Capítulo 36

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36

En mi loca carrera por zafarme, me calzo la capucha de la sudadera porque no quiero que sepan que soy yo quien les ha estado espiando; corro tan rápido como puedo en dirección a las puertas desde dónde he saltado. No me detengo a pensar qué tan tonto puede ser lo que estoy haciendo, así que elijo una puerta al azar y me lanzo con toda mi fuerza sobre ella.

Milagrosamente (y sospechosamente también para mí, que soy un hombre de mala suerte), el candado cede y la puerta se abre de par en par. Sin embargo, como no todo podía ser tan bueno, caigo al suelo rodando y, a juzgar por el dolor en mis rodillas, sé que más de alguna magulladura debo tener. De todas formas, me levanto en ese momento, sin prestarle demasiada atención y corro como si no hubiera un mañana.

Tal vez no exista si no logro escapar, pienso.

Siento como todos corren detrás de mí y sus gritos diciendo que me detenga. Pero lo que más logro sentir, es el aire entrando y saliendo de mis pulmones, mientras el corazón me retumba en los oídos.

—¡Detente!—me grita uno de ellos. Uno de los que no conozco.

Me dan ganas de gritarle: "¡¿De verdad crees que voy a caer con eso, imbécil?!"

El miedo se eleva a niveles estratosféricos, cuando una bala pasa casi rozándome y da contra la acera. Ni siquiera he oído el disparo, solo oigo la explosión contra la acera y el grito ahogado que viene acompañado de un ligero salto de mi cuerpo.

¿Quién mierda son ellos? Corro con el triple de miedo que antes, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no caerme. Me pongo a correr en zigzag, porque he visto en una película que así se corre de las balas. En algún momento, aquello me habría parecido divertido, pero cuando otra bala pasa a mi lado, destrozando un macetero que no tiene la culpa, decido que ni loco quiero vivirlo otra vez.

De a poco, voy sintiendo que las voces se apagan. No todas. Siento gritos de hombre, pero no me detengo a discernir de quiénes son. Me limito a correr por la calle, hasta que doblo velozmente por otra. Una bala rompe el concreto del edificio demasiado tarde como para alcanzarme, de modo que no me alcanza. Diez pasos más adelante me topo con una bifurcación en la calle. ¿Derecha o izquierda? En un milisegundo decido correr a la izquierda. Las voces se escuchan, pero a lo lejos.

¿He sido lo suficientemente rápido? Por la calle que voy, aparece una especie de callejón. Me lanzo a él sin pensarlo dos veces, sintiendo como cada una de mis respiraciones me hieren la garganta con el esfuerzo. Las palmas de las manos me palpitan, porque me he hecho daño con la caída. Pero lo peor de todo, es darme cuenta de que he entrado en un callejón sin salida.

Mierda. Esto se ha salido demasiado de control. Lo único que pienso es que este es mi fin.

En el callejón, hay una especie de arbusto pequeño, lo suficientemente tupido para ocultar a una persona. Me lanzo contra él, y trato de esconderme. Sin embargo, no consigo calmar la respiración y sé que esos idiotas me podrían encontrar. ¿En qué mierda me he metido? Siento como si el corazón se me saliera del pecho, del puro miedo. Saco el celular con las manos temblorosas y sé que debería pedir ayuda, pero no es eso lo primero que hago. En cambio, tecleo:

"Siempre tuviste razón, Adela. No estás loca. Confío en ti, siempre confié en ti".

Envío el mensaje.

Estoy por llamar a la policía cuando veo que una figura se desliza hasta el callejón. El corazón se me detiene en ese preciso momento.

***

Me quedo en silencio, aguardando, tratando de controlar el temblor del cuerpo. Mantengo el celular contra mí, observando a la figura entre las plantas. Solo veo una sombra y no alcanzo a distinguir quién es. Mi mirada se queda clavada en el arma que lleva en la mano: un revólver.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now