33: Vergüenza

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Aída Pierce.

Seguía sin creerlo, pero no tardé en dar mi respuesta.

—Claro que sí— logré decir mientras mi voz se cortaba, mis lágrimas se deslizaban a través de mis mejillas.

El rostro de Raymon se iluminó, haciendo su mirada tan tierna, como de niño pequeño cuando recibe algo muy deseado.

Nos acercamos, para que esté me colocará el anillo. Era hermoso, su brillo iluminaba nuestras miradas. Siento como el anillo se desliza por mi dedo, lo manejó para acomodarlo. Quedaba a la perfección.

Inmediatamente todos comenzaron a aplaudir y al mismo tiempo se pusieron de pie.

Sus labios chocaron los míos con ansías, mis lágrimas seguían cayendo empapando nuestras mejillas. Bastante cliché, pero me encantaba. Pero todo se esfumó, al escuchar la arrogante voz de la Reina.

—Hijo, ¿Qué hiciste?— le preguntó entre dientes a Raymon. Provocando que nos separamos, sin embargo éste la ignora.

—Raymon.— dice aún más seria la mujer, —Rompiste una tradición— su voz estaba ronca, era seca, mostrando su furia a través.

Mi sonrisa disminuyó, pues no podía evitar escuchar a la Reina. Mis manos estaban temblando, realmente me aterraba.

—No te preocupes— me susurró Raymon en el oído, su voz era cálida y serena. Me tranquilizó, pero no del todo.

Justo cuando estábamos a punto de retirarnos del escenario -la gente aún continuando de pie-, riendo y aplaudiendo. Logré ver a Glenn y Anzel colocándose unos leves besos entre labios. Sin importarles sobre lo que los demás pensarán, sólo dejándose llevar.

Se alejaron y una sonrisa enorme se plasmó en sus rostros. Eran demasiado tiernos para ser reales.

—Les pido que le den un fuerte aplauso a Aída Adamson, nueva integrante de esta dinastía— dijo la Reina, una sonrisa forzada se colocó en sus labios e inmediatamente todos hicieron lo que ella había dicho.

— Todos tomen asiento, y disfruten de la cena, tanto los espectáculos que nos brindan los humanos— esta vez habló Raymon.

Me encaminó para salir del escenario, pero la verdad es que no quería, no porque me gustará la atención, sino que capaz y la mujer me mata en la oscuridad.

—Te amo— me susurró Raymon mientras me apegaba más a él. Deshaciendo mis pensamientos.

Ya estábamos saliendo del escenario, pues iban a pasar chicos humanos a realizar su espectáculo. Había bailarines, cantantes, cómicos, de todo un poco.

Detrás de todo ésto, estaba una pequeña parte de su familia, que hacían de seguridad. No bastó que hablaran, sus miradas lo decían todo. Sus ojos ligeramente rasgados, su ceja fruncida, y unas ganas de querernos arrancar la cabeza.

—Raymon Adamson— dijo la Reina, fría con su voz ronca y de superioridad.

Esté se detuvo súbitamente. Y créanme, aunque me acababa de comprometer, ahora mismo sólo puedo pensar en cómo sobrevivir.

—Eres una vergüenza para está familia— su disgusto se notaba a kilómetros, nos fulminó con su mirada, erizando mi piel por completo.

—Todo por la culpa de está cualquiera— me miró de arriba a bajo. Lentamente cierro mis nudillos, y  mi mandíbula se aprieta.

—Eso sí que no— respondió Raymon con una sonrisa irónica, y al mismo tiempo rascaba su barbilla. —Si le vuelves a decir algo, jamás volveré a poner un pie en está familia.

Inmortales I: Prisionera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora