Nervios del primer noviazgo

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PoV Erin:

El tiempo pasaba volando. Desde el principio, la noticia de mi relación con Ingrid se había extendido como la pólvora por el instituto. Esos primeros días fuimos el tema de conversación de nuestra clase. Al parecer nadie se esperaba que fuéramos tan cercanos. Por suerte, la llegada de los exámenes fue extinguiendo el rumor y dio paso a una de las peores épocas del curso. Ya estábamos en el último año de instituto y había llegado la hora de que decidiéramos qué hacer con nuestras vidas.
Las largas horas de estudio y las de trabajo en el bar, reducían el tiempo que podía pasar con Ingrid. Sin embargo, de alguna manera, nos las habíamos apañado para vernos. A las quedadas, solían apuntarse María, Logan y Kenzo, que poco a poco se había unido a nuestro grupo. Una semana antes del comienzo de la navidad, y con los exámenes casi acabados, habíamos tenido la última incorporación. Carol, una antigua compañera de clase y gran amiga de Ingrid, había hecho buenas migas con María y, por supuesto, ésta no la dejó escapar. Antes de que pudiera darme cuenta, estaba formando parte de un grupo de lo más variopinto y divertido.
El período de estudio terminó y dio paso a las vacaciones de navidad. Yo estaba eufórico: las notas habían sido muy buenas, incluso en historia que presentamos un trabajo muy completo, y mi vida personal también era maravillosa. En aquel momento me encontraba en mi habitación, guardando la ropa limpia y recién planchada del gimnasio. La semana anterior había tenido un torneo. Al principio había pensado que con el lío de los exámenes no podría participar, pero había conseguido organizarme. Me fue bien en los dos primeros combates, pero en el tercero me llevé una buena tunda. Para mi desgracia, habían ido a verme Logan y María, que no dejarían de burlarse de la facilidad con la que me había vencido el chico del tercer combate. Por el contrario, tuve el apoyo de Kenzo, que comprendía lo que me había pasado, ya que él había estado en la misma situación otras veces, e Ingrid, que parecía haberle impresionado el deporte; era muy distinto oír hablar de él a verlo. Esperaron a que me duchara y cambiara de ropa, y fuimos todos a cenar. Aquel había sido un buen día.
Kirian entró en mi cuarto, sobresaltándome. La sonrisa que traía no auguraba nada bueno.
− ¿Qué?
− Nada −llevó su mano al bolsillo trasero del vaquero y me tendió lo que extrajo−, te lo habías dejado en el salón.
Cogí el teléfono y le miré, receloso.
− Gracias −respondí.
Él ensanchó la sonrisa. Se dejó caer sobre la cama y se puso a juguetear con el dobladillo de una de las camisetas que tenía extendidas sobre la colcha.
− Te ha llegado un mensaje −me tensé. Al cogerlo había visto que Ingrid me había escrito. Al ver que no contestaba, insistió−. ¿No vas a contestar?
Me giré hacia él.
− En serio, ¿qué quieres?
− Nada, hombre, solo tengo curiosidad −se encogió de hombros−. Me has dicho que estás saliendo con la chica de la que me hablasteis María y tú, pero nada más.
− ¿Qué más quieres saber? Eres un cotilla.
− Venga, que tengo mucha curiosidad. Es la primera vez que sales con alguien.
− No sé qué quieres que te diga. Es genial y me gusta. Estoy feliz.
− Ya lo veo −se levantó−. Invítala a comer mañana. Me apetece conocerla.
Le miré, incrédulo. Será caprichoso... Por otro lado, tenía muchas ganas de ver a Ingrid.
− No sé, ¿no es como demasiado formal?
Kirian lo pensó un segundo, pero luego hizo un gesto con mano para restarle importancia.
− Nah, además, creo que papá no estará.
Aquello casi me convenció.
− No sé...
− Venga, será divertido. Si quieres puedo cocinar yo, últimamente he estado probando la comida vietnamita y está buenísima.
Le llevó unos minutos más pero, al final, acabó convenciéndome. Le envié el mensaje a Ingrid y esperé, nervioso, a que respondiera. No tardó mucho en decirme que le encantaría. Suspiré, aliviado. El resto de la tarde la pasé en el bar y, por una vez en mi vida, lo agradecí. Fue un buen método para no estar pensando todo el rato en lo que sucedería al día siguiente. Sin embargo, nada más salir los nervios se apoderaron de mí. Estaba tan alterado que necesité escuchar las voces de María y Logan para tranquilizarme.
− Venga, verás que tus hermanos se portan y les va a encantar −dijo Logan.
− Eso −apoyó María−. Y ponte la camiseta de las mangas negras y el vaquero oscuro. Le pone bastante.
− ¿Qué?
− Tú solo póntelo.
Me desearon suerte y nos despedimos. Busqué la ropa que me había indicado María y la dejé sobre la silla. Por suerte, las prendas no estaban arrugados. Me di una ducha rápida y me fui a dormir. No pegué ojo en toda la noche. A las 8 sonó el despertador y me levanté. Pasé la mañana ordenando y limpiando tanto el comedor como mi habitación. Sentía un nudo en el estómago, que no hizo más que apretarse cuando mi padre informó que comería en casa. Genial, menuda vergüenza. No sabía quién lo pasaría peor, si Ingrid o yo. Para mi fortuna, Kirian ya le había comentado que tendríamos una invitada. No sabía qué más detalles le habría dado, pero me daba miedo preguntarle.
Sobre la una, mi hermano se encerró en la cocina y se puso manos a la obra. Cogí un libro e intenté enfocarme en él pero era en vano. Estaba demasiado alterado como para poder concentrarme.
− Entonces −la voz de Aiden me sobresaltó-, ¿viene tu novia a comer? Me lo ha dicho Kirian.
Aún me sonaba extraña esa palabra.
− Sí.
Él asintió y se marchó, dejándome un tanto confuso. Si se lo había dicho Kirian, ¿para qué me preguntaba?
Cerré el libro y puse la mesa. Un par de minutos antes de las dos, sonó el timbre y mi corazón dio un vuelco. Me dirigí a la puerta, respiré hondo y abrí. Su sonrisa nerviosa se relajó cuando sus ojos se toparon con los míos.
− Hola −saludó.
− Hola, pasa −me aparté para que entrara.
− Gracias.
Le pedí que me dejara el abrigo para colgarlo. Debajo llevaba puesta una blusa blanca vaporosa y unos pantalones oscuros. Me gustaba mucho como le quedaba.
Nos encaminamos al comedor. Allí se encontraba Aiden, terminando de colocar los cubiertos. Se giró hacia nosotros y examinó a Ingrid. Ella le dedicó una sonrisa tímida.
− Ingrid, él es mi hermano Aiden −le dije−. Aiden, ella es Ingrid.
− Hola, Aiden −saludó−, te he visto alguna vez en el instituto.
Él asintió.
− Y yo a ti -dijo-. Una vez te vi besando a mi hermano.
Empezamos bien, pensé. Ingrid se tensó. Aiden no lo había dicho a malas, pero su sinceridad muchas veces te pillaba por sorpresa.
− Sí, bueno... −Ingrid buscaba la manera de salir del paso.
Iba a intervenir cuando vi que las comisuras de los labios de mi hermano se alzaban ligeramente.
− Me gustan tus ojos -comentó, antes de darse la vuelta para dirigirse a la cocina.
Ingrid le agradeció el cumplido y me miró, desconcertada, en busca de alguna explicación.
−− Le caes bien −le aseguré−. Y no te preocupes por lo que diga, es la sinceridad personificada. No lo ha dicho con mala intención.
Aquello pareció tranquilizarla un poco aunque aún estaba nerviosa. Estreché su mano y la conduje hacia la cocina. Antes de llegar, Kirian se asomó mientras secaba sus manos con un trapo. Ingrid abrió los ojos con sorpresa. El cuerpo fuerte, la altura de metro noventa y los piercings le daban a mi hermano un aspecto imponente. Kirian le dedicó una sonrisa metálica y le tendió la mano.
− Hola, tú debes ser Ingrid −dijo cuando ella le estrechó la mano−. Soy Kirian.
− Ash me ha hablado de ti.
Mi hermano pareció confundido un segundo.
- ¡Anda, pero si eres la hermana de Ashley! -exclamó- Ya decía que me sonaba tu cara. Os dais un aire.
Ingrid asintió con timidez. Kirian nos pidió que nos sentáramos, puesto que la comida ya estaba lista. Aiden se sentó con nosotros. No nos dio tiempo a empezar una conversación debido a que entró mi padre. En seguida, se presentó a Ingrid y le dijo que se sintiera como en su casa. Supuse que al principio el semblante serio de mi padre podría haberla hecho sentirse incómoda, pero las palabras que intercambiaron parecieron relajarla un poco. No sabía que le habría contado Kirian exactamente, pero no hizo ninguna pregunta sobre nuestra relación. Una vez estuvimos todos colocados, mi hermano llegó con la comida y la sirvió. Olía muy bien. La tensión del principio se fue disipando según hablábamos. La labia de Kirian era de gran ayuda y las intervenciones, aunque escasas, de Aiden fueron relajando el ambiente. Mi padre aportaba opinión sobre todos los temas y hacía alguna que otra pregunta a Ingrid: ¿qué te gustaría estudiar? ¿Cómo te va en el instituto? ¿Con qué equipo vas en béisbol?  Ingrid se defendió muy bien ante todo y parecía mucho más tranquila que al principio. Cuando terminamos, llevamos los platos y los vasos a la cocina. Mi padre se despidió de Ingrid y de nosotros.
− Ha sido un placer conocerte, Ingrid −le dijo.
− Igualmente y gracias por invitarme.
Mi padre sonrió y se encaminó a su habitación a coger el abrigo y cambiarse los zapatos.
Le pedí a Ingrid que me esperase en mi habitación mientras ayudaba a mi hermano mayor a recoger.
− No ha sido tan horrible, ¿verdad?
Negué, mientras pasaba el paño húmedo por la encimera.
− Mucho mejor de lo que creía.
− ¿Ves cómo no tenías nada de qué preocuparte?
Chasqueé la lengua.
− Si, bueno, te ha sobrado un poco lo de decirle que no recordabas haber salido con su hermana.
Kirian se encogió de hombros. Me pasó el plato que acababa de fregar para que lo fuera secando.
− ¿Qué quieres? Éramos unos mocosos y en aquella época no sabíamos ni qué significaba salir con alguien. Además, no se lo ha tomado a mal.
− Pero aun así...
Cogí el vaso que me tendía. Estuvimos unos segundos en silencio hasta que Kirian dijo:
− Y, ¿vosotros hasta dónde habéis llegado?
Casi se me cae el vaso de las manos. Le miré con los ojos abiertos de par en par y las mejillas encendidas.
− ¿Y a ti qué te importa?
Él sonrió.
− Vamos que no habéis hecho nada.
Quería replicarle, pero no podía. Suspiré y volví a centrar mi atención en el vaso.
− Solo llevamos unas semanas saliendo y nos es que pudiéramos vernos demasiado −dije−. Además, no sabría qué hacer, esto es nuevo para mí. No sé ni si estoy preparado para hacer algo.
Kirian me miró un instante.
− Bueno, en eso hay que dejarse llevar. Lo que te pida el cuerpo -contestó y se apresuró a añadir−, siempre y cuando los dos estéis de acuerdo. Ninguno debéis sentir la presión de hacer algo que no os apetezca solo porque el otro quiera.
Asentí.
− Aun así no sabría qué hacer ni cuándo sería el momento.
− Umm −me pasó otro plato-, siempre puedes dejar que ella decida. En caso de que no te sientas listo, tendrás que frenar tú pero al menos sabrás que ella está preparada.
Aquello parecía una buena idea.
− Y, ¿cómo lo sabré?
Se encogió de hombros.
− No sé, supongo que se lanzará. Fue ella quien se arriesgó, ¿no?
− Sí −recordé aquel beso que me había pillado por sorpresa, pero que aún a día de hoy agradecía.
− Pues ya está −dijo−. Y si no podemos acelerar el proceso.
Alcé las cejas.
− ¿Cómo...?
Antes de que pudiera siquiera pronunciar otra palabra, Kirian me arrojó el agua con la que había estado llenando el vaso al enjuagarlo. La camiseta se me había empapado. Le lancé una mirada furiosa en cuanto empecé a notar el frío.
− ¿Qué mierdas te pasa, tío? −intenté secarme el agua con el trapo que tenía en la mano, en vano− ¿A qué ha venido eso?
Kirian solo sonrió, gesto que me hizo enfadar aún más.
- ¿Se puede saber qué os pasa? -mi padre se asomó, abrigo en mano, para ver a qué venía el escándalo. Al mirarme negó con la cabeza-. Erin, cámbiate antes de que te pongas malo.
Y dicho aquello, se fue. Le lancé una última mirada iracunda a mi hermano, que estaba aguantándose la risa, antes de tirarle el trapo y salir. Será gilipollas... Yo allí contándole mis preocupaciones e inseguridades y va él y decidía hacer el imbécil. Entré en mi habitación refunfuñando y busqué rápidamente una camiseta para cambiarme; empezaba a congelarme. Cogí la toalla que usaba para el gimnasio y me sequé antes de ponerme la nueva camiseta. El capullo de Kirian me las iba a pagar y más si su bromita conseguía que me pasara las vacaciones con fiebre. Me giré para recoger la camiseta empapada, que había lanzado, por encima de mi hombro, al suelo. En ese instante, mis ojos se cruzaron con los de Ingrid que estaba sentada sobre la cama, mirándome. Cogí rápido la camiseta.
− Eh, perdona −me apresuré a decir e intenté explicarme−. Mi hermano que es imbécil y... bueno... se le ocurrió que era buena idea empaparme.
− Sí, no te preocupes −dijo ella también trastabillando las palabras.
Joder, qué incómodo.
− Voy a... a llevar la camiseta −intenté que mi tono sonara lo más normal posible− para que se seque.
− Sí, sí, te espero aquí −dijo.
Salí de allí maldiciéndome por lo ridícula que había sido aquella escena y maldiciendo a Kirian por haber desencadenado aquello.

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