Morgana

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Moonacre era su hogar, los Silver su familia. Ellos no le temían, no había rechazo ni recelo hacia ella, no la despreciaban por el poder que corría por sus venas, la aceptaban así, algo que sus padres biológicos no habían hecho. Más de una vez había buscado en la memoria de Sirius, en esos recuerdos que había obtenido de él años atrás. Pero no había mucho, para Sirius ella no tenía más de quince días de nacida cuando murió, en su cuna, sólo dejó de respirar, era trágico, pero ocurría en ocasiones.
Su nombre dejó de mencionarse, era demasiado triste, demasiado doloroso, él había estado presente cuando se la llevaron, había sido testigo de la desolación de James y Lilly. Nunca le dijeron a nadie, ni siquiera a él, dónde estaba la supuesta tumba, el Black había confiado en que esa era solamente una etapa de duelo y que cuando recapacitaran, James le hablaría al respecto. Los Potter se habían volcado de lleno en el cuidado de Harry, casi como si quisieran olvidar a la fuerza la existencia de la pequeña.
Eso era lo que Sirius sabía, ella nunca le había contado la verdad, por una parte porque no quería aumentar la tensión entre el Black y Dumbledore, y por otra, porque no estaba segura de cómo reaccionaría hacia ella si supiera de sus verdaderos poderes.
No lamentaba su vida con los Silver, tampoco el trato que había hecho con el extraño llamado Adam. Estaba aprendiendo muchísimo, pero sus impulsos eran más difíciles de controlar. Un momento añoraba a los Potter, al otro los despreciaba por abandonarla.
Estaba en el despacho de Dumbledore, la tarde fuera anunciaba tormenta, no sabía del todo que sentir al estar frente a la única persona fuera de su familia que sabía la verdad en cuanto a sus orígenes. Ella era más que sólo bruja, era una de las pocas descendientes de la propia Morrigan, aunque ese hecho en sí no era particularmente especial; otros lo eran, algunos no poseían talentos excepcionales para  la magia, algunos incluso eran muggle, el mismo Harry que compartía su sangre era un mago común, envuelto en la porquería de otros pero un mago común; había, sin embargo, una diferencia, la misma que le permitía usar magia más antigua que el propio Merlín.
Llevaba varios minutos en silencio, uno que no había sido interrumpido por el mago.

-Así que, las defensas de Hogwarts fueron capaces de detectar a Adam- concedió finalmente la estudiante con semblante cansado- pues lo felicito.

-No veo por qué.

-Yo tampoco, pero tampoco veo por qué me llama a su despacho. Adam puede ir y venir a placer sin contar con mi influencia.

-Sin embargo tu presencia, tu simple existencia atrae a seres como él.

-Es cierto, pero le recuerdo que trato cotidianamente con ellos, conozco su naturaleza, "director"- soltó con una media sonrisa burlona- pero le aseguro que Adam no ha tenido nada que ver con Harry envuelto en el Torneo y tampoco conmigo. Revise su casa, la mía está limpia.

-Has estado observando.

-Siempre estoy observando, - espetó molesta, cambiando su expresión a una más adulta- cumplo mi parte del trato, te he dado información más que valiosa pero apenas has hecho movimiento, eso quiere decir que todo va acorde a tus planes.

-No tengo planes más allá de mantener a Harry y al mundo mágico a salvo.

Ella soltó un resoplido poco femenino que estaba segura su madre desaprobaría.

-Ya claro, no tiene nada que ver con cierta profecía.

El rostro del anciano profesor por una milésima de segundo mostró sorpresa, para ella fue confirmación suficiente.

-Esa es la verdadera razón por la que querías que los Potter se deshicieran de mí, porque los fae son impredecibles, porque manipulan el destino de los mortales a voluntad- no era una pregunta, era una afirmación- porque soy demasiado similar a ellos. Porque podría interferir con la profecía. Oh, descuida, aún no conozco su contenido, sólo sé de su existencia.

Black's RoseWhere stories live. Discover now