Capítulo 39

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—Adela, quédate donde estás. Nos vemos en veinte minutos—le digo, mientras tomo mis llaves.

Me quito el audífono y lo guardo en mi bolsillo, mientras corro a mi habitación a buscar una mochila. Meto ropa para un par de días, colonia, cepillo de dientes. Sé, de alguna forma muy instintiva, que no será bueno volver a casa durante algunos días. Así que cuando ya tengo todo listo, salgo del departamento sin saber cuál será el desenlace de todo lo que está sucediendo.

***

—¿Seguro de que no te molesta dormir en el sofá?—me pregunta Maite, con una sonrisa encantadora.

Realmente no sé por qué esta señora me tiene tanta estima. Sé que soy amigo de Adela, pero Maite quizá se esfuerza demasiado conmigo. Comienzo a recordar las palabras que me ha dicho, sobre ser valiente y me dan ganas de darle un abrazo.

No es que lo de decirle a Adela que me gusta haya salido muy bien, pero, al menos, es un peso menos en el cuerpo. Sin embargo, he llegado demasiado tarde y no sé qué tan bien me haga sentir eso.

—Estoy seguro, Maite, esto está perfecto para mí. Muchas gracias, se  pasó con todas las mantas que me ha traído—le digo a la abuela.

Ella se ríe cálidamente y hace un gesto con las manos, restándole importancia.

—No hay de qué, cariño. Todo sea por tu bienestar. Realmente lamento no tener tantas camas. En la televisión dijeron que el tiempo va a comenzar a helar, así que espero que las mantas sean suficientes.

—No se preocupe, en serio—me adelanto con una sonrisa y ella se queda mirándome crípticamente, pero luego sonríe y se va, con una pequeña reverencia de la cabeza.

Me quedo solo en la sala de estar de la casa de Adela. No se me ha ocurrido a qué otra parte más ir para salir de mi departamento. Adela salió a recibirme cuando llegué y Maite no hizo absolutamente ninguna pregunta cuando ambos le pedimos permiso para que me quedara. De hecho, para la mortificación de Adela, incluso pareció feliz. Lo cual me lleva a pensar justo ahora, en qué pasaría si Adela y yo realmente estuviéramos juntos. Un creciente dolor de estómago hace que me ponga a sonreír ante la perspectiva, pero luego recuerdo a Johnny y lentamente se me pasa.

Suspiro.

En realidad, lo importante no es pensar en eso después de todo. Lo que verdaderamente debería estar pensando es en todas las cosas que han sucedido hasta ahora y que me abruman incesantemente.

Ha sido un día larguísimo. Primero, he ido a decirle a Adela que me gusta, luego ha pasado lo de Johnny. Seguido de eso, he estado en la casa de Fernanda y unos mensajes extrañísimos han hecho que termine yendo a un galpón de mala muerte, donde (¡sorpresa!) casi muero. Finalmente, le he confesado mi amor a Adela y le he dicho a Lucía que ya no quiero estar con ella. Sin olvidar que me ha dicho que probablemente me arrepienta. Ah, y además, alguien ha estado interfiriendo en la comunicación entre Adela y yo.

Cierro los ojos con fuerza y tomo aire hasta llenar mis pulmones por completo. Mantengo el aire, y un par de segundos después los dejo escapar con un resoplido. Genial. Genial. Genial.

El sofá en el que estoy es muy cómodo, pero no logro sentirme tranquilo. ¿Cómo voy a sentirme tranquilo después de vivir lo que desde hoy llamaré "el peor día de mi vida"? Sinceramente, no entiendo cómo han podido pasar todas estas cosas en un lapso tan corto de tiempo, ni cómo se va a solucionar todo. ¿Qué puedo hacer? ¿Ir con la policía sin las pruebas suficientes? ¿Me tildarían de loco? ¿Y qué probabilidades tenemos Adela y yo de hacer algo? ¿Además, para qué se está acabando el tiempo?

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now