Capítulo 39 - Pequeños momentos

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◆MATT◆

06 de septiembre del 2011

Estoy recostado junto a Allie, en su cama del hospital, mientras observamos la pantalla de mi celular porque estamos teniendo una videollamada con Grace y Lena. La niña no puede venir al hospital, así que es la única manera de que vea a Allie en este momento.

—Tía Al...¿cómo entraron al teléfono de mi mami? —pregunta de nuevo la pequeña Grace, sorprendida, antes de pegar su pequeña nariz a la cámara, haciéndonos reír.

Lena le pide que no haga eso y Grace obedece, enseguida vuelve a aparecer su rostro completo en la pantalla.

—Es magia, Tas —dice Allie con una sonrisa, cuya voz ahora suena mucho mejor que los primeros dos días después de que despertara.

Las cosas están yendo bien con su recuperación. Esta mañana la doctora decidió que era prudente retirarle el suministro de oxígeno por medio de las cánulas, por lo que ya no tiene esos tubitos saliendo de sus orificios nasales. Tiene que usar un dispositivo de respiración de todos modos, pero al menos ese no tiene que llevarlo puesto todo el día.

—¿Por qué no vienen aquí? —pregunta la niña, esbozando un puchero que le hace sobresalir el labio inferior.

—Ya te dijo tu mami, no puedo ir porque los doctores me hicieron su prisionera por un tiempo.

Grace jadea, llevándose ambas manos a la cara.

—¡Doctores malos! ¿Te dieron inyecciones, tía Al? —pregunta con temor, sumamente preocupada. Qué tierna es.

—No... creo —se ríe Allie.

—Lindo, debes cuidar a tía Al de los doctores malos.

—La cuido, princesa, lo prometo —le sonrío y ella me devuelve el gesto con una de esas enormes sonrisas donde muestra todos sus pequeños dientes.

—Los extraño mucho —dice con un puchero, Lena le dice que es hora de despedirse y ella frunce los labios, enviándonos besos soplados antes de que la videollamada termine.

Bajo mi celular, dejándolo sobre mi pierna, y entrelazo mis dedos con los de Allie mientras ella deja caer su cabeza en mi hombro.

—Ya quiero irme de este lugar —murmura.

—Pronto —respondo, girando el rostro hacia ella para poder dejar un beso en su frente.

—Cada hora que pasa odio más este maldito tubo que está cosido entre mis costillas. Es como un pequeño infierno tenerlo, ¿sabes? Y la comida que me dan es horrible, lo único que me gusta es la gelatina —se queja, haciéndome reír.

—Cuando estés completamente recuperada te llevaré a comer a un bufé para que puedas atascarte de comida deliciosa.

Ella suspira.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo, bonita.

—¿Cuándo crees que me quiten el tubo?

—Cuando ellos consideren que es innecesario que sigas teniéndolo.

—Eso ha sido de mucha ayuda, gracias —dice con sarcasmo, haciéndome reír.

—Bueno, vale, según lo que me dijo la enfermera, lo quitarán cuando tu pulmón esté bien. Se supone que será cuando eso —señalo el tubo por el cual líquido transparente y lo que creo que es sangre se mueve cada vez que ella respira— deje de pasar.

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