Tarde de estudios

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PoV Erin:

Tal como había esperado, la reunión fue un tostón. Aún a día de hoy sigo preguntándome por qué me apuntaría a aquel calvario. Para colmo, nos encasquetaron a Ingrid y a mí rellenar unos documentos con los datos de nuestros compañeros. Y no acababa ahí, las otras clases del curso habían propuesto que, tras acabar selectividad, nos fuéramos de viaje de fin de instituto. Era una idea increíble, salvo porque los delegados tendríamos que gestionarlo todo. Lo único bueno de aquella tarde fue que terminamos relativamente temprano.

Ingrid y yo nos dirigimos a la biblioteca con la intención de terminar todo el trabajo extra que teníamos. Nos sentamos en la primera mesa que vimos libre y nos pusimos manos a la obra. Por suerte, nos habían facilitado la información de nuestros compañeros.

Recordando la petición de Logan, intenté averiguar los gustos y aficiones de Ingrid mientras trabajábamos, pero no se me daba nada bien. No sabía cómo hacerle las preguntas sin que ella sospechara de mi repentino interés. Eché un vistazo a su carpeta cuando la abrió, pero no tenía nada en ella. ¿Es que no podía ser de esas personas que lo forraba todo con fotos de su cantante favorito? Tenía sus apuntes bien ordenados y limpios, a diferencia de los míos que cualquiera diría que eran un desastre, aunque yo sabía dónde estaba cada cosa, cada dato. Suspiré, desde luego yo no valía para estas cosas. Ingrid alzó la vista ante mi gesto y esbozó una sonrisa. Seguramente lo había atribuido al trabajo extra que nos habían encargado, y en parte era por eso. Solté el bolígrafo que llevaba varios minutos bailando entre mis dedos y, justo en ese momento, un destello de luz azul me indicó que acababa de llegarme un mensaje. Ni me lo pensé para un vistazo. No podía más con el aburrimiento.

'Tienes la cara manchada de azul', rezaba el mensaje. Miré a la emisora, que me dedicaba una sonrisa burlona. Me pasé la mano por la mejilla y ella rio. 'Esa mejilla no'. Utilicé el móvil como espejo para ver la mancha de tinta. Froté hasta que desapareció y la zona quedó roja por la fricción. Ingrid negó con la cabeza, sin perder la sonrisa. A veces era un poco bruto. Me contagié de su gesto y, antes de volver a centrar mi atención en el papeleo, le saqué la lengua. Cuando terminamos nuestras obligaciones de delegados, decidimos ponernos manos a la obra con sintaxis. Teníamos examen la semana siguiente. Nunca lo admitiría en voz alta, pero analizar oraciones me relajaba. Habían pasado tres horas desde que no habíamos sentado en aquella mesa y decidimos que era el momento de dar por terminada la sesión de estudio y que nos diera un poco el aire.

Recogimos, nos pusimos los abrigos y salimos a la calle. La brisa de fresca de principios de diciembre era realmente agradable, para el frío que solía hacer en esa fecha. Aún era temprano y, obedeciendo a nuestros rugientes estómagos, nos dirigimos a la cafetería más cercana. Pedimos un par de chocolates calientes y tostadas. Ingrid dejó su abrigo y se dirigió al baño, mientras esperábamos el pedido, y yo aproveché para ver si María había respondido a mi mensaje. Llevaba semanas esperando para ver una película, pero Logan había empezada la temporada de partidos y le iba a ser imposible. 'Lo siento, tío, pero esa peli no me llama nada'. Chasqueé la lengua con hastío. Condenada María y su gusto por las películas cutres. Si no era malísima, no la veía.

− ¿Qué pasa? –preguntó Ingrid al sentarse frente a mí.

− Nada –dije sin apartar los ojos del mensaje−, que tenía ganas de ir a ver "Puñales por la espalda", pero aquí la peña no quiere o no puede.

Guardé el móvil en el bolsillo. Ingrid me miraba, pensativa.

− A mí la verdad es que me parece que puede estar bien –dijo, algo dubitativa−. Si quieres podemos ir. Si quieres, claro.

Abrí los ojos como platos. Llevaba semanas intentando que alguien fuera a verla conmigo y de repente, como caída del cielo, aparece Ingrid.

− ¡Claro que sí! ¡Vamos!

Ni siquiera tuve que pensar la respuesta. Ingrid rio ante mi entusiasmo. En ese momento me di cuenta de lo musical que era su risa. Me gustaba. Buscamos la sesión que mejor nos iba a los dos y le prometí que me haría cargo de las entradas. Después de aquello, pasamos el resto de la tarde hablando de temas varios: desde asuntos de clases y compañeros, hasta series que estábamos viendo los dos y recomendaciones. Lo cierto era que me sentía muy a gusto con ella y el tiempo pasaba volando. Así, sin darnos cuenta, dieron las nueve y media, y su padre la llamó para que volviera a casa. No podría jurarlo, pero por un momento pareció decepcionada de que nuestra tarde juntos terminara. La acompañé a la parada del bus y esperamos a que llegara.

Nos despedimos y emprendí el camino de vuelta a casa. Antes de llegar, me crucé con María, acompañada por Logan, que había salido a pasear a su perro. Bandit era un husky siberiano de colores grisáceos y ojos claros. Tenía un temple tranquilo, en contraposición a su dueña.

− ¿Y esa sonrisa que nos traes? –me dijo ella, cuando me agaché para acariciar al perro.

− Pues resulta que no me voy a quedar sin ver la película, traidora.

− ¿Y traidora por qué?

Me levanté y le señalé con un dedo acusador.

− Yo te acompaño a ver tus pelis cutres.

María se llevó la mano al pecho con indignación pero, sobre todo, dramatismo.

− Perdona, pero yo solo veo cine de calidad.

− Esta vez estoy con Erin –intervino Logan−; tu gusto en pelis es un asco.

María refunfuñó algo parecido a: ¿qué sabréis vosotros? ¡Hombres!. Logan me guiñó un ojo, mientras le daba unas palmaditas en el hombro a María.

− Bueno, ¿y a quién has engañado para que te acompañe?

− Nada de engaños –aseguré alzando las manos−, y ha sido Ingrid quien me ha dicho que no le importaría verla.

Solo con la mención de su nombre a Logan le cambió la cara. María y yo pudimos ver cómo pasaba del deseo de querer ir también a esbozar una sonrisa enorme.

− ¡Tío, es genial! Así seguro que averiguas más cosas de ella.

− Eh −dije−, para el carro. Mi principal interés es ir a ver esa película. Si averiguo algo por el camino pues perfecto, pero no voy a interrogarla.

Logan se lo pensó unos segundos antes de asentir. Sabía que esa batalla no podía ganarla. En ese momento, María se colgó de mi brazo y del de Logan, obligándonos a emprender la marcha hacia el parque en el que siempre acabábamos. La sonrisa con la que me había mirado antes de engancharse no auguraba nada bueno, pero lo único que dijo fue que nos diéramos prisa, que Bandit necesitaba descargarse.

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