Capítulo 22: ¿No quieres?

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George tenía miedo. No podía ocultarlo por más tiempo porque sabía que pronto sería presa de una locura irremediable. Sus manos temblaban a la par de los latidos de su corazón sin poder controlar ambos. Empezó a caminar en círculos por toda la habitación.

Por más que intentaba pensar en mujeres, senos, o Pattie, las imágenes se hacían vagas, difusas en su propia mente hasta el grado de sentir repulsión. Y eso le preocupaba.

     Habían transcurrido tres días desde lo ocurrido con Roger y no se había armado de valor en afrontar la situación o mirar aquella hoja que yacía sobre su buró con una dirección escrita. Tampoco Ringo se dignaba a hablarle o mirarlo con algún gesto de agrado, incluso al propio George le pareció que su amigo andaba tan distraído y prefería pasar el resto del día en su negocio al terminar los "pequeños ensayos" que obligaba Paul con excusa de que hubiera interacción entre ambos chicos.

     Las horas pasaban tan lentas para él, que yacía sentado frente a un televisor sin prestar atención en la programación que trasmitían aquella tarde. No muy lejos se escuchaban los gritos de John y su hija, que seguramente discutían por cosas sin sentido. Paul debía estar encerrado en su habitación para no intervenir en la discusión o seguro estaba dormido porque anoche se había desvelado por idear algún plan que llevar a cabo en su próxima salida con Jane, la ahora prometida de su hermano Mike.

     Soltó un suspiro. Se sentía solo, aburrido, sumido en sus propios pensamientos e inquieto porque no paraba de recordar el rostro de Roger y el beso. Ese beso prohibido...

    Una mano se posó sobre la suya.

    —Tía, ¿no estás mirando el televisor, verdad? —preguntó el hijo menor de John, educadamente.

     Le había sobresaltado, vaya que sí, más prefirió ocultarlo.

     —Lo siento —sonrió entre un suspiro —, es que ando un poco distraída, pensando.

     —¿En qué? —inquirió el pequeño.

     —En cosas de adultos. Problemas que no dejan de molestar a tu tía, ah...

     —Oh..., pues los adultos dicen que todo problema tiene solución. Solo hay que enfrentarlos, tía.

     Y de repente, como un balde con agua fría que cae sobre la piel empapando el cuerpo, a George le crisparon los dientes. Un niño estaba aconsejándole como si fuera adulto, escuchando quizá justo lo que necesitaba oír. Tenía que ver a Roger, hablar con él y disculparse por lo acontecido en la fiesta, lo más importante, sentar las cosas de una buena vez.

     —¿A dónde vas, tía? —le preguntó el pequeño John al ver como la mujer se había levantado del sillón dejándole el control sobre las piernas.

     —¡A resolver un asunto! ¡Dile a las chicas que no tardó! ¡Y por favor no veas programas que no son para ti!

     —¡A resolver un asunto! ¡Dile a las chicas que no tardó! ¡Y por favor no veas programas que no son para ti!

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