La otra cara de la moneda

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PoV Erin:

Apagué el despertador nada más comenzó a sonar. Llevaba meses sin oír aquel sonido infernal y de nuevo tendría que acostumbrarme a convivir con él. Me levanté y me dirigí al baño. Lo bueno de los primeros días de curso es que mi energía no se ha desvanecido a aquellas horas. Una vez me hube espabilado por completo, me acerqué al cuarto de mi hermano y abrí la puerta sin ningún cuidado. Cuando subí las persianas, sentí cierta satisfacción al escuchar el quejido proveniente del bulto que coronaba la cama. Casi tuve que arrancarle las sábanas.

− Vamos, que siempre llegas tarde.

Aiden me miró con cara de pocos amigos. No había cosa que odiase más que levantarse temprano. Y su humor no hizo más que empeorar cuando ensanché mi sonrisa al tiempo que me dirigía a la puerta.

− Te doy diez minutos para solucionar tu... problemilla.

Aiden enrojeció.

− ¡¡Imbécil!!

Esquivé justo a tiempo la almohada y salí de la habitación. Sabía que aquello no duraría mucho, mi hermano pronto normalizaría el efecto mañanero y sería inmune a mis mofas, pero podía divertirse hasta entonces. Lo cierto era que disfrutaba de aquella pequeña venganza. En la lotería genética, estaba claro que el pequeño de la familia había salido ganando: cabello castaño oscuro, constitución esbelta a pesar de no haber terminado desarrollarse y, lo que más me fastidiaba, los ojos verdes de nuestra madre. Por suerte, no fui el único en no recibir el privilegio, Kirian tenía los iris color caramelo como los míos, herencia de nuestro padre.

Desayuné, me embutí en la ropa deportiva y me senté a esperar a mi hermano. Aún teníamos tiempo. Cuando Aiden llegó, yo estaba en babia, con la vista fija en la mesa y jugando distraídamente con la goma del pelo.

Por el camino, Aiden no paró de hablar. Parecía que me había perdonado por la burla. Al llegar a la puerta, él se despidió y se unió a su grupo de amigos. Yo me encaminé a clase. Los mayores habíamos aprendido a escapar de las aglomeraciones matutinas y nos reuníamos en nuestras respectivas aulas. Me senté en mi mesa y me sorprendió ver el asiento de atrás ocupado. Ingrid había dado por terminadas sus vacaciones. Intercambiamos saludo e iba a preguntarle por su verano, más por entablar conversación con alguien que por otra cosa, pero un fuerte golpe me sobresaltó.

− Tío, tienes que ayudarme con inglés. Voy a suspender –dijo el atleta rubio que me miraba con fingida preocupación. Debía admitir que mi amigo parecía el típico deportista estudiantil de manual.

− Solo llevamos una semana de curso, Logan.

− Es una premonición –contestó, sentándose en su sitio al lado de Ingrid.

− Más que una premonición, parece la sucesión de la ristra de ceros del año pasado.

Logan se encogió de hombros.

− ¿Qué quieres que te diga? Lo mío no son los idiomas.

− No, si no hace falta que lo jures: "El señor de los teléfonos" –ambos nos giramos para mirar a María.

No pude contener la risa, mientras Logan desviaba la vista, avergonzado.

Ring suena más a teléfono que a anillo –musitó.

María y yo intercambiamos una mirada antes de volver a estallar en carcajadas, recordando el glorioso momento. El profesor de filosofía entró y comenzó la rutina. La mañana concluyó sin nada destacable. Las clases eran normales y cada vez me llevaba mejor con mi compañero de pupitre, Kenzo. Era más simpático y comunicativo de lo que en un principio aparentaba. Auguraba ser un buen año.

La última clase fue la de educación física que, con el verano tan cerca todavía, no dejaba que ninguno nos escapáramos sin empaparnos en sudor. Recogí mi mochila y me unía a María y a Logan. Los tres vivíamos muy cerca y desde hacía más de casi una década habíamos cogido la costumbre de irnos juntos a casa. Fuera nos esperaba Aiden con un amigo. Nos siguieron y mi hermano no pudo escapar del saludo obligado a María.

Una vez en casa, preparé la comida para Aiden y para mí. Aquella tarde tendría que terminar de estudiar temprano para ir a ayudar a mi padre con el bar. Desde que Kirian se había marchado a estudiar fuera, los días en los que tenía que trabajar habían aumentado. Le echaba de menos, y no solo por el curro extra. Mi hermano mayor era increíble, le admiraba más que a nadie. Era inteligente, fuerte, divertido y extrovertido. Caía bien a todo el mundo. Mi padre siempre dice que nos parecemos, aunque yo lo dudo. Tal vez nos demos un aire físicamente: ambos somos morenos y practicamos el mismo deporte así que nuestra constitución es similar, pero él es más alto y su pelo bastante más corto y, tal vez, un poco más claro. Aún recuerdo la época en la que las chicas de mi clase se me acercaban en un vano intento de acceder a mi hermano. No sé cómo no veían que no le interesaban la pequeñas, pero siempre era simpático y agradable con ellas cuando lograban interceptarle. Aunque jamás me lo reconocerá, en el club de fans de Kirian estuvo María. Sin embargo, ella le conocía desde que era una cría de guardería. Recuerdo la cara que se le puso cuando Kirian empezó a salir con su primera novia.

Las ausencias familiares eran notorias, sobre todo a la hora de la comida. Papá estaba demasiado ocupado como para venir y Kirian solo regresaba a la ciudad algún fin de semana al mes. Aiden y yo comíamos solos y luego cada uno se ponía manos a la obra con sus tareas. Debíamos trabajar duro para sacar notas altas, necesitábamos las becas.

Aquella noche me dejé caer, derrotado, sobre la cama. Estaba deseando poder cerrar los ojos y no tener más preocupaciones por ese día.

A la mañana siguiente se repitió el proceso. Sin embargo, ocurrió algo que cambiaría el curso del trimestre. Sean entró en clase y nos informó del sistema de evaluación que se le había ocurrido. Así fue cómo acabamos Logan, Kenzo, Ingrid y yo atrapados en un equipo. El capullo de Sean se quedó tan tranquilo. Yo dependía de mi media e iba a tener que jugármelo todo en un trabajo grupal.

Miré a mis colegas de armas: Kenzo apenas se inmutó, Logan parecía aburrido e Ingrid tenía la misma cara de espanto que debía haber puesto yo al principio. Suspiré, resignado. Por las indicaciones de Sean, estaba claro que no habría forma de librarse de aquello. Decidí tener la iniciativa. Tenía que librarme del proyecto cuanto antes para estar libre en los exámenes finales. Le di un toque en el hombro a Kenzo y me giró para mirar a mis compañeros.

− Podríamos ir organizándonos, así no nos pillará el toro –sugerí.

Logan soltó un bufido.

− Relájate, Capitán Sobresaliente, todavía tenemos tres meses.

Fruncí el ceño y me dispuse a replicar, pero Ingrid se me adelantó.

− Estoy de acuerdo con él. Cuanto antes nos lo quitemos de encima, mejor.

Logan la miró un instante, pensándoselo. Puse los ojos en blanco al ver el vistazo descarado que echaba al escote de la chica. Esperaba que Ingrid no se hubiera dado cuenta.

− A mí me da igual cuándo hacerlo, pero me parece bien si queréis terminarlo pronto –intervino Kenzo.

Logan no tuvo más remedio que dar su brazo a torcer.

− Está bien. ¡Dios –exclamó, exasperado−, tenía que tocarme con los empollones!

− La mayoría de la gente lo vería como una ventaja –repliqué, guiñándole un ojo.

− Sobre todo si tú estás entre ellos, guapo –contestó, imitando el gesto.

Quedamos en que el viernes iríamos a mi casa a analizar el proyecto y dividirnos el trabajo. No solía gustarme llevar a gente a casa, pero Logan no era un extraño y Kenzo me caía bien. Además, era la única que estaba libre ese día.

Aquel día me fui a acostar pensando en el trabajo; en cómo hacerlo y cuánto tiempo nos tomaría. Desee que no fuera demasiado. Estuve pensando casi una hora hasta que, de forma repentina, el sueño me engulló.

DestinyTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang