Capítulo 21: La dama azul.

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Más allá de los límites del Distrito de Epping, una zona boscosa perteneciente al sureste de Inglaterra, se encontraban especies de árboles y flores silvestres que el ser humano era incapaz de encontrar. Si bien el bosque de Epping era una zona protegida por la ubicación que unía a la capital Londres (en el noroeste) y el condado de Essex (en la parte del sur); sin embargo, en aquel entonces sólo los alrededores del bosque habían sido cuidados, olvidando el límite causal de un viejo río que separaba con una piedra en forma de cascada el otro extremo del bosque. Esa tierra virgen, ajena de las pisadas del ser humano, que aguardaba sólo a aquellos seres capaces de ver e ingresar con ayuda de sus dones.

     Ahí, donde el césped era más verde, fresco y abundante, donde ningún árbol había sido cortado para construir una casa o edificio, y donde las flores cambiaban el color de sus pétalos siguiendo la posición del sol. La otra mitad del bosque de Epping, el lugar de la magia y hogar de seres y criaturas comunes, pero con una diferencia, el poder de no morir a manos del ser humano. Para ellos su hogar tenía otro nombre: el bosque de Aladdor. Nombrado así en honor a Arbhum-Kizten Aladdor. El hombre de las siete lunas que había dividido el mundo real y mágico al finalizar las cruzadas durante la Edad Media, período donde murieron seres humanos y hechiceros, y así dividir los mundos.

     La mujer de cabello blanco y cuyo corte le llegaba hasta la nuca detuvo el paso, quedando a la orilla de una pequeña colina de matorral donde podía divisar la enorme cascada, cuyas aguas caían frente a sus ojos. Dio un suspiro y se quitó las gafas negras y de punta curveada; en realidad vestía muy elegante como para encontrarse en la zona más alejada del bosque de Epping: zapatillas, chaqueta color crema, medias, guantes. Observó la cascada, quieta, y lentamente miró hacia su alrededor para percatarse de que no hubiera ninguna otra persona cerca, acto seguido estiró la mano derecha, haciendo movimientos circulares con sus dedos. Cerró los ojos.

     "Nikvs Axa"

     De pronto las aguas de aquella cascada se partieron en dos mitades, dejando entrever la pared de piedra que estaba al fondo y que del mismo modo se abrió, y de esta salió un tronco con raíces color azul alrededor, lardeándose en la orilla de la colina. La mujer, sonriente, subió al tronco sin problema alguno y atravesó el río, que se cerró cuando ella atravesó la pared de piedra. Cinco minutos después, todo estaba normal.

     Con paso decidido, la mujer avanzaba entre la naturaleza verde del bosque de Aladdor. Sus tacones se impregnaban sobre la tierra, haciendo sonar su caminata. Ese día había muy pocos animales a las afueras, la gran mayoría se encontraban en sus nidos o madrigueras, pues era hora de la merienda. Y seres mágicos, ¡qué decir!, los pocos que sobrevivían estaban en sus casas, viviendo tranquilamente lejos de la civilización y los problemas. Un hada de vestimenta rosa, con pétalos de flor rodeando su diminuta cadera, miró a la mujer y le hizo una reverencia en saludo, misma que fue respondida con igual gesto.

     Los habitantes de Aladdor tenían el poder para cruzar la pared de piedra y andar por el mundo de los humanos. Podían transformarse e interactuar con los seres humanos con la condición de ser cuidadosos con sus acciones. ¡Ah, claro!, también podían usar la magia, en caso de poseerla, para hacer ciertos cambios.

     Un gato negro jugaba con una bola de lana brillante alrededor del patio de una antigua casa construida en piedra y granito blanco. Cuando diviso la llega de su ama, se puso de pie en un salto y espero a que ella cruzase el jardín de flores para abrirle la puerta. Ambos inquilinos ingresaron a la morada y cerraron. Ahí, la mujer se deshizo de los guantes y la chaqueta, mirándose en un espejo para alabar el color de su cabello blanco y el vestido que le ceñía la cintura.

     —Es bonito, y diferente; estilo Hollywood —sonrió coqueta —. Pero prefiero la versión original.

     Palmeó tres veces sus manos y pronto una estela de luz la rodeo de pies a cabeza, cambiando el aspecto urbano que traía por un manto azul celeste que se convirtió en un vestido largo, con las hombreras ovaladas y tela cubierta hasta sus brazos, retoques de naturaleza se inscribían en la tela del vestido, haciéndolo lucir hermoso, brillante. Y el cabello blanco, tomó su forma original: azul, con caireles y bucles que caían por debajo de sus hombros.

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