Capítulo 27

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—¿Adela, me oyes?—pregunto por enésima vez a la cámara del reloj que le he regalado a Adela para saber que todo funciona a la perfección.

Hemos dispuesto micrófonos por todas partes. Hay dos puestos estratégicamente en la cocina, tres en el living-comedor, otro en el baño y, finalmente, otro en mi habitación. Además, hay cámaras tanto en la cocina como en la sala de estar, y para estar aún más equipados, llevo el reloj de Adela en mi muñeca. Decidimos no poner cámaras en el baño, porque, a pesar de que insistí, ella fue tajante al decir que con los micrófonos era suficiente.

—¿Adela, estás ahí?

Escucho su risa característica casi burlándose de mí y sonrío.

Claro que sí—escucho en mi oído—. Relájese, Pablo. Le prometo que no voy a dejarle solo.

Asiento, mientras sigo mirando el reloj, como si pudiera verla, pero en realidad es ella la que puede verme a mí.

—Mi nariz se debe ver enorme en la cámara, ¿no es así?

Ella vuelve a reír, contenta.

La verdad es que sí, Pablo. Pero no se asuste. Su nariz es más linda en persona—dice ella.

Automáticamente sonrío.

—¿No será que todo yo soy guapo?—bromeo. Empieza a balbucear y me echo a reír. Me encanta que se ponga nerviosa con estas cosas. —Ya está. ¡Me encuentras feo! Siempre supe que era así, Adela... —continúo en un tono juguetón.

Su respiración se agita en cuanto comienza a hablar presurosa.

No, no, no. ¡Usted no es feo, Pablo! No me malinterprete.

—¿Entonces, sí que soy guapo?—insisto, sonriendo.

Ella suspira, pero creo que alcanzo a percibir una sonrisa en la inflexión.

Mire, es que desde esta perspectiva y con la nariz viéndosele enorme, yo no sé qué pensar...—me dice, en un tono juguetón mucho más moderado que el mío.

Estoy a punto de responder cuando suenan tres golpes fuertes a la puerta. La puta madre, deben ser ellos. El estómago se me revuelve en dos segundos y la respiración se me acelera.

—Adela, voy a vomitar—le confieso, caminando tembloroso hasta la puerta.

¿Dónde ha quedado mi valentía? Pues escondida donde definitivamente no brilla el sol.

Pablo. Espere. No siga caminando—me responde ella, con voz firme y segura—. Tome un respiro profundo, sin subir los hombros, llénese de valor y abra la puerta. No hay por qué sentirse nerviosos. No sabemos si la señorita Lucía hizo algo o no. Ni tampoco sabemos qué amigos son aquellos que quieren presentarle.

—¡Me quieren en su banda de delincuentes!

Pablo, son inocentes hasta que no probemos lo contrario. —Escucho como ella también toma aire y dice con una voz mucho más dura—. Usted mismo me ha contado que esto es como conocer a sus padres. Así que imagínese que los padres de la señorita Lucía están tocando a su puerta.

Empiezo a sudar frío.

—No. Eso funciona incluso menos, odio conocer a las familias de mis novias.

Adela suelta una risa, y cuando vuelve a hablar, utiliza un tono diametralmente más cariñoso.

Pablo, estoy aquí. Estamos grabando todo. No hay de qué preocuparse. Sepa que en cualquier caso, yo seré veloz al llamar a la policía.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now