Capítulo 39: Corazonadas.

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Roger miraba el fuego chispeante que salía de la chimenea desde la cómoda de su sofá más espacioso. La noche era fría y silenciosa, siendo el sonido de la madera quemándose el único audible en aquella casa. El hombre no dejaba de mirarlo con una pose serena que deleitaría a cualquiera. Callado. Serio. Pero también pensativo.

    En menos de una semana hizo los movimientos necesarios para destruir a Joanne Lennon. Realmente quería hacerlo. Sus principales planes se sustentaban por ese hecho.

    No podía olvidarse del rostro de los niños. De los ojos azules de ambos y de todo lo que Georgine le había contando en un acto premeditado e inocente. Le molestaba saber que John y Julianne estaban con Joanne y no a su lado. Quería tenerlos cerca; abrazarlos, protegerlos, pasar el tiempo necesario con ellos y también compensar el perdido. Se convencía de que eran sus hijos, tenía la corazonada de que así era. No veía nada de Stuart en ellos y, en cierto modo, la última vez que ambos amigos hablaron supo que había sido él quien  tuvo intimidad con la joven después de que ella desapareciese. El último.

    Formó un puño al vacío. Si para tener a los niños a su lado tendría que destruir la figura y dignidad de Joanne Lennon y su grupo, no se tentaría el corazón. Lo haría.

    Toc, toc.

    Alguien llamó a la puerta. Roger se levantó del sofá extrañado. En vista de la hora se le hizo raro que alguien fuese a visitarlo, especialmente por el frío que impregnaba la oscura noche. En primera instancia su inconsciente pensó en Joanne, que vendría a suplicarle en persona que parase con sus actos, o que tal vez había mandado hombres de su entera confianza para golpearle hasta hacerlo cambiar de opinión.

     Nuevamente tocaron la puerta. Esta vez con más fuerza.

    Roger Taylor se levantó del sofá y avanzó hasta el umbral. Dio vuelta a la perilla, no sin antes asegurarse de tener un artefacto lo suficientemente fuerte para golpear y cerca de él en caso de necesitarlo. Abrió la puerta. Su respiración se entrecortó a la par que sus ojos engrandecieron.

     No había pensando en ella.

    —Geo-Georgine... —murmuró sin dar crédito a su visión y, a la vez, conmovido de que fuera ella quien le visitaba.

    La joven venía encapuchada por un manto negro que acrecentaba su condición dolida. Miraba al joven sin encanto u emoción, sino con seriedad y sin ánimo. Pero estaba allí porque su impulso le había ganado al igual que la necesidad de verlo.

    —¿Qué estás...?

    —Necesitamos hablar, Roger —le hizo una seña para que le abriese el paso y Roger, sin pensarlo mucho, lo hizo.

    Georgine ingresó en la casa sin el mismo ánimo que días atrás. Ahora, viéndola desde otro modo, no le parecía acogedora ni cálida, sino muy apagada y sucia. Miró la chimenea con recato y el suelo cerca de ella, un escalofrío le recorrió la piel y retrocedió unos pasos para mantener distancia. Roger estaba detrás de ella. Pudo sentir su presencia. Suspiro.

    —Supongo que debes estar enterada de todo ahora... —dijo él, lentamente.

    Ella se mordió los labios y le encaró con las mejillas endurecidas.

    —¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué haces todo esto?, ¿qué pretendes?

    —Quiero saber la verdad de una vez por todas —respondió Roger —. Y tener a mis hijos de vuelta conmigo. Intuyo que Joanne debió contarte ya su versión de los hechos y crees que el único malo aquí soy yo. ¿No es verdad?

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