Capítulo 41

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La siguiente semana avanza ligeramente tranquila. De hecho, mucho más tranquila que la anterior luego del intenso y macabro correr de hechos, en los cuales casi muero. Nadie realiza ningún atraco a la tienda y ningún Moriarty aparece para tratar de matarme de los nervios otra vez.

Lo demás que ocurre es simple, obvio y responde a lo normal: Adela sigue siendo Adela dentro de la tienda, Johnny continúa siendo irritante y Lucía me sigue observando despectivamente, pero a ratos parece que me ha olvidado por completo. Es como si no se hiciera problemas por mí.

Por otra parte, Adela sí me toma atención, pero es una verdadera molestia que Johnny siempre esté siguiéndole a todas partes. ¿En qué momento pasó de ser despreciable a patético?

—Ya dile que deje de estar encima de ti todo el día—le digo a la muchacha, mientras estamos sentados en una mesa en la parte de atrás de la tienda, almorzando—. Adela, te prometo que es terrible ver su nariz asomada por todas partes todo el día.

La sala de comida es, de hecho, una bodega, donde rebosan cajas y cajas de productos que yo (¿quién más?) debo reponer. Arrugo la nariz cuando me llega una pequeña brisa con aroma a detergente para ropa.

—Lo hablaré con él, Pablo. Quédese tranquilo.

—Y cuando se lo digas, ¡hazle todo el daño que puedas! ¡Destrúyele el alma con tus palabras!

—¡Pablo!

—Está bien, está bien. Ya sé que tú no eres así, pero, mira, mientras más claro se lo dejes más lo va a entender.

—Pablo...

—Okay. Ya entendí.

Adela termina por soltar una de sus risas, negando con la cabeza. Seguro piensa cómo puedo ser tan insistente y sí, también me pregunto lo mismo. Fernanda seguro ya se estaría riendo de mí.

—Así que... —digo para cambiar un poco la cara de desesperado— ¿Cuál es el siguiente paso, Holmes?

Su rostro cambia en un segundo. Pasa de risueño a concentrado. Muerde la cuchara que sostiene en la mano (está comiendo una especie de tarta que se ve tan deliciosa, la puta madre) y se queda mirando un punto fijo, en la distancia. Aguarda así un momento hasta que finalmente murmura:

—Debemos unir los puntos.

¿Ah?

—¿Qué puntos?

—¡La conexión entre las cosas que han sucedido, Pablo! Si nos detenemos a pensar los hechos, hay muchas cosas que tienen conexión—dice con una voz suave, pero muy bien articulada y firme—. Por ejemplo, ¡Perro estando en la banda malvada de Lucía! O ellos dos siendo amigos de Inter y Samuel. O los mensajes. Todo tiene una conexión, pero debemos unir los puntos para entenderlo. Por lo pronto, solo podemos asegurar que los malos en todo este asunto son Lucía, Perro (aunque no estemos del todo seguros) y... —de pronto, pone una cara rara, mirando hacia el infinito— ¡Johnny!

Frunzo el entrecejo, sin entender por qué. Pero tan pronto como saboreo la idea de que sea un mentiroso, sigo la mirada de Adela hacia la puerta que está atrás de mí y resoplo.

—Era obvio—murmuro.

Johnny nos observa desde la puerta de entrada del comedor, con cara de pocos amigos, entrando lentamente. Rodea la mesa suavemente, y se acerca a Adela protectoramente.

—¿Qué anda pasando, mi amor? —le dice a Adela.

Presiono los puños bajo la mesa, porque sé que es la decisión más sabia que podría tomar. Adela abre los ojos como platos y se gira hacia Johnny para mirarle, pero él tiene su mirada puesta fija en mí.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now