Capítulo 44: Podemos solucionarlo.

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—Pauline, no entiendo, ¿por qué tanto misterio? —inquirió Mike con un gesto divertido a raíz del actuar de su hermana.

Paul cerró la puerta con llave y daba vueltas alrededor de la habitación dejando ver sus nervios. Jugaba con las manos mientras Mike esperaba quieto y sin saber qué tema tocaría McCartney.

—Es algo complicado de decir, Mike —Paul se llevó una mano al pecho para contener el aire —. Tú has sido, eres..., un buen hermano mientras que yo...

—Oh, Pauline, por favor —Mike se acercó a su hermana y con la mano derecha le rozó la mejilla —. Tú eres una buena hermana, la mejor que podría tener.

—¡No! —Paul se apartó, como si aquella caricia le quemase la carne —. Bueno..., tal vez ya no creas eso. ¡Dios! Mike, no merezco nada de lo que haces por mí. ¡Ya no puedo soportarlo! —se llevó las manos al cabello —. Te hice daño...

Las expresiones esporádicas de Paul acabaron por asustar a Mike, quien vio renacer aquellos malestares que atacaron a su hermana cuando la primera crisis. Volvió a acercársele en son protector, porque no deseaba que nada malo le ocurriese y lo hacía sin saber que cada paso era una daga de remordimiento para Paul.

—Pauline... —murmuró —. ¿Cómo podrías hacerme daño? No te entiendo. Yo sé que nunca...

—Jane.

Con solo escuchar el nombre de la mujer amada, el semblante de Mike cambió a uno serio. Se mordió el labio inferior. Paul le miró como perro a medio morir y sus ojos brillaron causa de un lagrimeo pronto.

—Lo de Jane..., fue un accidente... —dijo Mike sin mucho ánimo de recordarlo —. Ni tú ni yo sabíamos que..., quiero decir, no eres culpable. Deja de cargar con ese peso sobre tus hombros porque yo no...

—¡Yo soy la única culpable! —exclamó Paul sin contenerse más. Tenía que decirlo, por mucho que esto fuese a lastimar a Mike.

Su hermano se quedó estático y callado. Digería la confesión de Paul sin mostrar conmoción alguna, como si no pudiese creerlo. Se pasó una mano sobre el cuero cabelludo, rascándose mientras Paul lo miraba con los ojos más abiertos y las cejas alzadas. Después de unos segundos, Mike lanzó una risa débil, de incredulidad.

—¿De qué hablas, Pauline? Tú no...

—Yo fui la responsable de que todo el teatro nos oyera —siguió Paul después de tragar saliva, acercándose a Mike —. Sabía que herir el orgullo de Jane sería suficiente para que te dejase y por eso planeé que tú hicieses un comentario sobre su futura carrera de América. Si ella te abandono no fue por impertinencia, sino porque YO lo planeé...

Las lágrimas surcaron el rostro de Paul, que sentíase más culpable que nunca, en especial cuando miró como el rostro de su hermano palidecía ante sus ojos mientras se negaba. Mike retrocedió unos pasos con movimientos de cabeza que iban de lado a otro.

«No...», susurraba, incapaz de creer que su propia sangre podría traicionarlo de esa manera. «¡No!»

De repente, en un abrir y cerrar de ojos, las imágenes que aquella fatídica noche volvieron a su memoria. Se vio a sí mismo aguardando feliz tras bambalinas y cómo repentinamente Pauline llegó a él sin hacer gran esfuerzo; siempre se preguntó la forma en que había logrado ingresar a camerinos si para un externo era difícil y porque ella siempre permanecía en los palcos. Sin embargo, ese día llegó tan campante, dirigiéndose a él tan sonriente. Recordó cuando lo llevó a otra parte, lejos de bambalinas, para abordarle con "preguntas" en torno a la nueva oportunidad de Jane sobre hacer una carrera en América.

     "¡Oh!, ¿pasa algo, hermanito? No me digas que te desagrada la idea."

     Y él, torpemente, confío en ella al decirle que algo le inquietaba. Luego vino la siguiente pregunta de Paul, la más fatídica y que Mike jamás podría olvidar.

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