Capitulo 26

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—No... no puedes.

Julian apretó con fuerza las manos en las rodillas. Al principio se había puesto a gritar histérico, desesperado por impedir que Kei fuera a la estación, pero tras los intentos de Kei por hacerlo callar y más tarde por impedir que tratara de estrangular al conductor, Julian había asegurado que se estaría callado y tranquilo cuando Kei había hecho que detuvieran el coche y lo agarró por el pelo, obligándolo a salir del coche. Al final Julian se había quedado, inmóvil, sin levantar la cabeza y sin dejar de murmurar y Kei no había dejado de mover un pie, furioso, cuando había descubierto que al tratar de echarlo, había terminado ensuciándose del barro que adornaba casi completamente a Julian.

—Estamos a ochenta metros, Kei.

—No, no puedes ir. Es una trampa. Y ellos dijeron que tenían algo...

—¡Cállate! —le cortó Kei, irritado—. Con una vez para escucharte, tengo más que suficiente.

—Pero... —Julian hizo presión con los dedos, sintiendo dolor en las rodillas.

—Kei...

Julian se aventuró a levantar un poco la mirada y la clavó en el letrero en Ruso que no tenía ningún significado para él pero que hizo que su estómago se contrajera asustado cuando vio que se dirigían hasta allí.

—Deten el coche aquí.

Kei se asomó para investigar en silencio el edificio. Ya había comenzado a amanecer y el movimiento por los alrededores era bastante escaso y Kei desvió la mirada de la puerta cuando tres coches se pararon frente al edificio y salieron inmediatamente de los coches. Julian reconoció a Isi que se percató del coche donde ellos estaban y se giró para decir algo a los quince hombres que se habían reunido.

—¿Kei? —se interesó el conductor, girando medio cuerpo para mirarlo.

Kei permaneció en silencio durante unos instantes más. Había vuelto a girar la cabeza hacia el edificio justo cuando salían dos niños que comenzaron a correr ajenos a lo que estaba sucediendo.

—Entremos —aceptó.

Todas las puertas se abrieron de golpe y Julian los miró desesperado, temiendo alzar la mano y agarrar la cazadora de Kei para detenerlo.

—Kei... —musitó sin voz, moviéndose para salir también del coche.

—No —La voz de Kei fue contundente y todos se detuvieron para mirarlo, pero los ojos negros del chico rubio estaban fijos en él, sin ninguna emoción. Julian se encogió, incapaz de sostenerle la mirada—. Tú te quedas aquí.

¿Qué? —Julian negó con la cabeza—. No...

—No te quiero cerca de mí —escupió Kei, cortante, dando por finalizada esa discusión. Julian abrió mucho los ojos, dolido y volvió a bajar la cabeza, sin atreverse a salir del coche—. Tú tampoco, Rykou. Te quedas aquí.

—¿Estás de broma? Por supuesto que voy —Kevin hizo ademán de salir del coche sin soltar el brazo herido al que se mantenía inerte al lado de su costado, pegado a su cuerpo.

—No, no vienes —Aseguró Kei—. Estás herido y llevas bastante rato ausente. Más que de ayuda serías un estorbo.

Julian vio como Rykou se detenía y lanzaba una mirada a Kei que no llegó a ver y volvió a entrar en el coche, sentándose a su lado y permaneció en silencio, mirando tenso como Kei se unía al resto y todos entraban en varios grupos al interior de la estación.

Durante unos minutos los dos permanecieron en silencio, sin apartar la mirada de la puerta. Julian de vez en cuando giraba la cabeza hacia el japonés que aunque se le veía preocupado, alerta, parecía estar mucho más lejos, como si sus pensamientos se desviaran de un lado a otro continuamente.

—¿Que crees que va a pasar? —preguntó Julian cohibido.

—Cualquier cosa —soltó Rykou de manea hosca, como si realmente no quisiera entablar conversación.

—Pero... no.... —Julian sintió ansiedad y apretó con fuerza las uñas en la ropa. No podía ir mal... esta vez no podía suceder nada... Intentó calmarse, respirando despacio...—. No...

—Da igual lo que pase, no seremos de ninguna ayuda —interrumpió Rykou.

Julian volvió a mirar de reojo al japonés. Había apretado con fuerza la mano en su brazo herido y había cambiado su típica expresión impertérrita por una mezcla de dolor y rabia y Julian sintió que se encogía.

—Lo que sucedió en aquella casa...

—Se suponía que era un almacén vacío —soltó Rykou sin dejarle terminar.

—Sí, un almacén —reconoció Julian—, de cadáveres.

—No debía haber tenido ningún uso.

Julian levantó la cabeza y lo miró fijamente. El japonés no apartó la mirada de la puerta de la estación.

—¿No pretendías matarme?

—No diré que no te lo merezcas —soltó Rykou, impasible, aún sin mirarle—, pero si Kei decidió dejarte vivo, no seré yo quien te quite la vida. Si quieres morir, hazlo, pero hazlo lejos de Kei.

Julian lo miró un poco más, sintiendo como las palabras del japonés atravesaban su cabeza. La culpa, el dolor y el miedo... Julian desvió los ojos hacia la inquietante tranquilidad de la puerta de la estación y notó como se le contraía el estomago.

—Se lo llevaron con oxigeno —dijo Julian despacio, sin mirar a Rykou, sintiendo la necesidad de decirlo, tal vez para escucharlo él mismo—, pero Oshi aún vivía.

Esta vez Rykou sí se giró a mirarlo, demasiado sorprendido para tratar de disimular la esperanza que se leía en su oscura mirada, pero ese reflejo sólo duró el instante justo que se oyeron los primeros disparos. Rykou se precipitó fuera del vehículo, mostrando en la única mano sana una pistola y Julian lo siguió más torpemente, sin la misma habilidad y sin ningún arma.

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Cuando habla el Corazón 2 (chico x chico)Where stories live. Discover now