Capítulo 16: Dulces niñitos.

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Desde la partida del Internado de Nuestra Señora de Santa María el trayecto era uno de los más incómodos y silenciosos del mundo. Las únicas palabras que había articulado John a sus "hijos" no pasaron de un simple ¿cómo han estado?, seguido de cortas respuestas por parte de ambos. Julianne cruzó los brazos desde que subió al automóvil, y por su aspecto serio y dominante ante el rostro de su madre, parecía más molestas que emocionada, como si buscase el momento adecuado para reprocharle algo. El pequeño John, a su vez, estaba quieto, temeroso y lleno de sorpresa, como si fuese un animalito enjaulado y que apenas tiene la oportunidad de tener contacto con el mundo. John sentía lástima por ese niño; sentía lástima de su aspecto tan frágil, lástima de la tristeza reflejada en sus ojos y lástima de que fuera un niño débil, temeroso de todo y hasta de él mismo.

«¿Son unos dulces niñitos?», pensó.

     Sin embargo siempre existe esa persona que intenta resaltar para todos tal cual un grano negro en el arroz, Paul. El Beatle yacía sentado en el asiento del piloto y trataba de sentar un ambiente "adecuado" para todos. A diferencia de John, él sí estaba emocionado de tener a una pareja de niños tan lindos (fuera de sus comportamientos y físico), porque desde siempre le habían gustado los bebés y los niños. Incluso él, antes, mediaba mucho las palabras de amor que John decía a Julian. Por ende, durante el trayecto, Paul no dejaba de voltear su rostro en dirección a los niños, aunque éstos se mostraban más extrañados que con emoción.

     —Supongo que deben estar muy hambrientos después de pasarse horas rezando y en ese lugar, ¿cierto? —articuló Paul —. ¿Qué les gustaría comer? Podemos comprarlo; lo que ustedes quieran.

     El pequeño John iba a hablar pero su hermana lo detuvo y habló primero:

     —No tenemos hambre. En el internado nos alimentaron bien —dijo con evidente frialdad y sin descruzarse de los brazos.

     —¿Están seguros? —insistió Paul, mirando en dirección al pequeño John. Éste asintió débilmente —. De acuerdo..., entonces será para la hora de la cena. Podremos pedir cualquier cosa: pizza, hamburguesas, patatas con queso, sándwiches, malteadas, todo con el fin de que se sientan a gusto.

     —Muchas gracias... —respondió el pequeño John, cuyos ojitos resplandecieron como dos gemas al escuchar las promesas de Paul.

     —¡Soy vegetariana! —exclamó Julianne —. ¡No quiero comer carne como las hamburguesas! Se supone lo sabe ella —e indicó a John. Éste bajo los hombros.

     Se recordó a sí mismo, porque aunque no era un vegetariano de primera, tampoco era aficionado a los platillos con carne; más bien gustaba de pastas o cereales como los corn flakes. John apretó el ponedor de vasos del asiento y miró de reojo a Julianne por el espejo retrovisor. Paul se sintió avergonzado con la niña y no encontraba las palabras adecuadas para enmendar su error, pero John sí las tuvo.

     —¡Entonces conseguiremos comida vegetariana para ti, Julianne! —le dijo con voz retadora y más dominante que la de Julianne —. ¿Alguna petición más que quiera la señorita? —la niña se negó, con la nariz fruncida —. Bien. Ahora ofrécele una disculpa a Paul... line. Anda.

     —¡¿Pero por qué?! —exclamó la niña —. ¡No hice nada por lo que deba disculparte!

     Justo en ese momento el semáforo cambio de verde a rojo. Paul detuvo el automóvil y John volteó la mirada en dirección a los niños por primera vez durante todo el trayecto.

     —Le alzaste la voz, Julianne, cuando ella trataba de ser amable con ambos —le riñó —. Así que ofrécele una disculpa a Paul ahora mismo.

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