Capítulo 29

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29

Alguien abre las cortinas de mi habitación, y el sol hace que me sienta un vampiro en el día.

—Pablo, ¿es esto lo que estás haciendo con tu vida?—me regaña una voz conocida.

Suspiro, tapándome el rostro con la almohada. Es mi hermana: Fernanda Castañeda.

—¡Vete!—exclamo, pero el sonido queda bastante apagado.

—¡Por supuesto que no me iré de aquí! Soy tu hermana mayor y quiero entender qué rayos está haciendo mi hermano menor acostado en su cama a las doce del día en un día de semana.

Quiero rodar los ojos, pero la almohada me lo impide.

—Fer, no seas melodramática. ¿Quieres? Hoy no tenía trabajo. Además, soy un adulto, ¿qué esperabas?

Fernanda me quita el cojín del rostro y el sol hace que un punzante dolor de cabeza se abra paso hasta hacerme querer acabar con mi vida para que el sufrimiento termine.

—¡Mierda! Se me parte la cabeza.

—¡Eso se llama resaca!—exclama mi hermana— Y será mejor que vayas a bañarte. Estás hecho un asco.

Ella sale de la habitación indignada, dando un portazo que me hace crujir el cerebro. Lastimosamente, trato de abrir un ojo. La cabeza me palpita y siento que el estómago me duele. No, no debí haber tomado tanto. Fugaces imágenes de los chicos bailando, de Lucía diciéndome que se iría con ellos y de Perro empujándome (no sé por qué), aparecen en mi cabeza.

Pestañeo con dificultad y noto que en la mesita de luz está el mini audífono que Adela me ha dado para escucharla. Bueno, si Lucía lo vio anoche todavía puedo inventar que estoy sordo.

Mi móvil brilla por un mensaje que me ha llegado. Es de Lucía:

"Guapo, le has caído excelente a los chicos. Dicen que quieren juntarse otra vez. Por cierto, te quiero, mi amor".

Mi amor. Suspiro. Sé que tendré que hablarle después.

También tengo una solitaria llamada perdida de Adela. Me siento en la cama de golpe, y tengo que afirmarme la cabeza con los ojos cerrados para no devolver. La puta madre, nunca más volveré a tomar.

Al menos, no tanto.

Le devuelvo la llamada apenas logro estabilizarme, y ella responde al tercer tono.

—¿Hola?

—Adela, ¡¿cómo estás?!

Ella ríe tras la línea ante mi tono atropellado.

—¿Bien?

Me baja la timidez de pronto, como si me echaran un balde de agua fría. El estómago me da un vuelco por todo el numerito que me he mandado y, sobre todo, por todas las cosas que sé que dije la noche anterior. Siento vergüenza, timidez y ganas de no haber hablado con ella en ese estado.

Pablo, ¿está ahí?

Suspiro, intranquilo.

—Sí, lo estoy... —Hago una pausa en la que cierro los ojos con fuerza y luego vuelvo a hablar—. Perdóname por todo lo de ayer. Quiero decir... Perdóname si te molestó. Estaba bebido y... No te volveré a hablar así, en serio, me he montado un número horrible.

Ella tarda en responder, pero finalmente la escucho hablar como si llevara una sonrisa en el rostro:

No se preocupe, Pablo. Está todo bien. Aunque le dije que se iba a arrepentir.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now