El peor día del año... o no

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PoV Erin

Kirian nos informó de que se quedaría la semana entera. Según él, le venían bien unos días de descanso de las clases y podía ir a estudiar a la biblioteca. No obstante, yo sabía por qué no se marchaba. Esa semana sería el aniversario de la muerte de nuestra madre y a Kirian siempre le gustaba quedarse con nosotros para asegurarse de que estuviéramos bien.

Nuestros ánimos iban cambiando según pasaban los días. A mí me costaba sonreír y empezaba a sentir un vacío en el pecho que aumentaba cada hora. Era la peor época del año con diferencia, y no solo para mí. El día anterior me había levantado a por un vaso de agua, en mitad de la noche, y me había encontrado a mi padre, solo y a oscuras, sentado en el sillón. Tenía la vista clavada en el suelo y, por el leve movimiento de sus hombros, sabía que estaba llorando. Me había marchado sin hacer ruido y con una sensación de dolor punzante que no hizo más que incrementarse. El que mejor lo llevaba era Aiden. Era pequeño cuando mamá tuvo el accidente y, en aquel entonces, no había comprendido lo que significaba una pérdida. Aunque en esos días se contagiaba de nuestros ánimos.

Cuando por fin llegó el día, no me sentía con fuerzas para levantarme. Apagué el despertador y volví a cerrar los ojos. Pocos minutos pasaron antes de que se abriera la puerta.

− Pero, ¿qué haces todavía así? –inquirió Kirian−. Vas a llegar tarde.

− Lárgate –contesté, envolviéndome más en el edredón. No estaba de humor.

Mi hermano suspiró, él tampoco tenía ganas de pelear. Noté cómo el colchón se hindía cuando se sentó a mi lado. No dijo nada, simplemente se quedó allí parado con la vista fija en la estantería; aunque no parecía ver lo que tenía ante sus ojos. Aproveché para echarle un vistazo. Su oreja izquierda estaba repleta de piercings, que brillaban con la ambarina luz que se colaba desde el pasillo. Se había dejado crecer un poco el pelo y la barba, si es que a eso se le podía llamar así. Las ojeras bajo sus ojos alcanzaban un tono purpúreo suave. Hacía días que no dormía y no le culpaba, en casa todos estábamos igual. Me fijé en la camiseta raída y el pantalón viejo de chándal que usaba para dormir, y fruncí el ceño. A pesar de que había entrado en mi cuarto con la intención de obligarme a hacer algo productivo, su único objetivo del día parecía ser tumbarse en algún sitio y esperar a que llegara la noche.

− ¿Y Aiden?

− Se ha ido a clase –contestó tras unos segundos.

Me giré y clavé la vista en el techo. Sabía que faltar no era muy inteligente, pero llevaba todas las asignaturas al día y podía permitirme este pequeño capricho. Hoy no tenía ganas de hablar con nadie ni de enfrentarme a las miradas compasivas de mis compañeros. Suspiré y me levanté. Desayuné con Kirian y luego los dos nos sentamos en el salón a estudiar, en completo silencio. No había necesidad de decir nada, pero la presencia del otro nos reconfortaba. Así fue cómo pasamos el día.

A última hora de la tarde sonó el timbre. Aiden fue a abrir y volvió acompañado de Logan y María. Ambos parecían un poco nerviosos. María dejó su mochila sobre la mesa del salón, dónde yo seguía trabajando.

− Como has apagado el móvil, hemos tenido que venir a decirte las tareas en persona, idiota –dijo, mientras me abrazaba.

Me encogí de hombros. Logan apoyó la mano en mi hombro.

− Tampoco te has perdido demasiado. Bueno –añadió, pensándolo mejor−, TJ se ha tirado un pedo en mitad de uno de los discursos de la de literatura. Ha retumbado el edificio y han tenido que evacuar toda la planta. Pero nada destacable.

María negó con la cabeza y yo esbocé una leve sonrisa. No sabía qué haría sin ellos. Los tres nos sentamos y me contaron cómo habían pasado el día. Notaba que se contenían para no preguntarme qué tal estaba, sabían que no me gustaba que lo hicieran.

DestinyWhere stories live. Discover now