Capítulo 46 (penúltimo)

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N/A: Probablemente el capítulo tenga bastantes errores, porque es tarde, tengo sueño y no pude revisarlo bien. ¡Disfruten!

PD: El multimedia es una canción de la Banda U2 que tiene relación con el capítulo. No soy fan de la banda, pero todo salió de improviso, jsjs, así que denle play y enjoy it!

46

Antes de salir corriendo a la tienda, Adela saca una computadora portátil, su celular, las llaves de su casa y algunos elementos de primeros auxilios, y los mete en una mochila. Yo la espero, porque no me he traído nada. Pero ambos quedamos en que pasaremos por mi departamento, para poder sacar algunas cosas esenciales que yo necesitaré (aunque, para mí solo es una excusa para hacer tiempo). Como Maite parece no entender nada de nada, Adela se gira a ella antes de salir, diciendo:

—Saldremos, abuelita, y no creo que hoy vuelva a casa—sentencia Adela, con mucha seriedad.

—¿A dónde van...? —pregunta la abuela. Su expresión rápidamente pasa de la emoción al júbilo—. ¿¡No llegarás?!

Su mirada pasa de Adela a mí y de mí a Adela. No sé cómo decirle que no es exactamente lo que ella está pensando. Razón por la cual, terminamos despidiéndonos de ella y saliendo por la puerta delantera directo a la boca del lobo. O para ser más preciso, a recoger mi bicicleta.

Me subo en ella, y dejo que Adela se acomode también, delante de mí en el tubo superior del cuadro de la bicicleta, para que podamos llegar cuando antes a mi departamento.

En cuanto comenzamos a avanzar, la voz de Maite resuena con fuerza en el vecindario. Lo último que oímos es:

—¡RECUERDEN USAR PROTECCIÓN!

***

Adela se deshace en disculpas todo el tiempo, diciéndome que no entiendo por qué su abuelita gritó eso y que no es una conducta habitual en ella. Por más que le digo que no importa y que, en realidad, está dándonos un consejo que no está de más, ella se deshace en disculpas y también se sonroja, soltando risas tímidas.

Si no fuera porque voy manejando la bicicleta, ya la estaría besando.

Sonrío. Es una cosa increíble saber que puedo besarla cuanto quiera.

Llegamos a mi departamento en alrededor de quince minutos. Me demoro menos de lo usual, porque el tráfico por la noche no es tan tupido como el que hay por las tardes, como cuando salgo del trabajo. Adela entra conmigo, y por suerte tengo todo ordenado. Ella se queda en la sala mientras yo voy a mi habitación y tomo una mochila sin saber qué mierda llevar, porque no soy Adela en estas situaciones. Así que salgo de la habitación y me voy corriendo hasta la cocina. ¿Debo llevar un cuchillo de cocina? Uno de punta roma, tal vez, porque con mi suerte, seguro me lo entierro en el ojo. Mala idea. Voy de un lado a otro en la cocina, tratando de hacer tiempo, para que cuando llegamos no haya absolutamente nadie en la tienda. A eso lo llamo, apreciar nuestras vidas.

—¿Pablo? —pregunta Adela, metiéndose en la cocina, como si hubiese escuchado mis pensamientos.

La observo unos segundos tal como si me hubiera atrapado haciendo algo malo, pero al par de segundos relajo los hombros.

—¿Está listo? —insiste ella.

Suspiro. No hay nada más con lo que pueda retrasar la llegada a la tienda. Me rasco la nuca y me encojo de hombros. Mi pie golpetea fuertemente el suelo.

—De listo, nada—tengo que reconocer—. Pero supongo que es ahora o nunca.

Adela me mira preocupada.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now