4. De indecisiones y advertencias

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4. De indecisiones y advertencias

Han pasado alrededor de dos meses desde que entré a trabajar a la tienda. Ya no soy el nuevo, a pesar de que nadie más a llegado a trabajar conmigo. Lo bueno de todo, al fin Pollito Culito quedó en el pasado. Ya puedo sentir que estoy estable en mi nuevo trabajo. Tan estable que Lucía Aguilar, la diosa griega de cabellera larga y rubia, al fin ha aceptado salir conmigo. No es que yo sea un galán, pero por mi propia perseverancia (insistencia diría mi hermana) siempre terminan saliendo conmigo.

A pesar de que ya es de noche, todavía no hace frío. Esto debido a que estamos recién entrando al otoño. Las calles de Arboleda del Sol, la ciudad donde vivimos, están cada vez más animadas. Es viernes y los cuerpos de todos quienes salen a sus fines de semana de libertad, lo saben. Elijo un restaurante de comida italiana, uno de los más elegantes de la ciudad, y cuando llegamos Lucía se ve fascinada. Un hombre en la puerta nos recibe y nos lleva hasta la mesa que reservé cerca de la ventana. Antes de irse, nos entrega las cartas.

—Qué es este lugar—dice Lucía, observando todo. Yo, en realidad, me dedico a observarla a ella. Luce radiante, en un vestido azul de tirantes—. ¿Aquí venderán ravioles?

—Me imagino que sí—respondo, todavía atontado con lo linda que se ve—. ¿Te gustaría comer eso?

Ella duda, colocando su dedo índice sobre sus labios.

—Mmm... No, creo que preferiría comer tortellini.

Asiento y levanto una mano.

—Entonces, llamo al camarero para que los pida. ¡Hey, tú, chico!

Un muchacho con traje negro y rostro de aburrido se acerca a nosotros. Su cara grita "¡Sáquenme de este lugar!" y siento que lo comprendo. Una vez fui camarero y era aburridísimo.

—¿Ya decidieron qué van a comer?—inquiere con voz nasal y monótona.

Antes de que yo pueda decir algo, Lucía se me adelanta.

—Comeremos lasaña de verduras.

Espera, ¿qué? Yo me quedo mirándole de una pieza. ¿Tan indecisa es? Como lo que de verdad quiero es una buena noche en la cama junto a ella, me hago el tonto. Asiento al camarero y dejo que se vaya con el pedido.

—Así que... ¿A qué te dedicas?—le pregunto, todavía un poco anonadado con los cambios.

Ella me mira sin entender.

—... ¿A trabajar contigo en la tienda?

—No—digo yo, reforzando mi mensaje al negar con la cabeza—, me refiero a qué es lo que haces en realidad o te gustaría hacer.

Observo a Lucía suspirar. Por un momento, parece que se va a un lugar lejano en su mente. Mira la ventana con la vista perdida:

—La verdad no tengo idea—responde, luego de unos segundos—. Ayer tenía muchas ganas de dedicarme a la danza, pero mañana querré ser maestra de cocina tal vez.

Estoy completamente de acuerdo con lo que ha dicho, pero no quiero decirle que es una indecisa sin remedio.

—Deberías hacer algo que genere dinero también—le sugiero—. Para sobrevivir, me refiero.

Ella deja de mirar la ventana y me sonríe.

—Es por eso que trabajo en la tienda, en realidad.

—Tiene sentido... —murmuro, llevando mi vista a la ventana también.

Esa ha sido mi regla de oro para la vida. Conseguir dinero. A pesar de que alguna vez en mi vida quise estudiar derecho (más por mi padre que por mí), terminé dejándolo al par de años (y mi padre casi me deshereda por eso) porque, la verdad de las cosas, no sé qué quiero hacer en la vida. Y debido a esa situación, no sé a qué dedicarme. Es por eso que he tenido diferentes trabajos, todos en diferentes cosas, para ver si algún día, encuentro aquello que realmente valga la pena hacer.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora