Capítulo 40 - Perdóname

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ALLIE

14 de septiembre del 2011

Finalmente soy libre del encierro de los últimos días. No ocurrió el lunes, fue hasta ayer martes que la doctora por fin se dignó a darme el alta. Estaba tan cansada de estar en ese cuarto de hospital, de no poder levantarme de la cama ni hacer nada por mí misma.

Aunque Matt tenía razón, en casa tampoco me dejan hacer mucho. Pero al menos puedo ver la televisión y trasladarme, con mucha precaución, de la sala de estar a la habitación de mis padres, donde me he instalado porque es preferible que por el momento no use las escaleras.

Tengo un par de citas médicas que no me puedo saltar en los próximos días. Una de las más importantes es en dos semanas, que debo ir a que me realicen una tomografía computarizada para verificar el estado de mi pulmón. Pero por ahora solo debo continuar con los medicamentos que me recetaron y cruzar los dedos para que no haya ninguna complicación como fiebre, hinchazón o cualquier cosa que me haga caer de nuevo en una cama de hospital. Creo que voy por buen camino, solo he tenido algo de dolor al mover mi brazo derecho y cuando inhalo profundamente, pero la doctora dice que eso es normal.

—Parezco un elefante con esta cosa —digo con un puchero mientras Matt está tomándome una foto.

Tengo un dispositivo de respiración que debo usar de cuatro a seis veces al día, por lo menos durante las próximas dos semanas. Es una especie de mascarilla que cubre mi nariz y se conecta al aparato que está sobre la mesita de noche por medio de un tubo. Lo bueno de esto es que no es tan incómodo como las cánulas.

—Mira qué buena foto de una preciosa y quejumbrosa elefantita tengo aquí, la pondré de salvapantallas —dice, enseñándome la foto que acaba de tomarme.

Pongo los ojos en blanco.

—Eso puede considerarse bullying, Matt. Y no es lindo hacerle bullying a alguien que está convaleciente.

—¿Bullying? —dice mientras está concentrado en su teléfono celular—. Claro que no, mira qué belleza.

Me enseña que, en efecto, ha puesto mi foto como salvapantallas. En respuesta yo vuelvo poner los ojos en blanco al tiempo que gruño, mostrándole los dientes.

—Te odio.

—No, no lo haces. Y yo te besaría en este momento para que dejes de fruncir los labios de esa manera, pero tu trompita de elefante me lo impide —dice, tocando el tubo que está pegado a mi nariz, antes de echarse a reír.

—¡Mamá! —llamo—. ¡Mamá, por favor saca a Matt de aquí, es insoportable!

Él abre la boca y enarca las cejas con incredulidad.

—¿Ahora quieres que me echen?

—Estás molestándome —me encojo de hombros. El gesto me acarrea una punzada de dolor en las costillas, por lo que cierro los ojos un momento, en lo que se me pasa.

—Bueno, pues no me voy —declara, subiendo a la cama y sentándose a lo indio a mi lado, con los brazos cruzados sobre el pecho.

Le sonrío y llevo mi mano hasta su rodilla.

—No quería que te fueras.

Él está a punto de decir algo cuando oímos un grito infantil y pasos acercándose a toda prisa que culminan en el momento en que la puerta se abre y Tas aparece.

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