Capítulo 47 (y final)

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47

En menos de dos segundos estoy en el suelo. Perro se ha lanzado sobre mí, de manera que estoy un par de segundos sin aire en los pulmones. Su peso me presiona las costillas y me cuesta trabajo ordenar ideas, puesto que todo mi enfoque está en volver a respirar. Es bastante veloz. Me da vuelta sobre mi propio eje y me deja boca abajo sobre el helado piso flowfast, ese que ha sido todavía más pisado que mi dignidad.

—No te muevas—me dice Perro con severidad, afirmando mis brazos a cada lado de mi cuerpo, incrustando su rodilla dolorosamente entre mis omóplatos.

—No es como que pudiera hacerlo—mascullo, con dificultad. Sin embargo, mi voz es acallada por los gritos de Jota. Cuando vuelvo mi vista hacia ellos -también con dificultad-, Mauricio sostiene a Jota por los hombros y Lucía afirma la mano en la que tiene la pistola. Todos respiran con dificultad.

Con todo el ajetreo en mí, no me he dado cuenta del que han montado con Jota.

—Suéltenme—ordena Jota, con una voz suave, pero cargada de una peligrosa amenaza.

—No—responde Mauricio con ese tono distintivo de los líderes—. Estás a punto de echar todo a perder. Ese disparo se debe haber oído en todo el lugar, Jota. Lucía, quédate con el arma.

—¡No la pienso soltar! —vocifera Jota, tan fuerte como puede.

Veo como Mauricio cierra los ojos, como si estuviera a punto de perder la paciencia.

—Jota—dice con una voz profundamente condescendiente—. Basta.

Jota le dedica una mirada asesina, pero para mi sorpresa, asiente. Su cuerpo se relaja, y logra que tanto Mauricio como Lucía le suelten. Echa los hombros hacia atrás, destensándose. De un momento a otro, me ve en el suelo, se acerca hasta a mí y, no me doy cuenta de que me ha pateado, hasta que veo estrellitas en mi campo de visión. Un profundo dolor en la ceja derecha me hace cerrar el ojo. Cuando lo abro, noto algunas gotas de sangre en el suelo. Mi propia sangre.

En ese momento, tengo dos pensamientos bastante confusos. El primero, es pensar que es un hijo de su putísima madre. Lo segundo, es no saber en qué mierda me he metido. Empiezo a temer por mi vida.

—¡Jota! —grita Mauricio, con verdadera rabia.

—Ahora sí me siento muchísimo mejor—ríe él.

Por mi ojo bueno, noto como Mauricio rueda los ojos con fastidio y, para mi mala suerte, luego se acerca a mí.

—Haz causado tantos problemas que realmente necesito saber qué rayos estás haciendo aquí, imbécil. —Se acerca a mí con una voz que presumo es demasiado tranquila para toda la rabia y frustración que está reteniendo. Claramente, las cosas no están yendo como las planearon. — Traigan una silla y amárrenlo. Este idiota tendrá que darme respuestas.

Lo pienso un momento. Las cosas tampoco están yendo tal como las planeamos con Adela. En ese momento, deseo de todo corazón que ella se encuentre bien escondida donde está.

Perro me agarra por el cuello, presionándome la garganta con la suficiente fuerza como para cortarme el flujo del aire. ¿Me van a matar? Luego, Lucía va hasta mi, me quita la mochila que todavía llevo a mi espalda y me toma las manos, amarrándolas con alguna especie de cuerda tras mi espalda. Es un nudo firme. Solo en ese momento, cuando ya me estoy despidiendo de este mundo cruel, Perro me deja caer, llenando mis ansioso pulmones de aire.

Trato de buscar a Adela con la mirada en la oscuridad, con un miedo ciego en el cuello del estómago: ¿voy a salir vivo de esta?

Jota trae una silla. Me sientan en ella y atan mis piernas a cada pata. De arrancar, obviamente no podré. O al menos, arrancar amarrado de una silla no sería en lo absoluto un escape digno. Así que decido abandonarme a mi suerte. No me importa si Adela viene o no a mi rescate, lo único que deseo en estos momentos es que ella se vaya de este lugar y esté a salvo. Porque, de lo contrario, haberme expuesto así no habría valido la pena.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now