Capítulo 14

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14

Lucía me lleva a un hotel que está a un par de calles del Café La Catedral. La muchacha se contenea mientras camina y alzo mucho las cejas, tratando de no soltar un silbido por lo guapa que es. De uno a diez, Lucía es un veinte.

Cuando entramos, siento que la respiración de Adela se acelera. El audífono se satura con cada exhalación. Frunzo el ceño, esta vez. Hace mucho rato que no habla. Se ha quedado callada, pero su respiración delata que sigue ahí.

—¿Adela?—murmuro con mucha suavidad.

—¿Ah?—pregunta Lucía, al mismo tiempo que Adela dice: "¿?" con una voz muy suave y lenta.

—No es nada—le digo a Lucía, quien sonríe y me va a buscar donde estoy para tomarme del brazo. Pero Adela también piensa que es para ella y murmura:"Está bien".

Un extraño dolor de estómago, que no es exactamente un dolor de estómago, me asalta. Pero no lo defino.

—Me estoy quedando aquí hace un par de días...—dice Lucía, cuando nos acercamos a la mesa del recepcionista.

Observo el hotel y por primera vez, realmente lo noto. Parece bastante costoso, sobre todo para alguien que solo trabaja en una tienda de insumos domésticos de segunda clase. Para ponerlo de otra forma, ni en mis mejores sueños podría pagar más de un día en un hotel como este.

—¿Se da cuenta de que ha dicho un par de días?—pregunta Adela y su voz suena ronca después de un rato sin hablar. Quiero decirle que lo he notado, pero no puedo con Lucía tan cerca— Esto es muy raro, Pablo. Por favor, tenga cuidado.

Lucía habla con el recepcionista y le dice que tomará otra habitación esta noche. Me sorprendo mucho. ¿Pagará otra habitación más?

—Me gustan las vidas llenas de lujos—me dice Lucía cuando vuelve hacia mi con una tarjeta como un trofeo en la mano.

—Tú eres un lujo—le digo medio distraído todavía y ella suelta una risa sensual.

—Lo sé. Subamos.

En el ascensor, Lucía juega con el tirante de su vestido y yo comienzo a golpear un pie contra el suelo con ansiedad. Maldita Afrodita del Olimpo, maldita bestia sexual, maldito yo que soy tan instintivo y necesitado.

Adela aguanta la respiración. ¿O será que ya no está tras la línea? Me preocupo y frunzo el ceño de nuevo, pero antes de realmente pensar en lo que estoy haciendo, una mano traviesa se mete en el bolsillo trasero de mi pantalón y aprieta. «Cuidado, Lucía, estás a punto de despertar a la bestia», pienso.

Me giro hacia ella y la acerco de un tirón hacia a mi por la cintura. Estoy a punto de besarla salvajemente, cuando la puerta del ascensor se abre. Lucía deja un beso tentador en la comisura de mis labios y me toma de la mano haciéndome correr hasta la habitación. Pasa una tarjeta por la cerradura y entramos.

Se pesca de mi cuerpo como si fuera una leona atrapando a su presa y me besa tan apasionadamente, que me doy cuenta de que mi bestia está despierta y se ha levantado con muchas ganas. Le subo el vestido para tocarle las piernas y cuando ella toma mi camisa y comienza a desabrochar los botones, me doy cuenta de algo muy, pero muy importante.

La alejo con cuidado y veo tanto deseo en sus ojos, que creo que es el reflejo de los míos.

—Espérame, Lucía. Debo ir al baño.

—¿Que no es esa mi línea?—pregunta ella, tratando de volver en sí.

Lo es—dice Adela con una voz extraña. De pronto la línea se corta y no soy capaz de escuchar nada tras la línea.

—Tranquila—susurro a Lucía—, vuelvo en un segundo.

Ella asiente, mientras veo su pecho subir y bajar, todavía agitado. Me muerdo el labio y me obligo a caminar hacia el baño.

Cuando cierro la puerta, pongo el pestillo y me alejo lo que más puedo de la puerta.

—¿Adela? ¿Adela, estás ahí?—insisto, pero durante unos instantes no hay respuesta.

Me doy tres minutos para esperarla, y cuando solo han pasado dos, la línea vuelve a cobrar vida.

—¿Adela?

Pablo—dice con una voz que se me hace diminuta.

—Creo que tendremos que desconectar hasta mañana—contesto.

Lo sé—murmura ella—. Tenga buena noche, Pablo. Y sobre todo, tenga mucho cuidado.

Sonrío quedamente. Me gusta esa voz tranquila que usa cuando dice mi nombre.

—Lo tendré. ¿Nos hablamos mañana, entonces?

Claro—responde ella, pero no dice nada más.

—¿Estás bien?—pregunto un poco aturdido. La verdad es que no entiendo bien su reacción.

Escucho como toma aire y suelta:

Por supuesto que sí, Pablo. No soy partidaria de lo que hará luego de que cortemos, porque solo hay que ganar su confianza y la mujer es peligrosa. Pero si usted cree que es lo correcto, hágalo.

Echo la cabeza hacia atrás. En ningún momento me he detenido a pensar en que no sea lo correcto.

—Eh... —susurro con voz atontada—. Ya veré qué hacer.

Está bien. Cuando cortemos, sáquese el audífono y el micrófono con cuidado y escóndalo en alguna parte segura del baño. Y, Pablo, no demore o ella sospechará.

—Entendido, detective Adela.

Ella suelta una risa de esas que solo sabe soltar ella y durante un instante me pregunto acerca de la posibilidad de estar con Adela en este momento y no con Lucía. Sacudo la cabeza y el pensamiento se esfuma tan rápido como llegó.

—Buenas noches, Adela.

Buenas noches, Pablo.

Después de seguir las instrucciones de Adela, salgo del baño y encuentro a Lucía sentada en la cama con una bata de seda. Se pone de pie lentamente y se la quita dejándola caer hacia el suelo.

Está desnuda. Madre mía, está completamente desnuda.

La mente se me va a blanco y de manera instintiva y salvaje camino hacia ella. Ya no importa si es correcto o no, porque antes de siquiera poder pensarlo,  la decisión ya está tomada.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now