52. Dulce o trato

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Recordé la orden que le había dado a Félix y de acuerdo a lo que él me contó, Rumpelstiltskin no había tomado muy bien el tener nuevamente entre sus manos aquel juguete de su infancia. Por su aspecto cansado y su ropa un poco deteriorada por los ataques constantes de los niños perdidos, cosa que por completo eran ordenes mías, deduje que ya estaba al borde del colapso y frustración.

—¿Te gustó la bienvenida, amigo? —dije sarcásticamente.

Su gesto se endureció, sacó del interior de su bolsillo el viejo muñeco de paja que guardaba recuerdos de nuestro pasado juntos. Le echó una última mirada que trató ser de desinterés pero que me permitió ver un pequeño brillo de melancolía en sus ojos, confirmándome que él seguía anhelando el amor de su padre.

—Aprende más trucos, el mismo no te funcionaría dos veces —escupió con hostilidad, lanzando el muñeco a mis pies—. Ya me cansé de tu juego, ya estoy grandecito para jugar contigo a las escondidas.

Traté de ignorar la extraña sensación de pesar que se instaló en mi pecho, tratando de ignorar los recuerdos que ese viejo muñeco de paja representaba.

—Creí que seguirías el plan —sonreí con falsedad—, esconderse como las ratas cobardes que son y esperar el momento oportuno para atacarme.

Su gesto decayó siendo mi señal para comenzar a jugar con su mente, era el momento indicado puesto que él estaba con la guardia baja y vulnerable.

Ensanche mi sonrisa y entrelacé las manos detrás de mi espalda, dando pasos lentos pero llenos de seguridad.

—Tan sólo usa esa gran astucia tuya para pensar un poco —dije con voz aterciopelada—, ¿cuánto tiempo has estado aquí?

No respondió, sólo apretó sus manos en puños y bajó la mirada.

—¿Días? —pregunté con la burla presente en mi sonrisa—, ¿semanas?

—La única forma de salir de este lugar maldito será con mi hija —masculló con la mandíbula tensa—. O muerto.

—Es gracioso, es lo mismo que yo pensé —comenté con diversión.

Alzó la mirada para verme a la cara, como si buscara averiguar si tan sólo eran burlas o amenazas.

—Estoy aquí para hacerte una oferta —dije logrando captar por completo su atención—, sé que eres muy bueno haciendo tratos en donde salgas beneficiado.

Me miró con desconfianza pero terminó por asentir, mostrando lo que para mí era una de sus mejores cualidades. Su interés.

—Habla.

Sonreí con superioridad y detuve mi andar a su alrededor.

—Clarisse a cambio de la daga.

Sus cejas se juntaron en un gesto claro de confusión, parpadeó y sacudió ligeramente su cabeza.

—¿Qué quieres decir? —preguntó en voz baja.

—Llévate la daga, vete con Belle y tu nieto —ofrecí—. Incluso podrías ser un héroe, puedes llevarte a todos los perdedores a Storybrooke si así lo deseas.

—No.

Entrecerré los ojos e incliné la cabeza ligeramente extrañado de su respuesta negativa.

—¿Acaso quieres que me encargue de ellos? —dije alzando una ceja.

Negó con la cabeza una vez más, adoptando determinación en su postura.

—No voy a cambiar a mi hija, prefiero morir antes de permitir que esté aquí.

No te pertenezco Peter PanWhere stories live. Discover now