien el viernes por la tarde?

Ella arruga la frente y niega con la cabeza.

—Debo hacer algo el viernes. Pero podemos salir el sábado si quieres.

—Quiero—digo, sonriendo de medio lado.

La sonrisa que me lanza desactiva todas las conexiones de sensatez que tengo en el cerebro y activa las de estupidez: ¡Al fin, señor! ¡Al fin voy a pasar a tercera base! ¡Gracias, dios, gracias! ¡Al fin!

Se despide con un beso en la comisura de mis labios y sale despedida a informaciones, contoneando su cuerpo al caminar. Sonrío mirándola, y doy un salto feliz. Sin embargo, al darme vuelta me echo hacia atrás del susto. Adela está frente a mí.

—¡Adela, tienes que dejar asustarme!

—La gente suele decirme eso—repite como la otra vez y me sorprende igual que antes que no parezca triste, ni afectada. De hecho, parece más animada que de costumbre—. En fin. Discúlpeme, Pablo, pero no he podido evitar escuchar la conversación que ha tenido con la señorita Lucía.

Frunzo tanto el ceño que temo que no se me vean los ojos.

—No puedes ir por la vida escuchando conversaciones ajenas, Adela.

—Lo sé—dice ella con una disculpa en el rostro—. ¡Pero se me ha ocurrido una idea genial, Pablo! Ella ha dicho que estará ocupada el viernes. ¡Podemos seguirla y espiarla! Estoy segura de que podremos esclarecer todo y encontrar pruebas para inculparla.

—Basta, Adela. Yo no haré nada de eso. No puedo creer que me estés pidiendo esto.

Ella hace un pausa y luego habla determinada:

—Si me acompaña, habrá un bono por horas extras en su sueldo.

Ni siquiera lo pienso. El dinero no sobra en esta vida.

—¿Dónde nos juntamos a afinar los detalles?

Adela se ríe muy fuerte y se me contagia la risa. Últimamente, siento que entiendo más como es y, por alguna razón, me alegra.

—Entonces, acepta.

De un momento a otro, me doy cuenta de que realmente quiero hacer esto, así que digo:

—Acepto.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora