Capítulo 29: Travesura.

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—Escucha, Lester, eres el único testigo de lo que estoy por hacer, así que más vale no levantar ninguna sospecha...

     George no dejaba de dar vueltas en círculos alrededor de toda su habitación. Llevaba las manos de un lado a otro mientras sus dedos jugaban ente sí. El gato Lester le miraba acomodado en la orilla de la cama, con los ojos bien puestos y la cola alzada.

     Los nervios de Harrison eran predecibles. Sin embargo, en esos momentos no era George quien estaba presente sino Georgine; ella había ganado en la toma de decisiones y su presencia completa en el cuerpo de la inquilina habían acabado por relegar al ser masculino por completo. Y era la chica quien quería dejarlo todo, mandar a la mierda las órdenes de Brian y olvidar qué pensarían John, Paul o Ringo, especialmente él; por esa noche lo único que deseaba era ser una chica normal que escapa a hurtadillas de su casa.

     Soltó un suspiro y miró el reloj. Eran casi las diez y no escuchaba mucho ruido al interior de la casa. Pensó que sus amigos deberían estar encerrados en sus respectivas habitaciones; a fin de cuentas Paul no tenía ánimo de hacer nada, John debía estar con los niños y Ringo quizá debatía entre su moralidad y las lecturas científicas. Epstein se había marchado después de que cenaron todos, así que no tenía nada que perder. Abrió la puerta de su habitación cuidando de no hacer ruido.

     —Tienes comida suficiente en el plato por si te da hambre en la madrugada, Lester —susurró George —. Por favor no maúlles ni me delates. Te veo en unas horas.

     Cerró la puerta y camino de puntillas, como un ladrón, a través del pasillo hasta que llegó a la entrada trasera de la casa. Llevaba una tela negra cubriéndole la cabeza, un peluquín corto además de ropas anchas para ocultar su delgadez y lentes redondos transparentes que abarcaban gran parte de su cara. También se colgó en la espalda una mochila con ropas y su almohada favorita, una pequeña con sus iniciales bordadas por la señora Harrison. Al llegar a la puerta trasera se detuvo, el corazón le palpitaba, y soltó un suspiro regalando una última mirada hacia el interior de la casa.

«Vete antes de que te arrepientas; antes de cualquiera se de cuenta. Es tu oportunidad».

Tomó un último respiro y abandonó la casa cerrando con su sigilo. Cada pisada era silenciosa, como la de un mimo. Afortunadamente aquella noche la gente que rodeaba la casa se hallaba en la parte principal, y no había muchos debido al repentino frente frío que apenas podían soportar en un sitio externo. Avanzó hasta la verja y abrió el candado con ayuda de una llave que había agarrado del bolsillo lateral de Brian.

Todos los movimientos de George eran rápidos, furtivos, en cuestión de segundos había abandonado la casa Beatla para lanzarse a correr por las calles cubriéndose la cabeza con el trapo negro. Su respiración era agitada y rezaba internamente porque nadie le reconociera hasta que su trayecto concluyó en una esquina, dos cuadras adelante, donde yacía estacionado un automóvil color azul platinado con las luces de atrás encendidas.

George se aproximó y abrió la puerta. Entonces del cielo cayó la lluvia, justo a tiempo para no empaparse.

—Georgine... —la voz dulce de Roger hizo presencia.

La joven que tenía sentada en el asiento del copiloto no le respondió, parecía como en estado de shock que la mantenía con los ojos abiertos y los labios reprimidos. De pronto, rompió a reír fuertemente, colocando las manos sobre la barra del coche y mirando hacia atrás con alegría. El repentino cambio de Georgine extrañó a Roger.

—¿Estás bien? —arqueó una ceja.

—¡Claro que sí! —exclamó Harrison lleno de júbilo —. Krishna. No puedo creer lo que hice; me escapé de la casa burlando a todo el mundo y esto..., me pone..., tan feliz. Oh, ¡nunca había sentido tanta adrenalina junta!

• MORE THAN A WOMAN •Where stories live. Discover now