Cuesta arriba

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PoV Erin

Logan llevaba varios días sin dirigirme la palabra. No contestaba a los mensajes, pero por lo menos no me había bloqueado. María, por su parte, no logró sacarle información. Según me contó, lo único que hacía era decirle de mala manera que no se metiera. En ese momento, nos encontrábamos los dos en su habitación, estudiando. María estaba tumbada en la cama, pasando las hojas en busca de los temas que caerían en el siguiente examen de literatura.
- ¿Qué crees que va a entrar?
- Umm -me lo pensé antes de contestar, mientras daba vueltas al boli que descansaba en mis labios-. Creo que el tema 4. Es al que le ha dado más importancia.
María soltó un bufido. Era el tema más denso con diferencia. Cerró el libro y se levantó, desperezándose. Se acercó al armario y sacó unos vaqueros y una camiseta. Empezó a quitarse la ropa vieja que solía usar en casa.
- ¿Qué haces? -le pregunté- Pensé que íbamos a prepararnos el examen de lengua.
- Y vamos a hacerlo, pero antes iremos a aclarar las cosas con Logan.
Cerré mi libro y me froté el puente de la nariz, agotado.
- Ya lo he intentado, María -le dije-, pero no quiere ni verme. Y, la verdad, estoy harto de su actitud infantil.
María se sentó en el suelo, para atarse los zapatos, desde donde me dirigió una mirada compungida. Ella también estaba desconcertada con el enfado de nuestro amigo. Nunca nos había pasado nada igual.
- Vamos a intentarlo una vez más -insistió-. Le interceptamos cuando salga del entrenamiento.
Yo la miré dudoso. Era cierto que el enfado se me había contagiado, pero odiaba estar en esos términos con él.
- Está bien.
María se levantó de un salto y me arrastró con ella hasta el campo de fútbol en el que Logan entrenaba. Si no fallaban nuestros cálculos, en unos minutos darían el entrenamiento por terminado.
Yo subía y bajaba la cremallera, nervioso. María posó una mano el mi brazo, en un intento se darme ánimos. Me dedicó una sonrisa que se me acabó contagiando.
Pasaron diez minutos hasta que los compañeros de equipo de Logan emperan a salir, cargando con las mochilas deportivas. María y yo nos enderezamos y esperamos a que saliera nuestro amigo. Logan iba rezagado el último. Tenía el semblante serio y se secaba la frente con una toalla. Nos acercamos a él y le cortamos el paso. En cuanto nos reconoció, frunció el ceño.
- ¿Qué hacéis aquí?
- Solo queremos hablar -respondió María.
- No tengo nada que hablar contigo -espetó, clavando la mirada en mí.
Entrecerré los ojos.
- Pues yo creo que sí -le dije, sin poder contenerme-. Llevas días comportándote como un capullo conmigo. Te enfadas y luego te niegas a decirme por qué. ¿Cómo quieres que arregle lo que he hecho mal?
- Lo sabes perfectamente.
- No, no tengo ni idea.
Me miró unos segundos, decidiendo si mentía o no.
- Lo que más me jode es que confié en ti.
- Pero, ¿de qué estás hablando?
- Te gusta fingir que ayudas a la gente cuando solo haces las cosas que te convienen -siguió-. Te crees mejor porque sacas buenas notas y tienes a tías como Lexie detrás, dorándote la píldora y engordando tu ego; pero solo eres un gilipollas que quiere ser el centro de atención. Utilizas cada oportunidad para ser el tema del que hablar. Eres tan despreciable que hasta utilizas el tema de tu madre para eso.
- ¿Qué cojones acabas de decir?
Notaba como la ira me inundaba.
- Logan... -intentó intervenir María.
- ¿En serio piensas eso de mi?
- Sí.
- Pues muy bien, capullo. ¿Me llamas a mí egocéntrico cuando tú tienes que destacar en absolutamente todo lo que haces? Siempre tienes que ser el mejor en cada deporte o videojuego, eres insoportablemente competitivo. Y en cuanto a los estudios, las buenas notas de las que hablas las consigo con horas y horas de trabajo. No como tú, que no abres el libro de texto hasta la noche anterior -le recriminé-. No haces nada por nadie que no seas tú mismo. ¡Hasta me pides que averigüe los gustos de la chica por la que estás colado, por el amor de dios! Eres un niñato malcriado que cree que todos están a su servicio. No me extraña que no le gustes a Ingrid. Solo con saber que no...
No pude terminar la frase, pues el puño de Logan se estrelló contra mi cara.
- ¡Logan! -gritó María.
Me recuperé a toda prisa y le devolví el golpe.
- ¡Erin!
Logan se lanzó de nuevo contra mí. Rodamos por el suelo, intercambiando golpes. Tardé unos segundos en lograr imponerme e inmovilozarlo. Él era más grande y fuerte, pero yo era más hábil y tenía entrenamiento. Logan no se rindió y continuó retorciéndose, en un vano intento de liberarse.
- ¡Parad de una vez! -bramó María- ¿Qué demonios os pasa? Erin, suéltale antes de que se quede sin aire.
Logan cada vez tenía menos fuerza para resistirse. En cuanto vi que no volvería a atacarme, le solté y me aparté. Él se levantó como pudo y me dedicó una mirada de desprecio antes de marcharse.
María y yo volvimos a casa en silencio. Me acompañó hasta la puerta de casa.
- Deberías ponerte algo frío para el golpe.
Asentí. Nos despedimos y entré en casa. Busqué una toalla y envolví hielo en ella. Aiden, curioso por los ruidos que estaba haciendo en la cocina y movido por el hambre, se acercó a mí.
- ¿Qué te ha pasado? -preguntó con preocupación al ver la hinchazón que empezaba a anotarse en mi mejilla.
-Nada -respondí, seco.
- Pues nada te ha dado bien.
- Métete en tus asuntos.
- Jo que carácter -se quejó. Se acercó al congelador y sacó un helado de chocolate y me lo tendió junto a una cuchara-. Solo intento ayudarte.
Dejé el hielo en la encimera y cogí lo que me te día.
- Gracias -dije-, y lo siento. Estoy un poco...tenso.
- Ya lo he notado -dijo con una leve sonrisa. Se sentó de un salto en la encimera-. ¿Te has peleado con Logan?
Alcé las cejas, sorprendido.
- ¿Cómo lo...?
- Lleváis días sin hablaros y estás de mal humor siempre -respondió, encogiéndose de hombros-. Además, no creo que dejaras a nadie darte tantos golpes si pelearas para defenderte en serio.
No me había dado cuenta hasta ese momento de lo pendiente que estaba Aiden de mí, ni de que ya no era un niño pequeño. Tenía trece años y podía juzgar perfectamente las cosas que pasaban a su alrededor. Me acerqué y le abracé. Él no se apartó, como solía hacer, sino que me rodeó con los brazos. Me sentía como si fuera a sufrir una crisis. Entre el estrés de los estudios, el trabajo extra como delegado, la pelea con Logan y el comentario que había hecho sobre mi madre... Además, mi padre casi nunca pasaba por casa y tenía que solucionar los problemas yo solo, ya que Kirian estaba a bastantes kilómetros de distancia.
Aiden pasaba la mano por mi espalda, recorfortándome, y repitiéndome que Logan y yo solucionaríamos el problema, que no me preocupara. Tras lo que me parecieron horas, me separé de él y le revolví el pelo, dedicándole una sonrisa.
- Venga, vamos a ver qué cenamos -le dije y el me devolvió el gesto.
Aquella noche, gracias a los ánimos de Aiden, conseguí dormir tranquilo. A la mañana siguiente me levanté con un dolor terrible en la cara y debió notarse la marca porque Ingrid, nada más ver la zona amoratada e hinchada, se alarmó.
- ¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien?
- Nada, una pequeña pelea. No te preocupes -intenté tranquilizarla, sin éxito.
- No habrá sido con... -no le dio tiempo a terminar la frase. Logan entró en el aula y confirmó sus sospechas: él también tenía la cara magullada.
Lanzó la mochila sobre la mesa y salió de clase. Ni volvimos a verle hasta que sonó el timbre. Por suerte para mi, la llegada de María impidió a Ingrid seguir haciéndome preguntas, ya que la engatusó con una fiesta de pijamas que estaba preparando con las chicas.
Kenzo me miró alzando las cejas cuando llegó. Yo me encogí de hombros. Mi amigo seguramente se imaginó lo que habría pasado.
La primera hora se me hizo eterna. Inglés no era una asignatura muy complicada, así que podía permitirme no atender un día. Al acabar la clase, Diana nos llamó la atención a Logan y a mí. Tuvimos que asegurarle que no nos habíamos peleado en el instituto y prometerle que no volvería a ocurrir. Cuando entramos en clase, todos nuestros compañeros nos miraban. Seguramente ya habría empezado algún rumor.
A la hora del recreo, Logan se fue con Lexie y unos chavales de la otra clase. Yo me quedé con Kenzo en el aula.
- Los de clase dicen que os habéis peleado por una chica -comentó cuando llevábamos un par de minutos en silencio.
Yo me escogí de hombros.
- Que digan lo que quieran. Lo que ha pasado entre Logan y yo es cosa nuestra.
- Y, ¿por qué os habéis zurrado?
- Porque discutimos y nos calentamos.
Kenzo torció el gesto. Él practicaba artes marciales, como yo, y conocía las consecuencias de meterse en una pelea. Seguramente pagaría caro lo que había sucedido.
- Entonces, ¿no sabes por qué está enfadado contigo?
Negué.
- No, pero ahora mismo me da igual.
- Eso no es verdad.
- Ya -no me gustaba ser tan transparente-, pero el problema es esa actitud que tiene. Si en lugar de enfadarse me hubiera dicho lo que le molestaba, habríamos podido solucionar las cosas.
Kenzo tuvo que darme la razón. Antes de que pudiéramos seguir hablando. Ingrid y María entraron en clase, así que dejamos el tema.
- Por fin os encontramos -dijo María-. Parece que los delegados tenéis que volver a reuniros. Quieren cambiar el viaje.
- ¿Otra vez?
María se encogió de hombros. Chasqueé la lengua, hastiado. ¿Quién me mandaría meterme en ese follón?
- Si quieres voy yo y luego te cuento lo que digan -propuso Ingrid.
Me lo pensé un instante, pero no era justo dejarle todo el marrón a ella.
- No te preocupes -dije al final-. ¿A qué hora es?
- Cuando terminen las clases, en el aula de los del B.
Asentí. El resto de la mañana no se me hizo tan cuesta arriba. Cuando sonó el timbre que anunciaba el fin de jornada. Ingrid esperó, junto a mi pupitre, a que terminara de recoger mis cosas. María y Kenzo se despidieron de nosotros al salir.
En la reunión propusieron cambiar el lugar de destino a Roma, ya que habían encontrado una buena oferta y conseguiríamos descuentos de grupo. Además, había gente que se había desapuntado y el grupo que quedaba era perfecto para moverse por una ciudad tan turística. Ingrid y yo acordamos que lo hablaríamos con nuestra clase, así como los otros delegados lo harían con las suyas. Dimos por terminada la reunión. Nos dirigimos a la puerta y nos despedimos. Antes de que pudiera llegar al paso de peatones, Ingrid me alcanzó.
- ¿Tienes un momento?
Alcé las cejas y asentí. Nos dirigimos a un pequeño parque situado al lado del instituto. Estaba rodeado por grandes setos y en su interior solo había una estructura en forma de semi-esfera metálica y un roido banco de madera. Nos quitamos las mochilas y tomamos asiento.
- ¿Qué pasa? -inquirí al ver que le costaba arrancar.
- Mira, sé que es meterme donde no me llaman, pero estoy preocupada por vosotros -dijo atropelladamente-. Que hayáis llegado a pegaros...
Parecía preocupada de verdad. No sabía si podía contarle lo que había pasado, sin contarle los sentimientos que tenía Logan hacia ella, pero algo tendría que decirle. Me miraba expectante. Abrí la boca para explicarle, en la medida de lo posible, lo que había sucedido.

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