Capítulo 16

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16

La verdad es que cuando llego a la casa de Adela, me llevo una sorpresa. Había pensado que viviría en una pequeña casita al estilo Hansel y Gretel, es decir, con muebles antiguos de colores muy pasteles. De hecho, imaginé que aparecería un pequeño duende ofreciéndonos dulces en cuanto abriéramos la puerta. Pero apenas estamos dentro, me doy cuenta de mi error.

La casa no es de gran tamaño, pero tampoco es una cajita de cerillos. Tiene muebles relativamente modernos y en todo se nota el toque de Adela. No sé cómo lo sé, pero todo tiene su toque personal. El aire femenino se nota en el ambiente.

—¡Abuelita, llegué! ¡He venido con un amigo!—grita Adela al aire, mientras estamos de pie en el living.

Yo observo un retrato de una señora parecida a Adela, pero luce menos como ella y con eso me refiero a menos patosa. Sonrío cuando le escucho llamarme "amigo" y no compañero de trabajo. De alguna manera he subido de status y eso me gusta.

—¿Un amigo?—grita una voz de mujer de más edad, desde alguna habitación al interior de la casa. Suena casi emocionada por eso.

Observo a Adela por el rabillo del ojo, mientras se sonroja ligeramente, acercándose a mí.

—Casi nunca traigo amigos aquí—comenta, tratando de usar una voz casual (no lo logra)—. Mi abuela se emociona siempre que lo hago. No te asustes si en un rato más encuentras un festín en la mesa del comedor.

La observo y le dedico una mirada tierna.

—¿Solo vives con tu abuela?

Ella asiente.

—Sí. Mi madre se fue cuando yo tenía cinco años y nunca supe de mi padre—confiesa.

—¿Tu madre murió?—pregunto con sorpresa.

Ella se encoge de hombros.

—No, salió a comprar leche y no volvió más.

Yo río, pero cuando la miro se ve relativamente seria.

—¿Es en serio?—tengo que preguntar.

Ella asiente, pero no parece ni feliz ni triste. Solo se ve como si lo aceptara.

—Mi abuela siempre ha hecho de mamá para mi. Es gracias a ella que soy todo lo que soy.

Cuando la observo otra vez, noto el brillo característico del orgullo que se siente de tener a alguien como madre.

Como si la hubiésemos invocado, una señora mayor salió desde una de las habitaciones y se acercó a mi como si estuviese viendo un milagro.

—¡Bienvenido!—casi me grita, sosteniéndome por los hombros y dándome un abrazo apretado.

Abro los ojos y observo a Adela. Ella me mira disculpándose con el rostro.  Entonces le sonrío para hacerla sentir más tranquila, antes de que su abuela me libere. En cuanto lo hace, me mira directamente a los ojos con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Cuál es tu nombre, muchachito? Me alegra mucho que hayas venido a visitarnos. ¿Te quedarás a tomar el té? Yo espero que sí, porque voy a cocinar algunos dulcecitos para la ocasión. Ay, ¡pero qué maleducada soy! No te he dicho mi nombre. Soy Maite, la abuela de Adela. ¿Ya me dijiste cuál es tu nombre?

Habla tan rápido que recuerdo la primera vez en que Adela me habló y me dan ganas de echarme a reír: ya sé de quién heredó lo parlanchina.

—Soy Pablo—le digo, extendiéndole la mano—. Y claro, me encantaría quedarme a tomar el té con ustedes.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora