¿Quién te gusta, Len?

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SPICE!

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Contradicciones, putas contradicciones.
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Cuando Rin se sentó, tomé aire. Sinceramente, estaba ligeramente nervioso por cómo reaccionaría a mis palabras, aún tenía las anteriores discusiones repitiéndose en mi cabeza como un disco rayado. La observé; ella miraba hacia el suelo y sus manos estaban escondidas en los bolsillos de su chaqueta.

— ¿Aún sigues pensando en ser una mujeriega, Rin? —Solté la pregunta sin pensármelo más veces. Ella sonrió con sarcasmo antes de negar con la cabeza, poniendo los ojos en blanco.

— ¿Vas a sacar otra vez el tema?

Fruncí ligeramente el ceño. Eso sonaba a un sí rotundo.

— ¿Acaso sabes en el mundo en que te estás metiendo?

— ¿Y tú cuando fumas no piensas en lo mismo? —Arqueó una ceja hacia mi dirección.

Abrí mis ojos de la sorpresa ante su respuesta.

— Yo solo fumo un porro por fiesta, sé controlar...

— Papá decía eso al principio. —Me interrumpió. Cuando oí la primera palabra, puse una mueca de asco. Ese hombre no se merecía llamarse siquiera persona—. Y mírale ahora. —En sus ojos pude ver reflejado el dolor y sentí un pinchazo en el corazón. Rin suspiró, encogiéndose y apoyando su espalda en la puerta—. ¿Y si no puedes controlarlo, y si te enganchas?

¿Por qué te preocupas tanto, Rin? ¿Por qué por mí?

— No estamos hablando ahora de mi tema, sino del tuyo. —Aclaré, frunciendo ligeramente el ceño. Ella rodó los ojos antes de decir algo entre dientes—. ¿Quién narices te ha metido la estúpida idea de ser una Don Juan? Rin, no tienes ni la más remota idea de lo que significa.

— Vivo contigo, ¿recuerdas? —Sonrió con ironia—. Ya me hago a la idea.

Golpeé mi frente con la palma de mi mano.

— No es eso a lo que quiero llegar.

— ¿Piensas que no sé nada sobre el sexo? ¿Qué no sé cómo calentar a los tios? —Me fulminó con la mirada—. Tengo 17 años, no soy una cría. —Musitó, desviando la mirada.

La observé detenidamente durante aquellos momentos de pleno silencio. Era cierto, ya no era una cría, sino toda una preciosa mujer con un espíritu rebelde y un rostro inocente. ¿Por qué de todas las chicas tuvo que ser ella? Me había acostado con chicas de bellezas indescriptibles que intentaban ir más allá conmigo, sin embargo, yo las negaba nada más ver la imagen de Rin en sus rostros. Mi propia hermana me atraía como un puto imán desde secundaria.

— Te lastimarán, Rin. —Hablé finalmente, ganándome su fulminante mirada de nuevo—. Eres una muñeca, inocente y frágil. —Era consciente de la intención de mis palabras y las consecuencias, pero debía de mantener a Rin alejada de ese adictivo mundo.

— ¡Deja de decir eso! —Protestó enfadada, alzándose de golpe—. ¡No soy ninguna muñeca! ¡Sé defenderme sola!

— ¡No es cuestión de defenderse o no! ¡No sabes dónde te metes! —Exploté también, alzándome y estando a media cabeza de altura. Ella enfrentó su mirada con la mía.

— Seguro que tú sí lo sabías, ¿no? —En su rostro se volvió de dibujar una sonrisa irónica—. El pequeño shota de Len entró al mundo erótico con toda la lección aprendida porque él no nació con un pan bajo el brazo, sino con la revista Playboy. —Comentó con un claro tono sarcástico, lo que me sacaba de quicio—. El pequeño inocente sabía a dónde se metía, por eso dejó a su hermana en mitad del hall para irse con sus estúpidos y mayores amigos. —Abrí mis ojos de la sorpresa ante aquél recuerdo que rescató mi mente—. ¿Te acuerdas, cierto? No te puedes imaginar lo que me dolió que me dejaras ahí plantada como una auténtica idiota. —Confesó, con la voz entre cortada y los ojos tras una capa cristalina, lo que me destrozó.

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