Capítulo 31: Sé lo que se siente.

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Unos minutos después, John se encontraba dando vueltas alrededor del pasillo con los brazos pegados atrás de su espalda. El sonido de los tacones era audible gracias al piso de madera; se sentía dudoso, impaciente y extraño. Las palabras de Paul habían sido claras para él desde el inicio: si quería una revolución era importante forzar primero los lazos con su hija, porque sólo así ella podría quererla de verdad y compaginar a sus ideales.

Más allá de querer moverla hacia una misma sintonía, lo que John quería —o mejor dicho lo que deseaba siendo ésta nueva Joanne— era crear un lazo afectivo con la niña. Que ella le quisiese, y arreglar lo que una vez dijo siendo mujer pese a que no lo recordase por cuestiones del cambio.

Cuando Julianne se marchó llorando supo comprenderla y apeló a las razones que tenía la niña para ser cómo era: una resentida. Se identificó tanto con ella al recordar aspectos de su propia infancia: Julia, Alfred, Mimi..., el sentimiento de no sentirse a gusto en un hogar por pensar en qué habría pasado si sus padres hubiesen vivido con él. Recordó el resentimiento que le tuvo a Julia por haberlo dejado cuando le prometió lo contrario, y lo culpable que se sintió cuando ella falleció a causa de un accidente en el momento en que su relación iba mejorando. Pensó en la molestia que aún sintió con Alfred al verlo por última vez en 1964, dándose cuenta que los malos sentimientos no lo llevaban a ninguna parte sino que solo causaban más dolor a la herida. Él no quería eso para una niña de 6 años, quien de por sí era demasiado joven como para cargar tanto rencor en su persona.

Incluso Julián era más feliz, pensó dolido, pero no por él, sino porque tenía a Cynthia. Una madre amorosa que sustituía muy bien el descuido de John. En cambio Julianne jamás sentía el cariño de una mamá, solo su ausencia y la de un padre que no conocía. La palabra "estorbo" era demasiado fuerte y pesada para un niño, tanto que Lennon aceptó que lidió tanto con ella al pensar que fue estorbo en la vida sus padres.

No lo pensó más para no prolongar sus actos. Aún sin tener un discurso predeterminado, decidió que lo mejor que podría hacer era seguir los impulsos del corazón. Entonces giró la perilla e ingresó en la habitación más lejana de toda la casa, el que tendría que ser destinado a una persona de servicio pero usaban como bodega, y donde Julianne había corrido a esconderse.

La niña se hallaba oculta entre las pesadas cajas que guardaban todo lo considerado "viejo" en la casa, como aparatos electrodomésticos y revistas de moda de temporadas pasadas. Tenía la espalda apoyada contra un doblón de cartón empolvado, las piernas flexionadas para adaptarse al pequeño espacio, y los brazos enrollados como medio de protección. La punta de su nariz estaba roja, un poco hinchada al igual que sus mejillas y las bolsas de los ojos, que a su vez se miraban agrietados, lagrimosos y tristes. En la poca estadía de aquel mes Julianne no había mostrado ningún rastro de llanto ni debilidad, para ser aquella la primera vez parecía algo sorprendente, sin dejar de parecer triste al mismo tiempo.

Al abrirse la puerta ingresó un atisbo de luz, mismo que no inmutó a la niña para nada. Sintió la presencia de su madre pero eso solo provocó que la ignorase contrayendo más las piernas para sí. John ingresó lentamente y encendió la luz que se hallaba apagada. Cerró la puerta despacio, con tal de no exaltar a nadie. Esta vez quería ser dulce, táctico y ameno, usar la suavidad que su ser femenino le pedía a gritos y que Joanne se rehusaba a tener. Suspiró.

—Julianne... —dijo casi en susurro, conteniendo la pena que le dio mirar a la pequeña en tales condiciones.

Rápidamente la niña se limpió la nariz fingiendo no tener un temple lloroso, lo cual fue imposible a ojos de John, que conocía de buen grado aquel intento de no mostrar debilidad, especialmente porque era algo que él desde pequeño se forzaba hacer.

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